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Los niños y la TV

Por Guadalupe Amescua Villela

El mundo en que viven los niños va cambiando de una generación a otra. No son los mismos niños ni somos los mismos padres. El siglo XXI se caracteriza por su vertiginoso avance tecnológico y la premura al cambio: los sistemas electrónicos no bien acaban de salir cuando ya son obsoletos, si se quiere estar al día es necesario estar cambiando modelos de computadoras, de teléfonos celulares, reemplazar el X-box por la Wii.

La forma en que se establecen las relaciones interpersonales no están al margen de la cultura de la tecnología. Ahora, en las creencias y formas de educar a los niños, los padres han incorporado los medios electrónicos. Hay videos para la estimulación sensorial de los bebés, así como juegos especiales para niños desde los dos años de edad. Ya para entonces, un niño que aprende a caminar, de inmediato sabe cómo funcionan aparatos como las videos y pronto las computadoras. Se dice que los bebés nacen con su chip integrado, pues tienen una comprensión maravillosa de cómo funciona cualquier tipo de aparato y sistema.

Mientras que este acercamiento a la tecnología hace que los niños y jóvenes tengan esta capacidad prácticamente innata de la relación con las máquinas y la tecnología, por lo mismo las relaciones interpersonales se han visto transformadas, incidiendo en la forma en que se relacionan con la familia, la escuela y con los compañeros.

Hace un par de semanas fui a una consulta médica. La doctora, una mujer joven, cambió su consultorio a su domicilio para estar cerca de su pequeña de año y medio. Llegué a mi consulta un poco antes, por lo que esperé cerca de media hora en la sala de la casa. Era temprano en la mañana. La pequeña estaba en la cocina con la abuela que le daba de desayunar. Me sorprendió mucho ver la siguiente escena: la abuela bajó con ella, la puso en su sillita alta y encendió el televisor, colocado directamente frente al campo de visión de la pequeña, mientras que la abuela se sentaba a un lado con la comida. La niña volteaba a ver a la abuela, que le hablaba a la niña mientras le iba dando de comer, para verla la chiquilla tenía que voltear y forzar un poco su postura. Incluso le interesaba verme y saludarme con la manita. Cuando la imagen de la televisión era más intensa en colores y sonido, la niña veía un momento la pantalla pero luego regresaba a centrar su atención en la abuela y en mí.

Esta escena me hizo reflexionar, en cómo vamos introduciendo a los niños en la televisión, sin pensar en los efectos que ésto irá generando poco a poco.

Stern, Gutstein y otros autores, mencionan la importancia que tiene para los niños en los tres primeros años –aún en esta era tecnologizada- las relaciones cara a cara. En estos primeros años los niños aprenden el lenguaje corporal, son “adictos” a las relaciones, ya que para ellos es de primera importancia convivir con los adultos cercanos. Al mirar la cara de las personas que les rodean, en especial de los padres y principales cuidadores –como la abuela- van aprendiendo a modular sus propias emociones y a comprender las emociones de otros, se van formando una imagen de sí mismos y del mundo, desarrollan la empatía y lo que se conoce como “teoría de la mente” (ésto es la capacidad de considerar que el otro piensa, siente y tiene un mundo separado de uno). En función de la cual el niño desarrollará, la posibilidad de respetar los deseos y necesidades de otro. Lo que hace capaz al niño, por un lado de obedecer a los padres cuando éstos le expresan algo diferente a lo él quiere hacer en ese momento; y más tarde aprenderá a ajustar sus necesidades a las de los compañeros de juego, como tomar turnos, sin que el niño tenga siempre que imponer sus propios deseos sobre los de los demás.

Cuando la madre interactúa miles y miles de veces con su hijo a través de funciones cotidianas como: cambiarlo, bañarlo y darle de comer; la relación cara a cara, cuerpo a cuerpo que se da entre ambos crea una comunicación intensa, una danza que irá abriendo al niño a saber leer el lenguaje corporal de los otros, y sobre todo a sintonizarse con las emociones y ritmos de los demás, abriendo su capacidad de relación interpersonal en el sentido más básico y profundo.

Esta pequeña estaba tratando de seguir este ritmo, buscando más la mirada de la abuela que la imagen de la TV. Sin embargo, si se insiste en ponerla frente al aparato, cada vez irá concentrando más su atención en éste debido a lo brillante de sus imágenes, al movimiento y colorido. Si ésto continúa así por un par de años es fácil imaginar el futuro: cuando esté en edad escolar, en las comidas tendrá que tener la TV encendida, con lo cual la convivencia e intercambio con su familia se verá afectado, y al ir perdiendo la capacidad de centrar su atención en la expresión facial de las personas, también le será más difícil seguir instrucciones, esperando hasta que se “suba de volumen”, o sea que la mamá tenga que gritar y gritar para que haga caso. En la escuela es muy probable que tenga problemas para poner atención en clases, pues le costará trabajo centrarse en la maestra, ya que su mente se ha acostumbrado a estímulos llamativos como la pantalla de la TV, y entonces se pondrá a hacer algo diferente, perdiendo su capacidad de concentración y aprendizaje. Me pregunto cuántos de los niños que actualmente se considera que tienen Déficit de Atención, en realidad tienen un síndrome de pantalla.

Entiendo que los padres jóvenes viven en esta era de la tecnología, y que esta es maravillosa, pero no permitan que sus hijos vayan perdiendo la capacidad de relacionarse con las personas, y que poco a poco las máquinas y las imágenes cibernéticas sustituyan la experiencia de estar con otra persona, pues esta sigue siendo la experiencia mejor que uno pueda vivir.

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