El siguiente fragmento del libro de Esther Harding, “Los Misterios de la Mujer” aparece originalmente en la página “Odisea del Alma” pueden acceder a ella haciendo clic en el título de este artículo.
Segunda parte
El sueño que tuvo una mujer moderna puede ilustrar este punto mejor que lo que puedo explicarles. Soñó que se representaba un drama con un escenario o fondo que simbolizaba "las Fases de la Luna" o "las Fases de la Diosa"; ambos términos se usaron en el sueño. Dibujó el cuadro adjunto (figura 18) para mostrar lo que vio en el escenario del sueño. Asociaba la obra con el drama de la vida, representando los sucesos externos, nacimiento, matrimonio, muerte, trabajo y relación social. Todos estos acontecimientos se representaban en el escenario a la vista. Detrás de ellos, ésto es, en un nivel psicológico más profundo, tenía lugar el drama de los dioses. Este drama estaba representado por las fases de la luna. En este dibujo vemos las diosas, o mejor, las diferentes fases de una de las diosas, cada una en relación con un cuarto de la luna. Todas sostienen la cruz ansada, un símbolo de la vida eterna. Cada figura lleva un vestido de pescado, que es el vestido de su instinto, haciéndole una sirena o pescado, habitante del mar, el inconsciente. Los peces eran sagrados para Atargatis, la diosa luna de Askalón, y ambas, Atargatis y Derketo, una forma de Ishtar, eran representadas a veces con colas de pescado. Posiblemente, esta representación de la diosa significa la inconsciencia del instinto femenino. Ya que el pez es de sangre fría, lejos del ser humano, actúa de acuerdo con las leyes de su propia naturaleza completamente sin escrúpulos. El cumplimiento de su instinto es lo único que cuenta; incluso los efectos de sus acciones no son reconocidos como tales. Por tanto, cuando se adoraba la diosa como medio-pez se veneraba este aspecto ciego de la ley natural; no a una ley intelectualmente reconocida y respetada por un acto consciente de voluntad sino la ley que se mueve invisible en las aguas profundas del inconsciente, que sólo puede ser seguida por una devoción ciega. Para nosotros con nuestro punto de vista Occidental seguir estas leyes desconocidas nos parece totalmente absurdo, bastante profano, pero para los antiguos un servicio de esta característica era muy meritorio. Naturalmente no tomaban esta actitud de ciega veneración como guía en su conducta diaria, sino sólo como un acto religioso de sacrificio que se realizaba quizás sólo una vez en la vida o en algunos casos como ritual al que se recurría de vez en cuando.
En este dibujo el vestido de pez cubre el cuerpo de la mujer por la mitad o tres cuartas partes, según la fase de la luna a que se refiera. En la luna llena sale completamente de su vestido de escamas, es la mujer brillante o "luz", completamente descubierta, totalmente humana. Debe suponerse que durante el período oscuro de la luna debe ser completamente pez, estando totalmente bajo el dominio del instinto. En el dibujo la luna oscura, la mujer oscura, está detrás de la Diosa Sol, Sekhet, Diosa de Vida. Pero esta fase no se muestra del todo, ya que esta fase de la mujer es tabú; no es humana, es demoníaca; no se debe hablar de ella, ni puede vivir a la luz del día. Pertenece a la esfera de los misterios de la mujer. Para un hombre, mirar a una mujer es entonces "enfermedad y muerte".
El aspecto demoníaco, inhumano de la mujer puede traducirse en términos de experiencia diaria como sigue: Si una mujer actúa, en cualquier situación, solamente como hembra, yin, rehusando expresarse con las consideraciones humanas que podrían moderar su efecto yin, retiene al hombre por su instinto. Entonces está preparado para que le tiendan una trampa que lo deje sin apoyo. Esta situación se ha descritos menudo en novelas y obras donde una mujer usa su poder sobre el hombre para inducirlo por medio de su atractivo sexual a quedarse con ella cuando su honor o deber le obligan a irse. La historia típica es que debe reunirse con su regimiento. Cuando va a despedirse, ella lo engatusa para que se quede o es tan seductora que él olvida su obligación y el ejército parte sin él. Todas las mujeres leales censuran a la mujer que actúa de este modo, incluso más que los hombres. Ellas saben que una acción semejante goza de una ventaja injusta sobre la vulnerabilidad del hombre.
La mujer que verdaderamente ama al hombre se siente en la obligación no de tentarlo por su hechizo femenino, sino de salvaguardar su honor. En las circunstancias arriba mencionadas, incluso esconderá sus atractivos, se ocultará, para que por su propia disciplina él quede libre para seguir también el camino de la disciplina. A veces la mujer no es consciente del poder de esta cualidad en ella, este femenino, este yin. En este caso un efecto desastroso de este tipo puede llegar a ocurrir mientras que ella permanece ignorante de la parte que ha jugado en la situación negativa de su enamorado. Otras mujeres son totalmente conscientes de este poder sobre los hombres y lo usan sin escrúpulos para su ventaja personal. Tales mujeres parecen ofrecer al hombre amor y comprensión cuando en realidad sólo le están dando las riendas para su propio deseo de poder. Si tales mujeres se detuvieran a averiguar sus propios motivos podrían ver fácilmente que su placer consiste principalmente en la satisfacción de su vanidad, alimentada por la adulación de él, y en el sentimiento de importancia que obtiene con su infatuación.
Una mujer más consciente, más evolucionada, conoce este peligro, y se guarda escrupulosamente de causar un efecto tan desastroso. Porque sólo a través de una disciplina de no ansiedad puede quedar salvaguardado el amor y la relación psicológica entre un hombre y una mujer. Una mujer así hace consciente y voluntariamente lo que las primitivas querían realizar por sus tabús de la menstruación. Ya que también puede decirse que una mujer que permite a su naturaleza yin actuar de un modo desenfrenado está en una situación peligrosa y debería ser apartada. Es una amenaza pública. Los Hindúes, cuyos dichos alegóricos están entre las relaciones primitivas y nuestras abstracciones psicológicas occidentales, eran conscientes del peligro del aspecto oscuro de la naturaleza de la mujer. En el Satapatha Brahamana se dice que cuando la luna está oscura viene a la tierra y espera en el lugar del sacrificio. Durante este tiempo los hombres deben ayunar. Ya que padecer de este poder y no hacerle caso requiere una auto-disciplina, un sacrificio de los deseos egoístas, un sacrificio del autoerotismo. Por parte del hombre, del deseo erótico que pide satisfacción cuando despierta la sexualidad y por parte de la mujer el sacrificio de su amor propio que siempre busca poseer al hombre y que puede ser tan fácilmente adulado por la facilidad de su conquista. El ego toma como propio lo que sucede por el poder de la luna. Sin embargo, esta atracción entre un hombre y una mujer es un efecto inhumano. Si se confunde con el amor humano sólo puede causar desgracia y desastre. Los antiguos dejaron en sus inscripciones que los hombres deberían ayunar cuando la luna viene a la tierra, y para las mujeres eran prescritos rituales más elaborados, por medio de los cuales se daba a los dioses lo que les pertenecía separándolo por tanto de lo que pertenecía a los seres humanos.
La mujer que tuvo este sueño no sabía estas cosas. El mensaje de un sueño así sólo puede sentirse en el momento, pero poco a poco la vida revela su significado. Estos significados no son visiones, imaginaciones irreales, son realidades percibidas intuitivamente, que condicionan el funcionamiento inconsciente de la mujer. Pero podemos ir un poco más lejos que ésto, ya que el dibujo toma la forma de un mito impersonal, que corresponde a los mitos de la Diosa Luna, semejantes a los que se han encontrado en tiempos antiguos y entre la gente primitiva. Es, podríamos decir, un mito moderno, la expresión por una mujer moderna de hechos psicológicos que funcionan en las profundidades de todas las mujeres, expresiones del principio femenino, el Eros. Todas las mujeres en general, y también la mujer en particular, se basan en este principio, su experiencia de la vida está coloreada por sus cambios lunáticos.
Fin
Esther Harding, desde Los Misterios de la Mujer; Ed. Obelisco, Barcelona, 1995.
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