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Sobre la naturaleza del Animus 1

Este artículo se publicó originalmente en la página ‘Odisea Jung’

Emma Jung

("Sobre la Naturaleza del Animus" fue leído en el Psychological Club of Zürich (el Club de Psicología de Zürich) en Noviembre de 1931, y fue publicado por primera vez levemente ampliado en Wirklichkeit der Seele (Zürich. Rascher Verlag, 1934) La versión leída en el Club fue traducida al inglés y apareció en 1941).

El anima y el animus son dos figuras arquetipales de gran importancia. Pertenecen por un lado al consciente individual y por el otro están enraizados en el inconsciente colectivo, de esta manera forman un lazo conector o puente entre lo personal y lo impersonal, entre el consciente y el inconsciente. Dado que una es femenina y el otro es masculino, C.G. Jung los denominó respectivamente anima y animus. El entiende que estas figuras son complejos funcionales que se comportan de manera compensatoria de la personalidad externa, esto es, como si fuesen personalidades internas con las características fallantes en la personalidad consciente y manifestada (externa)[1]. En un hombre, se trata de características femeninas; en una mujer, masculinas. Normalmente ambas están siempre presentes, en cierto grado, pero no encuentran un lugar en la función externa de la persona porque perturbarían su adaptación al medio, o la imagen ideal que se tiene de si mismo.
Sin embargo, el carácter de estas figuras no está determinado solamente por las características sexuales latentes que representan, está condicionado por la experiencia que cada persona ha tenido en el curso de su vida con representantes del otro sexo, y por la imagen colectiva de la mujer que lleva en su psiquis el hombre individual, y la imagen colectiva del hombre que lleva la mujer. Estos tres factores se unen para formar algo que no es exclusivamente una imagen ni tampoco solamente experiencia, sino que es una entidad cuya actividad no está coordinada orgánicamente con las otras funciones psíquicas. Se conduce como si tuviese sus propias leyes, interfiriendo en la vida del individuo como si fuese un elemento ajeno; a veces, esta interferencia es útil, a veces perturbadora, en otras realmente destructiva. Tenemos por lo tanto muchas razones para preocuparnos por estas entidades psíquicas y llegar a comprender de qué manera ejercen su influencia sobre nosotros.

A continuación presentaré al animus y sus manifestaciones como realidades, el lector debe recordar que estoy hablando de realidades psíquicas, que no pueden compararse a realidades concretas, pero no por ello dejan de ser menos efectivas[2]. Trataré de presentar ciertos aspectos del animus sin alegar, no obstante, una absoluta comprensión de este complejo fenómeno. Al hablar del animus estamos tratando no solo con una entidad inmutable y absoluta, sino también con un proceso espiritual. Intento limitarme aquí a las formas en que el animus aparece en su relación con el individuo y con la conciencia.

Manifestaciones externas y conscientes del animus

Mi premisa es que en lo referente al animus estamos tratando con un principio masculino. Pero, como debe caracterizarse a este principio masculino? Goethe hace que Fausto, mientras está traduciendo el Evangelio según San Juan, se pregunte a si mismo si el pasaje: "En el principio fue la Palabra", no debería ser leído como "En el principio fue el Poder", o "Significado", y finalmente lo hace escribir: "En el principio fue la Acción". Y con estas cuatro expresiones, que reproducen el significado del griego logos, parece estar expresada la quintaesencia del principio masculino. A la vez, encontramos en ellas una secuencia progresiva, cada estadio tiene su representación tanto en la vida como en el desarrollo del animus. El poder corresponde a una primera etapa, le sigue la acción, luego la palabra, y, finalmente, en la última, el significado. En lugar de poder se podría hablar de poder dirigido, que es la voluntad, dado que el poder puro no es aun humano ni tampoco espiritual.

Esta cuadruplicidad que caracteriza al principio del Logos presupone, como se puede observar, un elemento de conciencia pues sin ella no podrían concebirse ni la voluntad, la palabra, la acción o el significado.
Así como hay hombres de un notable poder físico, hombres de acción, hombres de palabras y de sabiduría, así también la imagen del animus difiere de acuerdo con el estado de evolución particular o los dones naturales de una determinada mujer. Esta imagen puede transferirse a un hombre real que asume el rol de animus debido a su semejanza con él; alternativamente, puede aparecer como un sueño o una figura fantástica; pero dado que representa una realidad psíquica viviente, le otorga un carácter desde lo interno de la mujer, que se refleja en todo lo que ella hace. Para la mujer primitiva o la mujer joven, o para lo primitivo en cada mujer, el hombre que se distingue por su capacidad física se convierte en figura del animus. Las imágenes típicas son las de los héroes de leyenda, o figuras del deporte, cowboys, toreros, aviadores, etc.

Para la mujer más exigente, el animus es un hombre que actúa dirigiendo su poder hacia algo importante. Las transiciones aquí no son tan marcadas debido a que el poder y la acción se condicionan mutuamente. Un hombre que tiene dominio sobre la "palabra" o sobre el "significado" representa una tendencia esencialmente intelectual dado que palabra y significado corresponden, por excelencia, a la capacidad mental. Tal hombre personifica el animus en su sentido más estricto, como un guía espiritual como representante de los dones intelectuales de la mujer. Es en esta fase, en la que por lo general el animus se torna problemático, por lo tanto, lo exploraremos con mayor detenimiento. Las imágenes del animus que simbolizan las fases de poder y acción son proyectadas en una figura heroica. Pero hay también mujeres en las cuales este aspecto de masculinidad ya se encuentra combinado armoniosamente con el principio femenino, que le es de gran ayuda.

Estas son las mujeres, enérgicas, activas, valientes y fuertes. Pero hay también aquellas en las que la integración ha fallado, en las que la conducta masculina ha avasallado y suprimido el principio femenino. Estas son las mujeres masculinas, brutales, hiperactivas, salvajes, las Xantippes que no son solo activas sino más bien agresivas. En muchas mujeres, esta masculinidad primitiva se expresa también en su vida erótica, por lo que su enfoque del amor tiene un carácter masculino y no está determinado por el sentimiento, como es natural en las mujeres, sino que funciona por si mismo, separado del resto de la personalidad, como ocurre en general con los hombres. Sin embargo, podemos suponer que las mujeres ya han asimilado las formas más primitivas de la masculinidad. En general decimos que ya han encontrado, tiempo atrás, su aplicación en el modo de vida femenino; desde hace mucho ha habido mujeres cuya fuerza de voluntad, claridad de propósito, actividad y energía les ha servido como impulso en sus vida. El problema de la mujer de hoy en día parece recaer en su actitud hacia el animus-logos, al elemento masculino-intelectual, en un sentido más acotado, pues la expansión de la conciencia y su desarrollo en todos los campos, parece ser un mandato ineludible -así como también un don- de nuestro tiempo. Un ejemplo de lo anterior es el hecho que junto a los descubrimientos e invenciones de los últimos cincuenta años, también hemos visto la aparición del llamado movimiento feminista, la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos con el hombre. Felizmente, hoy en día hemos sobrevivido al peor resultado de esta lucha, que seria la "mujer sabelotodo". La mujer se ha dado cuenta que no puede parecerse enteramente al hombre, pues en primer lugar es una mujer y debe sentirse como tal. Sin embargo, queda claro que algo del espíritu masculino ha madurado en la conciencia de la mujer y ahora debe encontrar su lugar y ser eficaz dentro de la personalidad. Una parte importante del problema del animus reside en conocer estos factores, para ordenarlos de manera que puedan jugar un rol significativo.

De vez en cuando oímos decir que no hay necesidad que la mujer se ocupe de los asuntos intelectuales o espirituales, que es solo una tonta imitación del hombre o un impulso competitivo rayano en la megalomanía. A pesar de que esto es cierto en muchos casos, especialmente el fenómeno ocurrido al comienzo del movimiento feminista, de todas formas como explicación del asunto no está justificado. Ni la arrogancia ni la insolencia nos da derecho a la audacia de desear ser Dios (esto es, como un hombre; no somos ni como la Eva antigua, tentada por la belleza de la fruta del árbol de la sabiduría, ni hay una víbora que nos aliente a disfrutarla). No, ha llegado a nosotras algo así como un mandato, una orden; nos enfrentamos a la necesidad de morder esta manzana, sea que creamos que es buena o no, estamos enfrentadas al hecho de que el paraíso natural e de inconsciencia en el que a la mayoría de nosotras nos gustaría quedarnos alegremente, se ha ido para siempre.

Así es como están las cosas esencialmente, aun si en la superficie parecen diferentes. Y debido a que se trata de un momento crucial no debemos asombrarnos ante los esfuerzos infructuosos o las exageraciones grotescas, ni mucho menos permitirnos ser intimidadas por ellos.

Continuará

NOTAS
1. C.G.Jung - Psychological Types (tipos psicológicos) New York:Harcourt, Brace & Co. Incl., 1926. Chap XI, sects 48,49; también The Relation between the Ego and the Unconscious (la relación entre el Ego y el Inconsciente) en Two essays on analytical psychology (dos ensayos sobre psicología analítica) - Bollingen series XX. New York: Pantheon Press, 1953, Pt II, Cap.II.
2. Con referencia al concepto de la realidad psíquica, ver la obra de C.G.Jung, especialmente "TiposPsicológicos" Cap. I

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