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Carta a una hija

Dr. José Oseguera*

Mi muy querida Mayita:

Durante muchos días, me insististe ir a correr conmigo en una de las carreras que yo hago. Te dije que pronto participarías con Papito en una de ellas. La semana pasada me habló la Dra. Arceo y me invitó a correr la carrera de la Zona de 5 km, el día 6 de diciembre del 2009. Le pregunté si te podía llevar; me dijo que sí, siempre y cuando yo fuera contigo. Entonces inmediatamente te dije que la Dra había aceptado que corrieras.

El sábado 5 de diciembre después de hacer todas nuestras tareas pasamos al restaurant y a la clínica de la Dra. Arceo para inscribirnos. Ella nos recibió, te abrazó y te dio un beso. Nos dieron el número de papá y el tuyo; la Dra tenía una cinta para tu cabeza y una pulsera. Todo estaba preparado para correr el día 6.

Tú y tu hermano querían que los llevara a la venta nocturna de Liverpool. Fuimos un rato en la noche para que vieran algunos juguetes. Ya cansados, nos sentamos a cenar; comimos y decidimos regresar a casa. Teníamos que acostarnos para levantarnos temprano e ir a correr.

El día 6 de diciembre llegó. Eran las 6:30 AM. Me desperté pero decidí dormirme otro ratito. No imaginé que unos minutos después, estarías en mi recámara despertándome para irnos a la carrera. Me dijiste: Papito, ¿qué hora es? ¡Se nos va a hacer tarde! Te contesté que era temprano. Que teníamos tiempo para arreglarnos e irnos. Te acostaste en mi cama, nos abrazamos y nos dormimos un ratito más.

A las 7 de la mañana, decidimos levantarnos y vestirnos para salir. Tú te pusiste tus pants, calcetines y zapatos; mientras, yo te pegaba tu número. Te amarré tu cinta en la cabeza que decía “Alia2 por el planeta”. Y todo estaba listo para salir. Te acordaste que teníamos que tomar un licuado con leche, soya y almendras.
Nos sentamos y rápidamente lo saboreamos; el resto te lo llevaste para que en la camioneta te lo terminaras.

Llegamos y buscamos donde estacionarnos; tenías muchas ganas de llegar al lugar. Cuando llegamos –a las 7:45 de la mañana– viste que todos los corredores estaban calentando. El calentamiento por parte de las instructoras comenzó y tú te acercaste para ver la tabla gimnástica. Cuando terminó, todo mundo se preparaba para arrancar. Aprovechaste saludar al esposo de la directora del Colegio Americano, quien es mi amigo y fue a correr con su hija. Me comentaste que no lo conocías.

Para iniciar la carrera, te dije que iríamos corriendo en la parte de atrás para que no nos fueran a atropellar los corredores. La carrera comenzó a las 8:15 de la mañana. Ambos, tú y yo, comenzamos nuestra primera carrera juntos.

El inicio no fue sencillo; la calle de Méndez fue de subida. Ésto, además de que la respiración se iba incrementando, provocaba dificultad. Sin embargo, nuestra ilusión no podía ser manchada por el cansancio.

Desde que comenzamos a correr te iba diciendo cómo podías respirar: dos aspiraciones grandes hacía adentro y una respiración profunda hacía afuera. Te decía que eso te ayudaría a que tus pulmones estuvieran siempre llenos con oxigeno limpio. Y que tu cansancio no fuera tan rápido.

Al principio te llevaba de la mano para poder guiarte; en unos cuantos metros quisiste correr solita. Te sentiste fuerte y pensaste que hacerlo independiente era mejor, era más cómodo.

Estábamos cerca de nuestro primer kilómetro. Dimos vuelta en la fuente del chorro hacia la Pizzeria D´Bari. Te pregunté que como ibas; me dijiste que bien. Sólo te comenté que no dieras tus pasos tan largos. Que no arrastraras los pies para que no te frenaras y gastaras energía; al final la necesitarías mucho para terminar la carrera.

Así nos fuimos. No paraba yo de decirte de los pasos y de la respiración; por momentos se te olvidaba respirar continuamente y te sofocabas. Poco a poco, gradualmente empezábamos a rebasar a algunos corredores. ¿Te acuerdas? Pasamos a cinco señoras; se admiraron de tu fuerza, de tu ímpetu. ¿Te acuerdas lo que decían? ¿Cómo una niña tan chiquita corre esta carrera? Todo mundo pensaba que nos vería nuevamente en el camino, caminando o detenidos por el cansancio.

Llegamos a Fábricas de Francia. Era el segundo kilómetro. Antes de llegar me dijiste que la gente se cruzaba la calle. Que los coches no se detenían. Te comenté que sólo había que tener cuidado. Te pregunté que cómo te sentías; bien, respondiste. Insistí en la respiración y en los pasos; no dejes de hacerlo para que no te canses. “Tú puedes hacerlo; ésto es sólo un entrenamiento, comparado con tus ejercicios diarios de gimnasia”. “Tú puedes hacerlo; eres muy fuerte”. Te insistía.

Dábamos vuelta en Home Depot enfrente a Walmart. Era casi el tercer kilómetro. Ahí empezaste a sentir el cansancio, el peso de tus piernas, el dolor del cuerpo, la falta de oxígeno. Ya te pesaba la chamarra; te la pedí para cargarla. El número se te iba cayendo. Te dije, vamos. Ésto no es nada. Tú eres muy fuerte. Pasamos por un puesto de agua y te dije que tomaras “tantita”. ¡No tomes mucha para que no te canses! ¡Solo refréscate! Íbamos a punto de tomar la deportiva.
Dando vuelta en la Deportiva; en el kilómetro tres, me dijiste, por primera vez que estabas muy cansada. ¡Qué te querías parar! Te dije ya mero. Acorta los pasos. Eso es como pararse. Te ayuda a que el corazón se detenga un poco y que gastes menos energía. Mira ya vamos a entrar a Mario Brown. Te dije que pronto, en la próxima esquina, nos pararíamos. ¡No era cierto! Era una manera de bajar tu tensión.

Empecé a platicar contigo de tus actividades de gimnasia, de las vacaciones, de cómo íbamos a disfrutarlas. Empezaste a pensar de los juguetes de navidad. De lo que te gustaría tener. Así se te olvidó detenerte y nos dio tiempo de llegar al kilómetro cuatro y tomar la entrada a la calle de Mario Brown. Me insististe en que querías pararte. Te dije, ya mero llegamos. ¡Es el último esfuerzo! ¡Como cuando tienes que dar un salto bonito en la gimnasia!

Enseguida, en la esquina vimos una casa que tiene muchas aves que siempre admiramos. Muchas de ellas estaban cerca a la reja; vimos patos, gansos, gallinas de guinea, pavos reales y otras especies que no conocíamos. Platicamos de lo bonitas que son éstas. ¡Sus plumas de muchos colores! Las comparamos con los canarios que tenemos en casa.

Estábamos pasando el kilómetro 4.5 y nos disponíamos a tomar la parte más difícil para ti. El cierre en una subida antes de llegar al Hospital del Niño en Méndez, sería complicado. ¡Me dijiste que ya no aguantabas! ¡Que te dolían las piernas y el cuerpo; te dije es el último “estirón”! Acuérdate que te comenté que tenías que guardar energía para el final. Aquí es la parte más importante de la carrera; hay que terminarla para obtener tu medalla. ¡Es muy poquito lo que falta! Estuviste de acuerdo; sin embargo, sorpresivamente empezaste a correr más rápido. Pasamos a más corredores. Al llegar a Méndez –faltando escasos 300 m para la meta – seguías corriendo, rebasando a más personas. Te dije mira, ya llegamos. Es lo último….aguanta un poco más, ten fuerza, toma agua para que te refresques….

En esos momentos los pasos eran devorados por ti. Sabía que la meta era un símbolo para demostrarte el nivel de la fuerza y confianza en ti misma. Para quererte. Para respetarte. Para saber qué tan alto puedes llegar cuando algo te convence. La meta iba llegando. Nosotros nos íbamos acercando. El cansancio, el dolor y el sufrimiento de tu primera carrera eran poca cosa comparados con tus pensamientos de triunfo. Con tu sonrisa. Con tu sonrisa entregada a Papito. Las últimas palabras antes de llegar fueron: tú pudiste, lo estás haciendo, terminaste, ésto es un triunfo enorme. Tú puedes hacer todo lo que tú quieras….

En eso la meta nos alcanzó. Nos abrazó imaginariamente. Nos contuvo. Nos provocó un mar de sentimientos que sólo fueron parados cuando nos detuvimos para abrazarnos. Para levantarte y decirte al oído; felicidades mi amor. ¡Me has sorprendido! ¡Qué orgulloso estoy de ti! Has hecho algo que recordarás toda tu vida. ¡Este logro es único! Te servirá para que así logres todo lo que te propongas…

Caminamos un poco. Platicamos. Desencadenamos nuestros pensamientos y sentimientos. Comentamos acerca de la carrera. Tomaste agua. Te refrescaste. Aprovechamos para formarnos y recoger nuestras medallas. Esperamos pacientemente la cola hasta que llegó el momento. La Dra. Arceo premió tu esfuerzo, te dio un abrazo, un beso y te felicitó. ¡Tu sonrisa era hermosa!

Mi niña preciosa, a partir de esta carrera –la primera en tu vida– tú has aprendido el valor de la fuerza, de la alegría, de la disposición, de la entrega. Has aprendido que cuando tú quieras lograr algo en tu vida, lo que necesitas es hacerlo con amor, pero sobre todo hacerlo bien y siempre. Ser constante es la clave. ¡Nunca dejes lo que comienzas aunque a la mitad quieras abandonarlo!

En la vida tendrás carreras semejantes a la de hoy; en muchas te querrás detener por cansancio, por dolor, por decepción. Pero igual que hoy, tienes que seguir adelante. Nada ni nadie puede detenerte para que obtengas lo que quieres, lo que desees. Así, las satisfacciones y triunfos te llenarán de alegría. Y tu vida será como una flor abierta; ¡como una lamida y una movida de colita de tus perritos, Puppy y Browny……!

¡Papito es para siempre! ¡Papito es para toda la vida!

Restos en mi Pensamiento

Toda esta experiencia fue tejida a la perfección en la vida de Maya y mía. La carrera fue solo un pretexto para saber el valor de la decisión. El valor del respaldo y el acompañamiento en ambos sentidos. El valor de las metas y los objetivos.

En mi mente, siempre estuvo presente la idea de que correríamos un rato y caminaríamos el resto de la carrera. Tengo que reconocer que menosprecie a mi hija. No supe valorar sus límites. Y creo, sin duda, que así me ha de pasar con otras actividades que tengo con ella.

Sin embargo, también tengo que decir que nunca dejé de motivarla durante la carrera. Siempre supe que sería una experiencia difícil; por lo tanto, tenía yo que alentarla desde el principio a dar lo mejor de sí. En la medida en que empezamos a recorrer kilómetros y que vi la manera como repetía mis recomendaciones supe que podía llegar. Mostraba entereza, tolerancia. Se dejaba ver que disfrutaba la carrera. Que iba feliz. Qué le hacía sentir muy feliz el reconocimiento de los corredores que la admiraban por su paso, por su disposición y fuerza.

Esta carrera también para mí me deja un cúmulo de conocimientos y experiencias. Por un lado, me abre una enorme ventana en la vida de Maya. Una que debe estar respaldada por mi total apoyo. Una que me permita ver literalmente la enorme flexibilidad de ella para obtener logros. Una que puede llegar a reflejarse de manera integral en su vida. En una palabra, mi presencia, mi iniciativa, pero sobre todo el reflejo del amor hacía ella, resulta ser un elemento estructural en Maya. Un elemento que puede llegar a respaldar sus objetivos reales. Eso no es nuevo. Son más bien las funciones centrales de cualquier padre. ¡Esto afianza mis pensamientos!

Por otro lado, creo que lo más grande que me enseñó Maya es su tolerancia y su enorme paciencia. Aunque en la vida diaria, yo pienso lo contrario, ella me enseñó que puede lograr muchas cosas, siempre y cuando yo aprenda a entenderla. Aprender a entenderla significa estar muy cerca de ella, para ayudarla a manejar sus dificultades de la mejor manera. Significa amarla intensamente y que en cada gramo de amor, haya una verdadera comunión para respaldar y desarrollar sus capacidades.

Por eso hoy estoy feliz. No sé si estoy más feliz por su logro o por haber descubierto nuevas vías de tránsito en la relación de ella conmigo. Por eso hoy más que quedarme a disfrutar el efecto narcótico del triunfo, tengo que anteponer el compromiso de ser mejor cada día para que pueda apoyar el crecimiento de mis hijos. Para que pueda impulsar sus logros, sus alegrías. Para que cumpla la verdadera función de un padre. Para qué el día que abandone mi espacio, al menos, haya logrado el objetivo principal de haber traído hijos al mundo.

JAOP/

*  Docente del Doctorado en Psicoterapia Gestalt Relacional. CEsIGue, Villahermosa.

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