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Sobre la naturaleza del Animus 3

("Sobre la Naturaleza del Animus" fue leído en el Psychological Club of Zürich (el Club de Psicología de Zürich) en Noviembre de 1931, y fue publicado por primera vez levemente ampliado en Wirklichkeit der Seele (Zürich. Rascher Verlag, 1934) La versión leída en el Club fue traducida al inglés y apareció en 1941).

Aquí llegamos a lo más significativo y esencial en el problema del animus, o sea, el componente masculino-intelectual dentro de la mujer. Me parece que mencionar este componente, conocerlo e incorporarlo al resto de la personalidad, es un tema central, que es tal vez el más importante en lo que concierne a la mujer de hoy en día. El problema tiene que ver con una predisposición natural, un factor orgánico que pertenece a la individualidad y que está destinado a tener una función. Esto explica porqué el animus es capaz de atraer energía psíquica hacia sí hasta que se convierte en avasallador y autónomo.

Es posible que todos los órganos o tendencias orgánicas atraigan hacia si mismos una cierta cantidad de energía, lo que se traduce en capacidad de acción, y que cuando un órgano en particular no recibe la cantidad de energía suficiente, se manifiestan perturbaciones o síntomas. Al aplicar esta idea a la psiquis, yo sacaría como conclusión que, debido a la presencia de una figura de animus poderosa (la tan llamada "posesión por el animus") la mujer en cuestión le presta poca atención a su propia tendencia masculina-intelectual del logos, y que, o bien la ha desarrollado poco, o no la ha empleado en la forma correcta. Quizás esto suena paradójico, pues, visto desde afuera, es el principio femenino el que aparenta estar descuidado dado que, exteriormente, la conducta de tales mujeres parece ser demasiado masculina o sugerir falta de femineidad. Pero, en esa masculinidad expuesta, yo veo más un síntoma, una señal de que algo masculino en la mujer está reclamando atención.

Es cierto que lo que es primariamente femenino es invadido y reprimido por la entrada autocrática en escena de esta masculinidad, pero el elemento femenino solo puede ubicarse en su lugar llegando a un acuerdo con el factor masculino, el animus. Ocuparse solamente de lo masculino-intelectual u objetivo no parece suficiente; esto puede observarse en muchas mujeres que han finalizado una carrera profesional y la practican con una vocación masculina e intelectual, pero que de todos modos, no han llegado a un acuerdo con el problema del animus. Tal educación y forma de vida masculinos puede haber sido logrados debido a una identificación con el animus; entonces es el lado femenino quien ha quedado relegado.

Lo necesario es que la intelectualidad femenina y el logos estén tan bien ubicados en la vida de la mujer, que haya armonía y cooperación entre lo femenino y lo masculino, de modo que ninguna de las partes sea condenada a una existencia sombría. El primer paso en el camino correcto es, por lo tanto, retirar la proyección, reconociéndola como tal, así liberándola del objeto. Este primer acto de discriminación, por más simple que parezca, es un logro muy significativo y difícil, además de un doloroso acto de renuncia. Gracias al retiro de la proyección, reconocemos que no estamos tratando con una entidad fuera nuestro sino con una cualidad interna, y vemos ante nosotras la tarea de aprender a reconocer la naturaleza y efecto de este elemento, este "hombre en nosotras", para así diferenciarlo de nosotras. Si no lo hacemos, entonces nos volvemos idénticas al animus o somos poseídas por él, lo que provoca las más dañinas consecuencias Pues cuando el lado femenino es avasallado y empujado hacia un segundo plano por el animus, fácilmente sobrevienen la depresión, la insatisfacción y la perdida del interés por la vida. Estos síntomas son evidentes y apuntan al hecho de que la mitad de la personalidad está parcialmente despojada de vida debido a la usurpación del animus.

Además, el animus puede interponerse incómodamente entre nosotras y los otros, ó entre nosotras y la vida en general. Es muy difícil reconocer tal posesión en una misma, y más difícil resulta cuanto más completa es. Por lo tanto, es una gran ayuda observar el efecto que causamos en los demás, y juzgar por su reacción si acaso esta pudo haber sido provocada por una identificación inconsciente con el animus. Esta orientación gracias a los otros es muy valiosa a lo largo del proceso (que frecuentemente excede nuestros poderes individuales) de distinguir claramente al animus y asignarle su legítimo lugar. Sinceramente pienso que sin la relación con otra persona a través de la cual orientarse, es casi imposible liberarse de la garras demoniacas del animus. Cuando estamos identificadas con el animus, pensamos, decimos o hacemos algo con la total convicción de que somos nosotras quienes lo hacemos, cuando en realidad y sin que nos hayamos dado cuenta, era el animus que hablaba a través nuestro.

Dado que el animus tiene a su disposición una especie de autoridad agresiva y poder de sugestión, con frecuencia es muy difícil notar que un pensamiento u opinión ha sido dictado por él y no es nuestra verdadera convicción. Adquiere esa autoridad por su conexión con la mente universal, pero la fuerza de sugestión que ejerce se debe a la propia pasividad en el pensamiento de la mujer y su correspondiente falta de capacidad critica. Las opiniones o conceptos, generalmente emitidas con gran aplomo, son características del animus. Lo son en la medida en que, dado que corresponden al logos, son generalmente conceptos válidos o verdades que, si bien pueden ser ciertas en si mismas, no encajan en la instancia dada, pues no toman en cuenta lo que es individual y especifico en una situación en particular. Los juicios irrebatibles, las ideas preconcebidas de esta clase son aplicables a las matemáticas, donde dos más dos es siempre cuatro. Pero en la vida no es así, allí provocan conflicto, ya sea con sujeto en cuestión o con cualquier persona a quien se dirigen. También le afecta a la mujer que emite un juicio tan categórico sin haber tomado en cuenta sus propias reacciones.

La misma clase de pensamiento aislado aparece en un hombre cuando se identifica con la razón y el principio del logos y no piensa por si mismo, sino que deja que "éste" piense. Tales hombres están naturalmente dotados para encarnar el animus de una mujer. Pero no puedo extenderme más en esto pues me interesa aquí exclusivamente la psicología femenina.

Una de las maneras más importantes en las que se expresa el animus es emitiendo juicios, y como sucede con los juicios así es con los pensamientos en general. Desde adentro se agolpan en la mujer de forma categórica e irrefutable. O, si vienen de afuera, ella los adopta pues le parecen convincentes o atractivos. En estos casos, no siente la urgencia de analizar detenidamente las ideas que adopta y, quizás, difunde posteriormente. Su poco desarrollado poder de discriminación da como resultado el aceptar ideas tanto válidas como inútiles con el mismo entusiasmo o con el mismo respeto, pues todo lo que le sugiere la mente le impresiona enormemente y ejerce una misteriosa fascinación sobre ella. Esto explica el éxito de tantos embaucadores que logran incomprensibles efectos con una especie de pseudo-espiritualidad. Por otro lado, su falta de discriminación tiene un lado positivo; hace a la mujer poco prejuiciosa y por lo tanto más capaz de descubrir y valorar los valores espirituales más rápidamente que un hombre, cuyo poderoso sentido critico tiende a hacerlo tan desconfiado y prejuicioso que frecuentemente le toma más tiempo reconocer un valor que las personas menos prejuiciosas habían notado mucho antes.

El verdadero pensamiento de las mujeres (me refiero a las mujeres en general, sabiendo que hay muchas muy superiores a este nivel que ya han discriminado su pensamiento y su naturaleza espiritual notablemente) es principalmente práctico, atento y diligente. Lo podríamos describir como un sano sentido común, y está dirigido generalmente a aquello que está cerca y es personal. Hasta aquí funciona adecuadamente en su lugar y no pertenece a lo que describimos como animus en el sentido estricto de la palabra. Sólo cuando el poder mental de la mujer ya no está aplicado solamente a sus tareas diarias sino que se proyecta más adelante en busca de un nuevo campo de actividad, ahí es cuando entra en juego el animus. En general, se puede decir que la mentalidad femenina manifiesta un carácter infantil, poco desarrollado, casi primitivo; en lugar de sed de conocimiento, es curiosidad; en vez de juicio, es prejuicio; en lugar de pensamiento, es imaginación o ensueño; en vez de voluntad, es deseo.

Donde el hombre asume los problemas objetivos, la mujer se contenta con pasatiempos, donde él lucha por el conocimiento y la comprensión, ella se contenta con la fe o la superstición, o hace suposiciones.

Claramente, estas son etapas bien predeterminadas que pueden observarse en las mentes de los niños y en la gente primitiva. De este modo, la curiosidad de los niños y los primitivos nos es familiar, así como también el rol que juegan la fe y la superstición. En el Edda hay un concurso de acertijos entre el errante Odin y su anfitrión, un recuerdo de la época en la que la mente masculina se ocupaba de resolver acertijos, tal como la mente de la mujer hoy en día. Cuentos similares han llegados a nosotros desde la antigüedad y la Edad Media. Tenemos el acertijo de la Esfinge, o el de Edipo, el enigma de los sofistas y los académicos. El tan llamado pensamiento mágico (ilusorio, soñador) también corresponde a una etapa definida en el desarrollo de la mente. Aparece como tema principal en los cuentos de hadas, a menudo caracterizando algo del pasado, como cuando los cuentos se refieren "al tiempo cuando los deseos eran todavía útiles". El desear que algo le suceda mágicamente a alguien se basa en la misma idea. Grimm, en su mitología germana, apunta a la conexión entre los deseos, la imaginación y el pensamiento. De acuerdo a él:

"Un antiguo nombre noruego para Wotan u Odin parecía ser Oski, o Deseo, y las Valkirias también eran llamadas Damas del Deseo. Odin, el dios-viento errante, el señor del ejercito de espíritus, el inventor de las runas, es un típico dios espíritu, pero de forma primitiva, más cercano a la naturaleza"

Como tal, es el dios de los deseos. El es no solo el que otorga aquello que es bueno y perfecto, como se lo entiende desde los deseos, sino es aquel que, cuando se lo invoca, puede crear por medio del deseo. Grimm dice, "El deseo es el poder creador, rítmico, efusivo, portador: Es el poder que da forma, imagina, piensa, y es por lo tanto, imaginación, idea, forma". Y en otro lugar escribe: "En Sánscrito "deseo" es llamado curiosamente manoratha, la rueda de la mente. Es el deseo el que hace girar la rueda del pensamiento".

El animus de la mujer en su aspecto divino y sobrehumano es comparable a ese espíritu y dios-viento.

Encontramos al animus en una forma similar en los sueños y las fantasías, y este personaje-deseo es peculiar al pensamiento femenino.

Continuará

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