Emma Jung
("Sobre la Naturaleza del Animus" fue leído en el Psychological Club of Zürich (el Club de Psicología de Zürich) en Noviembre de 1931, y fue publicado por primera vez levemente ampliado en Wirklichkeit der Seele (Zürich. Rascher Verlag, 1934) La versión leída en el Club fue traducida al inglés y apareció en 1941).
Si tenemos en cuenta que la facultad de la imaginación es para el hombre nada menos que el poder de crear, a voluntad, una imagen mental de cualquier cosa que él elija, y que a esta imagen, a pesar de ser inmaterial, no se le puede negar su realidad, entonces podemos entender porqué a imaginar, pensar, desear y crear se los ha catalogados como equivalentes. Es posible que una realidad espiritual, o sea, un pensamiento o una imagen, pueda ser tomada como real y concreta, especialmente en un nivel relativamente inconsciente, donde la realidad externa e interna no están bien diferenciadas sino que fluyen una dentro de la otra. En los primitivos, también, se encuentra este equivalente entre lo externo y concreto y la realidad interior espiritual. (Lévy-Bruhl[4] da muchos ejemplos de esto, pero esto nos desviaría del tema). El mismo fenómeno se expresa claramente en la mentalidad femenina.
Profundizando un poco, nos sorprende sobremanera descubrir cuán frecuentemente pensamos que las cosas suceden de cierta forma, o que una persona que nos interesa hace esto o aquello o va a hacer lo otro. No hacemos pausa para comparar estas intuiciones con la realidad. Estamos convencidos de la verdad de esas ideas o al menos nos inclinamos a suponer que la simple idea es cierta y que corresponde a la realidad. Otras fantasías son tomadas como reales y pueden a veces hasta aparecer en forma concreta. Una de las actividades del animus más difíciles de percibir está en esta área, o sea, la construcción de la imagen-deseo de uno mismo. El animus es un experto en influir, bosquejar y dar forma plausible a la imagen propia, tal como nos gustaría que nos vieran, por ejemplo, la "amante ideal", la "atractiva niña desvalida", la "abnegada doncella", la "persona extraordinaria y especial", la que "nació para algo mejor", y así sucesivamente. Esta actividad le otorga al animus poder sobre nosotras hasta que, voluntariamente o a la fuerza, decidamos sacrificar esa colorida y hermosa imagen y nos veamos tal cual somos realmente.
Frecuentemente, la mentalidad femenina cae en una cavilación retrospectiva orientada a pensar en lo que deberíamos haber hecho distinto con nuestra vida o como deberíamos haberlo hecho mejor; de esta forma armamos series de conexiones causales. Nos gusta llamar a esto "pensamiento", pero en realidad es una forma de actividad mental improductiva y sin sentido, una actividad mental que ciertamente conduce solo al propio tormento. Aquí también se observa una falla característica que es la de no poder discriminar entre lo que es real y lo que es imaginario.
Podríamos decir entonces, que mientras no se ocupe de del sentido común practico, el pensamiento femenino no se puede considerar como tal, sino más bien como un soñar, imaginar, desear, o temer (o sea, deseo negativo). El poder y autoridad que ejerce el animus se puede explicar en parte por una dificultad para distinguir entre la imaginación y la realidad. Dado que lo que le es propio a la mente -es decir, el pensamiento- posee un carácter de realidad indiscutible, lo que dice el animus también parece ser indiscutiblemente cierto. Y ahora llegamos a la magia de las palabras. Una palabra, al igual que una idea, tiene el efecto de realidad para las mentes indiferenciadas. El mito bíblico de la creación, por ejemplo, donde el mundo emana de la palabra de su Creador, es una expresión de esto. El animus también posee el poder mágico de las palabras, y por lo tanto, los hombres que tiene el don de la oratoria pueden ejercer un fuerte poder sobre las mujeres, tanto para bien como para mal. ¿Me equivoco al decir que la magia de la palabra, el arte de hablar, es la cualidad en un hombre de la que una mujer muy frecuentemente cae presa y seducida?
Pero no es sólo la mujer la que cae bajo el hechizo de la magia de la palabra, el fenómeno es válido en todas partes. Desde las sagradas runas de la antigüedad, los mantras Indios, las oraciones, y las formulas mágicas de toda índole, hasta las expresiones técnicas y los eslogans de nuestro tiempo, todas son testigos del poder mágico del espíritu que se ha hecho palabra. Sin embargo, se puede decir que la mujer es más susceptible a tal hechizo que un hombre del mismo nivel cultural. El hombre, por naturaleza, tiene la necesidad de entender las cosas con las que se encuentra; los niños muestran predilección por desarmar sus juguetes para ver como son adentro o como funcionan. En una mujer, esta necesidad es menor. Ella puede operar maquinas o instrumentos sin siquiera ocurrírsele o interesarle como están construidos. Igualmente, ella se puede impresionar con una palabra cuyo sonido le resulte significativo sin saber lo que quiere decir. El hombre tiende mucho más a buscar su acepción o significado.
La manifestación más peculiar del animus no aparece en una imagen formada (Gestalt) sino más bien en palabras (logos, que también significa palabra). Llega a nosotros como una voz que hace comentarios sobre todo lo que nos ocurre y que generalmente imparte reglas de conducta. Así es como frecuentemente percibimos que el animus es diferente del ego, mucho antes de que se cristalice en una figura personal. Por lo que he podido observar, esta voz se expresa principalmente de dos maneras. Primero, la oímos desde una crítica, generalmente un comentario negativo acerca de algún hecho o acción nuestros, como un examen puntual de todos nuestros motivos e intenciones; esto naturalmente provoca sentimientos de inferioridad y tiende a frustrar cualquier iniciativa o deseo de auto-expresión. De vez en cuando, esta misma voz puede brindar un halago exagerado; el resultado de estos juicios extremos es que oscilamos entre una consciencia de total inutilidad y un sentido desproporcionado (inflado) de nuestro propio valor e importancia. La segunda manera de hablarnos está más o menos exclusivamente ligada a emitir órdenes o prohibiciones y a pronunciar puntos de vista comúnmente aceptados. Me parece que aquí están expresados dos lados importantes del logos. Por un lado, tenemos lo que es discriminación, juicio y entendimiento; por el otro, el compendio y establecimiento de normas. Podríamos concluir tal vez que en la primera instancia, la figura del animus aparece como una persona, mientras que en la segunda aparece como una pluralidad, una especie de
Consejo. La discriminación y el juicio son principalmente individuales, mientras que la instauración y puesta en práctica de normas presupone un acuerdo por parte de muchos y es por lo tanto mejor expresado por un grupo. Es bien sabido que es raro en la mujer una facultad mental realmente creativa. Hay muchas mujeres que han desarrollado su poder de pensamiento, discriminación y criticismo a un alto grado, pero hay muy pocas que son realmente creativas tal como el hombre. Hay un dicho malicioso que dice que si el hombre no hubiera inventado la cuchara, ¡aun estaríamos revolviendo la sopa con un palillo!
La creatividad de la mujer encuentra su expresión en la esfera del vivir, no sólo en su función biológica como madre sino en el dar forma a la vida en general, sea a través de su actividad como educadora, como compañera del hombre, como madre en su hogar o en alguna otra forma. El desarrollo de relaciones es elemental para dar forma a la vida, y este es el verdadero campo del poder creativo femenino. Entre las artes, el teatro es el ámbito en el que la mujer puede lograr igualdad con el hombre. En la actuación, la gente, las relaciones y la vida toman forma, así que allí es donde la mujer es tan creativa como el hombre. También nos encontramos con elementos creativos en los productos del inconsciente, en los sueños, fantasías o frases que le nacen espontáneamente a la mujer. Estos contienen con frecuencia pensamientos, visiones, verdades, que son de una naturaleza puramente objetiva y absolutamente impersonales. La mediación entre tal conocimiento y tal contenido es esencialmente la función del animus superior. En los sueños a menudo encontramos símbolos científicos abstractos que rara vez se pueden interpretar a nivel personal, sino que representan descubrimientos objetivos que dejan a la soñante totalmente asombrada. Esto es más evidente en las mujeres que tienen una función de pensamiento poco desarrollada o tienen un bajo nivel cultural. Conozco una mujer en quien la función pensamiento es la "función inferior"[5] y cuyos sueños generalmente mencionan problemas de astronomía o física, y también sobre diversos temas técnicos. Otra mujer, bastante irracional como función superior, cuando se le pidió que reproduzca algo del contenido inconsciente, dibujó figuras geométricas, estructuras de cristales, como las que se encuentran en los textos de geometría o mineralogía. Para otras, el animus les otorga visiones del mundo y la vida que van más allá de su pensamiento consciente y muestran una cualidad creativa indudable. Sin embargo, el campo donde florece la actividad creativa de la mujer más claramente es en el de las relaciones humanas. El factor creativo emana desde el sentimiento unido a la intuición o la sensación, más que desde la mente en el sentido del logos. Aquí el animus se puede tornar peligroso porque penetra en la relación en el lugar del sentimiento, haciéndola imposible o muy difícil. Puede suceder que en vez de comprender una situación -o a otra persona- a través del sentimiento y la correspondiente acción, pensamos algo sobre la situación o la persona y ofrecemos entonces una opinión, en lugar de una reacción humana. Esto puede ser correcto y bien intencionado hasta inteligente, pero no causa el efecto deseado, hasta puede causar el efecto contrario pues es correcto solo de una manera objetiva.
Subjetivamente, desde un lugar humano, esto es dañino, pues en un momento dado, la pareja, o la relación podrían ser mejor asistidas por la empatia del sentimiento que por el discernimiento o la objetividad. Sucede a menudo que una mujer asume tal actitud objetiva creyendo que se está comportando admirablemente, pero la realidad es que arruina la situación completamente. Es sorprendente lo difícil que es darse cuenta que el discernimiento, la razón y la objetividad son inadecuadas en ciertas circunstancias. Sólo puedo explicar esto por el hecho de que las mujeres acostumbran pensar que la forma masculina de encarar ciertas cosas es más conveniente o mejor que la femenina, hasta superior a ella. Creemos que la actitud objetiva masculina es mejor en ciertos casos que la femenina, más personal. Esto es especialmente cierto en las mujeres que han logrado un nivel de conciencia y apreciación por los valores racionales.
Aquí llego a una importante diferencia entre el problema del animus de la mujer y el anima del hombre, diferencia que me parece no haber recibido la debida atención. Cuando un hombre descubre su anima y llega a un acuerdo con ella, debe asumir algo que siempre le pareció inferior a él. Cuenta poco el hecho de que la figura del anima, sea esta una imagen o una persona real, sea tan fascinantemente atractiva y por lo tanto valiosa. Hasta ahora en nuestro mundo, el principio femenino siempre fue percibido como inferior cuando se lo comparó con el masculino. Recientemente hemos comenzado a hacerle justicia. Expresiones tales como "sólo una niña lo haría" o "un niño no haría eso" se les dice frecuentemente a los niños para sugerirles que su conducta es reprochable. A su vez, nuestras leyes nos muestran claramente cuan amplio es el concepto de inferioridad de la mujer, y como ha prevalecido. Aun hoy, en muchos lugares, la ley coloca al hombre abiertamente en una posición de privilegio con respecto a la mujer, convirtiéndolo en su guardián, en muchos casos. Como resultado, cuando el hombre establece una relación con su anima, debe descender de una altura, superar la resistencia -o sea, su orgullo- y aceptar que ella es la "Dama Soberana" (Herrín) como la llamó Sitteler, o en las palabras de Rider Haggard, "Aquella-que-debe-ser-obedecida". En la mujer, la situación es diferente. No nos referimos al animus como "Aquel-a-quien-hay-que-obedecer", sino más bien lo opuesto, porque es muy fácil para la mujer obedecer la autoridad del animus -o del hombre real- de manera servil. Ella puede creer que conscientemente no es asi, pero la idea de que lo masculino es superior a lo femenino está en su sangre. Este es un elemento que realza el poder del animus. Lo que nosotras las mujeres debemos superar en nuestra relación con el animus no es el orgullo sino la falta de auto-confianza y la resistencia a la inercia. Para nosotras, no es que tenemos que rebajarnos (a menos que nos hayamos identificado con el animus) sino más bien elevarnos. En esto, a veces fallamos por falta de coraje o fuerza de voluntad. Nos parece presuntuoso oponer nuestra propia convicción a los dictámenes del animus, que nos parecen generalmente validos. Para una mujer, elevarse hasta el punto de lograr una independencia espiritual tiene un alto costo. Pero, sin esta especie de rebelión nunca será libre del poder del tirano, nunca se encontrará a si misma, no importa cuanto sufra. Visto desde afuera, a menudo parece lo contrario; con frecuencia se observa en la mujer una seguridad y aplomo arrogantes, poca o nada de modestia o falta de confianza. En realidad, esta actitud desafiante, auto-afirmada, y agresiva debería estar dirigida al animus, como a veces se intenta, pero generalmente es una señal de una identificación más o menos profunda con él (animus).
NOTAS
4. Lucien Levy-Bruhl. Primitive mentality (mentalidad primitiva) Londres: G. Alien & Unwin Ltd., 1923 y The soul of the primitive (el alma de los primitivos). New York: The Macmillan Co., 1928
5. C.G. Jung. Psychological Types Cap.XI, sec. 30
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