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La Luz de mi Sonrisa…

Dr. José Oceguera

Mi experiencia en la vida de mis hijos ha sido, como todo en este mundo, mitad éxito, mitad intento. Ni un paso de gloria ni tampoco uno de derrota; no podía ser de otra manera a mis 46 años y con cinco años en una lucha porque permanezcan junto a mí. Las cosas buenas son en esencia una parte de lo que sostiene mi vida día a día. Estas revelan ser la estructura de lo que alimenta a mi persona para hacer que el día amanezca, que mis ojos se abran lentamente a la luz de un nuevo día. Que mi aprendizaje re-aprenda, reconstruya, transforme. Las cosas buenas son sencillamente contar con la presencia de ellos, no hay duda; sus juegos, sus risas, sus cuadernos son mis saldos cada noche. La alegría de cumplir un día más con metas cubiertas; la satisfacción que ofrece proponernos nuevos retos en conjunto e individuales.

Mis éxitos con ellos –más allá del pensamiento– son una parte medular que permite literalmente el movimiento de los músculos; los de la boca se relajan, los de las piernas me aguantan, los de las manos buscan formas y responden al estimulo. Nuestros triunfos son una acción virtual que se deposita en mi conciencia. Es una muestra simbólica que busca reflexión. Es un argumento mental que rebusca día a día en pocilgas, en los que muchos depositan sus incertidumbres, sus derrotas, sus arrepentimientos, sus tiempos no vividos. Lugares y razones que para mi resultan verdaderos eslabones y encuentros con la vida. Desechos que para mí se convierten en verdaderos artífices de pensamiento, promotores de encuentros inconmensurables entre mi realidad y mi imaginación. Ahí se encuentran lecturas e historias que se escribieron en libros inexistentes, que se empolvan en anaqueles del olvido.

Mis intentos en esa experiencia –afortunadamente– casi siempre tienen un significado provisional. Sin esperar resultados finales, critico lo parcial, fiscalizo el proceso, me angustio en el camino y le resto valor a mis planes mentales. Indudablemente, con ésto freno mi esfuerzo, reconsidero el camino, observo a detalle los avances. Aún con toda la predisposición que hay por delante, también me permite evitar el regreso. Hacer dos veces las mismas cosas, corregir los errores al final y volver a re-escribir la trama sin actores. Y es que ya no lo podría hacer, porque a excepción de mi presencia, mis hijos cambian los escenarios y telones rápidamente; ya los veo de lejos jugueteando en otro tiempo de su historia.

Mis intentos no son en realidad algo inamovible, que como último desenlace tenga el arrepentimiento, la tristeza. Son más bien pequeños escollos resultado del esfuerzo, de la tarea, del cansancio, de la acumulación de las experiencias y el tiempo. Son renuncias momentáneas, son desacuerdos por el choque de valores y percepciones personales. Son triunfos a largo plazo con metas abundantes que se atoran en los caminos estrechos del corto plazo. Son la desesperación y el ansia de llegar. Son la poca acumulación de componentes que crean y recrean la paciencia. Son la cola interminable de algunos que deciden ir de compras en quincena. Son todo y nada porque solamente su contexto está en la imaginación de la desesperanza temporal.

Mis intentos y mis triunfos resultan ser el impulso de mi vida. Ni por ser intentos son tan importantes, ni por ser triunfos suelen ser perpetuos. Mis intentos y mis triunfos están conectados más bien de una manera especial. La presencia de unos no niega la existencia de los otros. La desaparición temporal de unos no asegura el negro o el blanco como fin. Unos tienen su historia; otros tienen sus metas. Unos mentalmente me nutren; los otros simplemente despiertan una sonrisa…

12 de julio de 2009

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