Juan Roberto Cervantes Vazquez
El hablar o escribir sobre la muerte es algo difícil para muchas personas, pero ¿por qué es así?, ¿acaso no es un proceso natural de la vida? Siendo fríos u objetivos (como se prefiera), la muerte es un aspecto natural de cualquier ser vivo, desde la bacteria más ínfima hasta la ballena azul, que es el animal más grande del mundo, pasan por este trance que, en un sentido, marca el fin de un ciclo y tal vez hasta de una función que cumplían en este mundo; por otro lado es la transformación natural de la materia, lo que en algún momento conformó un cuerpo se vuelve parte integral de la tierra, es absorbido y promueve la vida desde un nuevo sitio.
En el ser humano esta perspectiva tiene mucha validez y hasta aceptación pero muchas veces, cuando se toca el tema, pareciera que las personas se enfrentan a una tragedia y realmente en muchos sentidos se vive así, ¿por qué o para qué? La respuesta puede tener muchas vertiente pero, pienso, una de las más importantes es que dotamos de significado a la vida, trascendemos en nuestras concepciones el nivel biológico, es decir, a través de la historia hemos llevado a la vida al nivel simbólico tanto en el ámbito social como individual, le damos valores, la idealizamos y encumbramos; así mismo la muerte, sobre todo en la sociedad occidental, ha sido valorizada de forma negativa por ser una imposibilidad de ser aunque no sea así para el existir. Esto último resulta muy importante para las personas ya que en muchas sociedades, incluyendo la mexicana, la muerte es vista como un nuevo paso a otro plano existencial , o sea, tanto el alma o esencia de la persona como su cuerpo mutan para tener un continuo negando (o evadiendo) la posibilidad del aniquilamiento total . (1)
A partir de esto socioculturalmente creamos o construimos ideas, suposiciones, creencias o fantasías sobre la muerte desde la vida misma, no lo veo en si como un recurso de negación, sino como un intento de construir lo desconocido a partir de la única perspectiva que conocemos que es la vida. Esto, pese a que es importante, no responde a la cuestión de ¿por qué, en muchos casos, la persona teme a la muerte? Y aunque de antemano pienso que no lo podré hacer del todo, en las siguientes líneas intentaré buscar parte del origen de esta idea.
En el pensamiento Occidental ésto se puede rastrear desde la visualización del ser humano como un ser superior y diferente a los demás habitantes del planeta. Esta concepción se construye desde la antigua cultura griega que sirve de base para la filosofía actual; el ser humano descompone su mundo para entenderlo, pero también se fragmenta a si mismo tratando de encontrar su esencia, de comprender su mente, sus ideas e incluso su propio origen. Esto a la postre lo ubica, ante él mismo, como un ser superior en el mundo capaz de crear, construir y destruir casi a placer, de controlar la naturaleza y modificarla para adaptarla a sus necesidades. El ser humano se auto-valora así en un nivel muy alto por su gran capacidad y posibilidad de trascender, no sólo a nivel macro, sino también a nivel personal, lo que lo dota de un significado importante para las personas que lo rodean, lo que pone en juego los sentimientos y valoraciones del colectivo hacia el individuo.
La pérdida, en este sentido, se vislumbra como algo trágico por lo que fue y la posibilidad de ser que se ve interrumpida, el significado pierde así su símbolo tangible dejando un vacío vivencial (2) en las personas por el individuo finado. En esta visión la naturaleza ha tocado algo considerado fuera de su alcance, tocó al ser superior del mundo provocando que veamos nuestra existencia finita con un futuro incierto anclando la posibilidad a la nada. En este orden de ideas una pérdida repentina puede ser más dramática por la idea de “inconclusión” que la persona puede dejar en este plano existencial, la muerte entonces se ve como una amenaza desconocida que plantea, de alguna forma, la desintegración del mundo que conocemos, trastoca la cotidianidad que damos por sentada y nos da seguridad. Para ejemplificar ésto basta con recordar las construcciones, mitológicas o religiosas, que vivimos donde la luz generalmente está relacionada con la vida en este u otro plano existencial, mientras que la muerte está relacionada con escenarios oscuros que plantean desde el reposo hasta la nada total.
El origen del miedo es, a mi manera de entender el tema, la separación que hemos hecho de nosotros mismos en muchos sentidos, dotando de valores e ideales ciertos aspectos de la vida y negando otros. Desde un punto de vista gestáltico se plantea, como una manera de asimilar ésto lo más sano posible, la integración no sólo de la persona a la circunstancia sino de toda la cosmovisión para contextualizarnos, nuevamente, como parte del mundo natural en el que estamos en una relación horizontal. También el alejar, en la medida de lo posible, las valoraciones de los hechos, puede ayudar a crear una visualización más amplia, que si bien no busca inhibir el dolor, si busca reenfocar la energía generada en este hecho para vivirlo plenamente y encontrar la asimilación a partir de nuestros propios recursos y resignificar nuestra cotidianidad, trascendiendo así las valoraciones apolíneas y dionisiacas que nuestra propia sociedad y cultura han planteado.
-Bibliografía
Esteve, C. (2010). La Filosofía Gestalt y la muerte. En http://www.mundogestalt.com/cgi-bin/index.cgi?action=viewnews&id=246, recuperado el 26 de Mayo de 2010.
Nietzche, F. (2003). El nacimiento de la tragedia. Madrid: Edaf.
Schopenhauer, A. (2000). El amor, las mujeres y la muerte. México: Zeus.
(1) Lo que ya no es no existe más
(2) Incluso existencial dependiendo de las circunstancias que rodeen la pérdida.
* Estudiante de la Maestría en Psicoterapia Gestalt
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