“Al comenzar el bachillerato empecé a ir mal y me hicieron repetir curso, pero nada mejoró. En el colegio nadie hizo nada, sólo decían que era una perezosa”, cuenta Laura, una joven de 23 años que a los 17 ganó un apellido: TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad). Normalmente, este trastorno se diagnostica a edades más tempranas: “En general, el diagnóstico se establece a partir de los 6 años”, indica Anna Sans, neuropediatra del hospital Sant Joan de Déu (Esplugues de Llobregat). Es el trastorno que se estima que hoy tiene mayor incidencia entre la población infantil (lo sufrirían el 5-6% de los menores españoles), con posibilidad de persistir en la edad adulta (2-4% en adultos).
“El TDAH constituye un conjunto de síntomas que afectan al funciona-miento y el desarrollo de la vida del niño”, señala Eva Lucena, psicóloga infantojuvenil del centro de psicología barcelonés Eine. “Es un trastorno de oportunidades –resume Josep Antoni Ramos-Quiroga, psiquiatra y coordinador del programa integral del déficit de atención en el adulto en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona-. Se inicia muy pronto y sabemos que conlleva muchos riesgos si no se maneja bien.”
Pese a que en los últimos años ha ganado visibilidad social, “en mi opinión, la soledad de los padres con hijos afectados continúa”, apunta Beatriz Mena, directora de la Fundación Adana, quien asegura que “no hay sobrediagnosis”.
Hiperactividad y falta de atención están en boca de muchos. Que si los niños no atienden, que si no callan, que si no paran. Pero estas características no bastan para diagnosticar. El espectro del trastorno es más complejo y abarca “la dificultad para mantener la atención, la hiperactividad y la impulsividad, tanto cognitiva como conductual”, recoge la guía práctica para educadores del alumno con TDAH, editada por Adana.
En un 80% de los casos, parece que los genes son los responsables del TDAH. Los últimos estudios en neuroimagen evidencian “alteraciones en las zonas del cerebro que controlan la atención, la actividad motora y la impulsividad: los lóbulos prefrontales, el cingular anterior, los núcleos de la base del cerebro y el cerebelo”, detalla Ramos-Quiroga. “Falla el mecanismo para filtrar los estímulos importantes. Esto motiva que estén atentos a todos los estímulos que les envuelven, lo que origina problemas de concentración en una tarea concreta. No se procesan bien los datos ni se codifican bien los mensajes. También existe una afectación sobre el control de los impulsos”, añade Lucena.
Investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona, en colabo-ración con Vall d’Hebron, han detectado en los afectados anomalías en la estructura cerebral del sistema de recompensa, relacionado con los circuitos neuronales de motivación y gratificación.
“De pequeña siempre decían que era muy movida”, recuerda Laura. Su día a día no ha sido complicado en exceso, dice, aunque para conocer el diagnóstico “mis padres me llevaron de psiquiatra en psiquiatra y de psicólogo en psicólogo hasta que uno acertó”. Junto a la predisposición genética, se ha apuntado que el riesgo de crecer a la sombra del TDAH puede alimentarlo desde el consumo de tabaco y alcohol durante el embarazo, hasta la falta de oxígeno en el parto, nacer prematuramente o con bajo peso y una situación económica deprimida que crea estrés en el cerebro, enumeran los médicos.
Los expertos subrayan la necesidad de un buen diagnóstico temprano. Para facilitar la adquisición de hábitos que ayuden a los afectados a convivir con el trastorno. Desde el mes de febrero, Adana dispone de un programa específico para niños de entre tres y seis años. “Es un proyecto pionero en España de reeducación para el prediagnóstico de TDAH, explica la directora de la fundación. Un día a la semana seis preescolares pasan la mañana en las instalaciones de la entidad bajo la supervisión de una maestra: “Tratamos de generalizar su conducta. Que sepan cómo actuar y cuándo”.
“El deporte es una buena vía para canalizar la hiperactividad de estos niños”, añade Ramos-Quiroga. Se ha señalado que estrellas como Michael Jordan o Michael Phelps padecen TDAH. Consciente de las bondades de la actividad deportiva, Adana, en colaboración con la Fundación Johan Cruyff, fomenta también la práctica deportiva entre los pequeños afectados. “Descargan, canalizándolas bien, sus energías y aprenden nuevas actitudes y comportamientos con relación a los demás”, se explica en Adana.
Para garantizar un desarrollo sin excesivos altibajos, es fundamental seguir el tratamiento adecuado. “Cada mañana me tomo la medicación y sigo unas pautas de comportamiento”, cuenta Laura. Su caso responde al estándar: combinación de tratamiento farmacológico y terapia cognitivo-conductual. Núria Terribas, directora del Instituto Borja de Bioética, resalta la importancia de “recibir un diagnóstico y un tratamiento adecuados, así como de fomentar la participación del menor en la toma de decisiones”.
Aunque el tratamiento es caro –algunos fármacos cuestan 120 euros y se ha calculado que la terapia en conjunto ronda los 120.000 euros al año, reconoce el psiquiatra de la Vall d’Hebron-, cuando es necesario, evitarlo pone al afectado al borde del abismo a medida que crece. “Como máximo siguen el tratamiento un 10% de los adultos con TDAH, aunque es muy eficaz”, alerta el doctor.
Eludir la evaluación y la terapéutica exponen al adulto a “numerosos problemas, tanto en el trabajo como en la familia”, prosigue el especialista. Olvidos, retrasos, distracciones, interrupciones en exceso, jornadas laborales que se alargan por la dificultad de prestar atención a la tarea o aprietos para marcar límites a los hijos son algunas dificultades. Además, “las disfunciones en la personalidad favorecen que las personas con TDAH puedan desarrollar trastornos de ansiedad y depresión, síndrome de Tourette y conductas adictivas”, advierte el médico. “Los afectados sufren, por ejemplo, el doble de accidentes de tráfico que la población general, y su riesgo de suicidio también es superior”, concluye.
“El TDAH constituye un conjunto de síntomas que afectan al funciona-miento y el desarrollo de la vida del niño”, señala Eva Lucena, psicóloga infantojuvenil del centro de psicología barcelonés Eine. “Es un trastorno de oportunidades –resume Josep Antoni Ramos-Quiroga, psiquiatra y coordinador del programa integral del déficit de atención en el adulto en el hospital Vall d’Hebron de Barcelona-. Se inicia muy pronto y sabemos que conlleva muchos riesgos si no se maneja bien.”
Pese a que en los últimos años ha ganado visibilidad social, “en mi opinión, la soledad de los padres con hijos afectados continúa”, apunta Beatriz Mena, directora de la Fundación Adana, quien asegura que “no hay sobrediagnosis”.
Hiperactividad y falta de atención están en boca de muchos. Que si los niños no atienden, que si no callan, que si no paran. Pero estas características no bastan para diagnosticar. El espectro del trastorno es más complejo y abarca “la dificultad para mantener la atención, la hiperactividad y la impulsividad, tanto cognitiva como conductual”, recoge la guía práctica para educadores del alumno con TDAH, editada por Adana.
En un 80% de los casos, parece que los genes son los responsables del TDAH. Los últimos estudios en neuroimagen evidencian “alteraciones en las zonas del cerebro que controlan la atención, la actividad motora y la impulsividad: los lóbulos prefrontales, el cingular anterior, los núcleos de la base del cerebro y el cerebelo”, detalla Ramos-Quiroga. “Falla el mecanismo para filtrar los estímulos importantes. Esto motiva que estén atentos a todos los estímulos que les envuelven, lo que origina problemas de concentración en una tarea concreta. No se procesan bien los datos ni se codifican bien los mensajes. También existe una afectación sobre el control de los impulsos”, añade Lucena.
Investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona, en colabo-ración con Vall d’Hebron, han detectado en los afectados anomalías en la estructura cerebral del sistema de recompensa, relacionado con los circuitos neuronales de motivación y gratificación.
“De pequeña siempre decían que era muy movida”, recuerda Laura. Su día a día no ha sido complicado en exceso, dice, aunque para conocer el diagnóstico “mis padres me llevaron de psiquiatra en psiquiatra y de psicólogo en psicólogo hasta que uno acertó”. Junto a la predisposición genética, se ha apuntado que el riesgo de crecer a la sombra del TDAH puede alimentarlo desde el consumo de tabaco y alcohol durante el embarazo, hasta la falta de oxígeno en el parto, nacer prematuramente o con bajo peso y una situación económica deprimida que crea estrés en el cerebro, enumeran los médicos.
Los expertos subrayan la necesidad de un buen diagnóstico temprano. Para facilitar la adquisición de hábitos que ayuden a los afectados a convivir con el trastorno. Desde el mes de febrero, Adana dispone de un programa específico para niños de entre tres y seis años. “Es un proyecto pionero en España de reeducación para el prediagnóstico de TDAH, explica la directora de la fundación. Un día a la semana seis preescolares pasan la mañana en las instalaciones de la entidad bajo la supervisión de una maestra: “Tratamos de generalizar su conducta. Que sepan cómo actuar y cuándo”.
“El deporte es una buena vía para canalizar la hiperactividad de estos niños”, añade Ramos-Quiroga. Se ha señalado que estrellas como Michael Jordan o Michael Phelps padecen TDAH. Consciente de las bondades de la actividad deportiva, Adana, en colaboración con la Fundación Johan Cruyff, fomenta también la práctica deportiva entre los pequeños afectados. “Descargan, canalizándolas bien, sus energías y aprenden nuevas actitudes y comportamientos con relación a los demás”, se explica en Adana.
Para garantizar un desarrollo sin excesivos altibajos, es fundamental seguir el tratamiento adecuado. “Cada mañana me tomo la medicación y sigo unas pautas de comportamiento”, cuenta Laura. Su caso responde al estándar: combinación de tratamiento farmacológico y terapia cognitivo-conductual. Núria Terribas, directora del Instituto Borja de Bioética, resalta la importancia de “recibir un diagnóstico y un tratamiento adecuados, así como de fomentar la participación del menor en la toma de decisiones”.
Aunque el tratamiento es caro –algunos fármacos cuestan 120 euros y se ha calculado que la terapia en conjunto ronda los 120.000 euros al año, reconoce el psiquiatra de la Vall d’Hebron-, cuando es necesario, evitarlo pone al afectado al borde del abismo a medida que crece. “Como máximo siguen el tratamiento un 10% de los adultos con TDAH, aunque es muy eficaz”, alerta el doctor.
Eludir la evaluación y la terapéutica exponen al adulto a “numerosos problemas, tanto en el trabajo como en la familia”, prosigue el especialista. Olvidos, retrasos, distracciones, interrupciones en exceso, jornadas laborales que se alargan por la dificultad de prestar atención a la tarea o aprietos para marcar límites a los hijos son algunas dificultades. Además, “las disfunciones en la personalidad favorecen que las personas con TDAH puedan desarrollar trastornos de ansiedad y depresión, síndrome de Tourette y conductas adictivas”, advierte el médico. “Los afectados sufren, por ejemplo, el doble de accidentes de tráfico que la población general, y su riesgo de suicidio también es superior”, concluye.
Fuente:La Vanguardia
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