
Pretendemos reflexionar sobre la necesidad de una formación integral de la persona, porque una visión sesgada o unilateral en cuanto a la formación humana lleva a un retroceso en otros aspectos del crecimiento humano. En el proceso educativo cuando se acentúa el desarrollo en un solo sentido se crean seres humanos incompletos: todo plan de estudios que tienda al equilibrio debe ofrecer promover el desarrollo en ciencias, en técnicas, en letras, en moralidad, en vida política, en vida afectiva de los educandos; como decía Andrés Bello en uno de sus discursos “todas las facultades humanas forman un sistema, en que no puede haber regularidad y armonía sin el concurso de cada una. No se puede paralizar una fibra, una Bola fibra del alma, sin que todas las otras se enfermen”1
El probable logro de esta formación integral de las personas no depende solo de los agentes educadores (familia, maestros, instituciones) sino también de los educandos. A los maestros especialmente, ya desde antaño, se les pide competencia intelectual, competencia moral y competencia pedagógica. En este sentido resultan elocuentes consideraciones de diferentes épocas. La primera del renacentista Juan Luis Vives: "Pero muchísima más importancia que el emplazamiento del edificio escolar tiene el factor hombre. Por esta consideración posean los maestros, no solo la debida competencia para instruir bien, sino que tengan la facultad y destreza convenientes 2; la segunda de María Montessori (1870-1952): "El maestro que creyera poder prepararse para su misión únicamente por la adquisición de conocimientos, se engañaría: debe ante todo crear en eI ciertas disposiciones de orden moral” 3.
En los educandos esperamos despertar el deseo de aprender, de satisfacer la natural necesidad de conocer: "si eres amigo de aprender, seres un gran sabio" 4 le decía Isócrates a su alumno Demónico cuando le indicaba ejercicios variados para la práctica de la oratoria.
Desde la historia de la educación podemos confirmar como, sobre todo a lo largo del siglo XX, han sido una constante las afirmaciones "educar para la sociedad", "educar para la inserción laboral", "educar para el desarrollo económico" y otras similares que se expresan, por ejemplo, en el documento "Educación y conocimiento: eje de la transformación productiva con equidad" (CEPAL-UNESCO, 1992). Tales fines adjudicados, a veces de manera absoluta, al proceso educativo hacen que consideremos la educación solo como un fenómeno social o con carácter instrumental y parecen dejar de lado la centralidad de la persona humana en la educación. A tal punto ha sido así que en la VIII Conferencia Iberoamericana de Educación (Sintra, Portugal, 1998), ante la convicción de que la globalización implica oportunidades y riesgos para la sociedad y las personas, se propone recuperar el papel del ser humano como actor principal del proceso educativo; por otra parte el Pronunciamiento Latinoamericano al referirse a la necesidad de más y mejor educación concluye que a pesar de las reformas educativas implementadas en la región, los resultados no son manifiestos en el ámbito de la formación integral de las personas donde los mismos no se miden por el número de años de estudio o de certificados, sino por lo efectivamente aprendido (TORRES, 2000) intelectual, social, moral y afectivamente.
Aparece como preocupación de nuestra sociedad que los jóvenes aprendan rápidamente lo que les sirva en función de un futuro trabajo en detrimento de conocimientos que se suponen perimidos. La consideración de la actividad educativa solo en su utilidad fáctica nos dificulta la visión de la importancia de una educación del ser humano en lo humano, ya que educar no es principalmente un proceso mecánico del cual se obtienen determinados productos, sino algo ofrecido a un ser libre y libremente asumido. Todo logro educativo es limitado y tiene valor educativo en tanto moviliza a nuevas vías de perfeccionamiento. Desde esta perspectiva consideramos que la tarea de la escuela es procurar a los educandos la ayuda necesaria para que se desarrollen plenamente como personas, sin perder de vista los factores coadyuvantes (situación socioeconómica, acceso a la educación, grado de educabilidad) para la consecución de tal fin y la formación instrumental necesaria (incluye los aspectos tecnológicos básicos). Podríamos hacer nuestras las palabras de Pestalozzi refiriéndose a la educación pública en los inicios del siglo XIX:
Debemos tener presente que el fin último de la educación no es la perfección en las tareas de la escuela, sino la preparación para la vida; no la adquisición de hábitos de obediencia ciega y de diligencia prescrita, sino una preparación para la acción independiente. Debemos tener en cuenta que cualquiera que sea la clase social a que un discípulo pueda pertenecer y cualquiera que sea su vocación, hay ciertas facultades en la naturaleza humana, que son comunes a todos y que constituyen el caudal de las energías fundamentales del hombre. No tenemos derecho a privar a nadie de las oportunidades para desenvolver todas estas facultades. Puede ser discreto tratar alguna de ellas con marcada atención y abrigar la idea de llevar otras a su más alta perfección. La diversidad de talentos e inclinaciones, de planes y de aspiraciones, es una prueba suficiente de la necesidad de tal distinción. Pero, repito que no tenemos derecho a impedir al niño el desenvolvimiento de aquellas otras facultades que en el presente no podamos concebir como muy esenciales para su futura vocación o situación en la vida. (PESTALOZZI, E., 1976, p. 180).
Esto quiere decir que la educación debe procurar la formación humana propiamente dicha: o sea una formación articulada, sistemática e intencional con la finalidad de fomentar valores personales y sociales que incluyan a la persona en su totalidad. Atender a las diferencias es parte de una formación integral en la que se considera dar a cada uno lo que necesita, lo que colma sus aptitudes y apetencias19.
Fragmento de la antología “Curso Propedéutico” de la Maestría en Educación Humanista
Centro de Estudios e Investigación Guestálticos
1 BELLO, A. Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile. En: Ohms completas, vol. XXI, p. 7. Caracas: Fundacion La casa de Bello, 1982.
2 VIVES, J.L. "Ensenanza de Ias Disciplinas". En: VIVES, J.L. Obras comp/etas. Madrid: Aguilar, 1947, vol. II, p. 552.
3 MONTESSORI, M. Ideas generates sobre mi método. Buenos Aires: losada, 1948, p. 71.
4 [SOCRATES, "A Demónico", 18. en: ]SÓCRATES, Discours. Les Belles Lettres.
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