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Inteligencia Social

Reseña del libro:
Goleman, Daniel. (2006). INTELIGENCIA SOCIAL. La nueva ciencia de las relaciones humanas. Edit. Planeta

Gustavo Bello
Jefe del Departamento de Relaciones Públicas.
CESIGUE

rrpp@cesigue.edu.mx


En este libro, Goleman nos hace un detallado relato basado en experiencias propias, anécdotas de personas cercanas e investigaciones científicas que nos ayudan a entender el modo en que los seres humanos tendemos a relacionarnos con los demás en nuestra vida cotidiana y la manera en que este desarrollo social está principalmente dominado por las reacciones propias de nuestra bioquímica cerebral y la propia anatomía de éste.


Es muy interesante observar el modo en que cada una de las acciones que acompañan a nuestra vida diaria, de alguna manera están predeterminadas por nuestra propia biología como especie y que es lo que al cabo de nuestras vidas define a los seres humanos en las sociedades tal cual las conocemos.

Cada momento en que nosotros estamos en contacto con otro ser humano, es una colección de actividades cerebrales y químicas que quedan totalmente fuera de nuestro análisis por el modo automático y veloz con el que se desarrollan, sin embargo, bajo la explicación científica y sociológica del autor, pareciera encontrar lógica a todas las acciones que rigen nuestro ir y venir por el mundo, nuestras interacciones y curiosamente, los resultados que tenemos en nuestras vidas como seres individuales y al mismo tiempo como miembros de una sociedad amplia y compleja en nuestros círculos sociales íntimos, en nuestras comunidades y países y, por supuesto al final, ésto es lo que nos define como especie desde el punto de vista sociológico y neurológico.

Cada ser humano hemos pasado por diversas experiencias que nos han dejando un sentimiento de tristeza o alegría, de temor o confianza, de pánico, ira o euforia total que no parecieran dar motivo para que al momento de comparar nuestras emociones con las de alguien más tengamos una coincidencia excepcional con el desencadenamiento de emociones. Es entonces cuando esta lectura nos permite entender perfectamente por qué los seres humanos actuamos como lo hacemos bajo ciertas circunstancias, por qué podemos llegar a ser tan homogéneos en nuestros sentimientos y reacciones aunque nos encontremos separados por cuestiones geográficas o idiosincráticas y sin embargo nos conectamos, nos volvemos empáticos en lo que respecta al “sentimiento” como tal.

El entender nuestro paso por la vida como integrantes de una sociedad desde el punto de vista emocional es bastante interesante, llama la atención saber que cada decisión, cada concepto de día malo o bueno y el poder decir la típica frase de “…hizo mi día” no son puras percepciones imaginarias, sino que realmente hay todo un mecanismo cerebral detrás de ello que modifica nuestra actitud y sentimientos de acuerdo a lo que recibimos de las demás personas.

Este funcionamiento de nuestro cerebro se da desde el momento de nuestro nacimiento, en el momento en que iniciamos nuestra interacción con nuestras madres, el poder reconocer casi de manera instintiva que las mamás sonríen, que el tono de voz y los sonidos que emiten son de amor y protección, se encuentran desencadenados por partes de nuestro cerebro cuya función son coordinar nuestros sentimientos o reacciones instintivas con nuestro raciocinio, es decir, con el poder de descifrar de manera conciente las expresiones faciales y corporales para clasificarlas prácticamente de manera automática en amenazantes o amistosas e iniciar la formación de nuestra base de datos propia.

Todo este proceso en los seres humanos lo consideramos instintivo, es decir, nosotros “simplemente sabemos” que algo está mal o que hay que celebrar y reír por lo que percibimos a nuestro alrededor pero la realidad es que es más complicado que un simple “presentimiento” como tal. Es un grupo de información que llega a nuestro cerebro dividido en diferentes regiones que controlan ciertas funciones fisiológicas y emotivas; esta división de las áreas prefrontales como vía superior (raciocinio) e inferior (emociones) permiten comprender la forma en que funcionamos en las relaciones interpersonales de nuestra vida cotidiana.

Después de empezar a desarrollar nuestra percepción de las emociones de nuestras madres, el proceso continúa durante todo nuestro desarrollo hasta poder considerar que tenemos una colección de recuerdos y aprendizajes con respecto a las reacciones de la gente que nos rodea, para que en cuestiones de millonésimas de segundo, poder sospechar que la persona que viene hacia nosotros es peligrosa, o que la situación en la que nos encontramos es triste o tensa; me gusta considerar el momento típico de una broma que hace algún presente en un grupo y que aunque a mí me parezca graciosa o ingeniosa puedo percatarme de que fue muy mal atinada para alguno(s) de los presentes y en ese momento ha perdido cualquier sentido de lo gracioso, antes de reír es evidente que es incorrecto y continúo con cara de “que mal gusto” aunque no comprenda bien que pasa, sé que sería inadecuado celebrar algún comentario y toda esta racionalización sucede en una fracción de tiempo, es algo que se siente, que se percibe y pareciera ser simple cuestión de observar el ambiente y efectivamente, sin considerar todas las reacciones cerebrales… eso es, observación y comparación automática con nuestras experiencias previas.

Cada persona tenemos la capacidad de sentirnos conectados entre nosotros por el hecho de que compartimos ciertos conceptos de vida que vienen inherentes a nuestra naturaleza, es decir, entendemos lo que es la compasión, la alegría, el miedo, la ira, el sufrimiento y otros muchos sentimientos y por supuesto alcanzamos a reconocer sus señales o manifestaciones. Esto nos permite empezar a relacionarnos con nuestro entorno en modo activo o defensivo, en muchas ocasiones consideramos que lo que vemos o percibimos a nuestro alrededor es agradable y queremos formar parte de ello sin saber bien por qué, o sea a todos nos ha sucedido ir por la calle y toparnos con una cara amable que nos sonríe, en acto reflejo tal como lo maneja el autor, nosotros tendemos a sonreír en devolución de lo que recibimos; de alguna manera, entablamos una pequeña comunicación con alguien que desconocemos por completo pero por una fracción de segundo estuvimos en la misma sintonía y la consecuencia es bastante notoria, lo más seguro es que de ese momento en adelante nuestro día parezca estar bastante más relajado y alegre. Caso totalmente contrario el entrar a alguna dependencia a pedir cierta información y toparnos con una actitud desganada o malencarada del encargado de dar los informes o guiarnos en nuestra duda, como reacción inmediata nos ponemos a la defensiva y hasta cierto punto agresivos en nuestro lenguaje corporal pues no nos sentimos a gusto y estamos tratando de mantener nuestra defensa de no ser agredidos por la otra persona, a partir de ahí seguramente iremos por el resto de nuestro día refunfuñando o molestos pues nuestro balance de situaciones positivas y negativas ha cambiado. Esto es lo que el autor manifiesta como una economía emocional.

Realmente, todo el estudio realizado por el autor, nos permite ver como cada actividad que desarrollamos como seres humanos está fuertemente influenciada por las emociones y los sentimientos, cómo hay detalles que tal vez consideramos obvios o lógicos que no tienen otra razón de ser más que las puras emociones que son percibidas y hemos aprendido a reaccionar ante ellas.

Los eventos económicos y sus conceptos pueden estar fuertemente relacionados con el sentir de los seres humanos, el momento de decidir si ser egoístas es bueno y nos permite seguir un modelo totalmente capitalista en el cual el interés de cada persona que vivimos en este tipo de economías es buscar lo máximo de bienes materiales en función a nuestro bienestar personal y el de nuestro seres allegados, mientras que es muy probable que el modelo comunista esté basado en el supuesto altruismo de que todas las personas tenemos los mismos derechos a los bienes materiales y que no debería haber alguien con mayor capacidad monetaria que el de junto, pues hay que dar para poder recibir posteriormente algo, esto que el ayudar a otro ser vivo nos permite sentirnos mejor con nosotros mismos y nos ayuda tener una mejor percepción de nuestra vida.

De igual manera, Goleman maneja la situación en la cual las sociedades grandes, agitadas y en constante movimiento nos conducen como seres ajenos a los demás, nos obligan por lo vertiginoso del desarrollo diario a mantenernos concentrados en nosotros mismos por falta de tiempo, a buscar nuestro bienestar y beneficio por encima de las señales que las personas alrededor podrían estar enviando (tristeza, sufrimiento o necesidad). Cuántas veces alguien se tropieza y cae en la calle y nadie nos detenemos a ver si está bien, si necesita ayuda para levantarse o si podemos ayudarle a llegar a su destino, esto es porque aunque hay señales provenientes de los demás nosotros tenemos mucha prisa por continuar nuestro día y aprendemos a hacer caso omiso de esto. Tenemos modos aprendidos de ignorar las expresiones corporales de los demás para no entrar en empatía con ellos y evitar el reflejo de sentirnos dañados también y tratar de ayudar.

Todo este tipo de situaciones son las que hacen que los seres humanos seamos seres emocionales y racionales en cada uno de nuestros aspectos, para obtener recursos materiales analizamos velozmente la situación en la que estamos, si nuestro trabajo está siendo recibido con agrado, si es momento de hacer alguna petición u oferta; somos capaces de reconocer que estamos en una situación de peligro en el lugar donde nos encontramos por las reacciones de las personas que están a nuestro alrededor, nos fijamos si sus expresiones de susto o miedo son reales o si pronto vuelven a la tranquilidad para poder decidir automáticamente si ponernos a salvo o seguir como si nada y, por supuesto, sabemos distinguir una sonrisa de un ceño fruncido o un gesto amenazador en la misma magnitud que podemos percibir el olor a quemado o a flores.

Como individuos, tenemos la capacidad de involucrarnos en grupos que pueden ser pequeños como clubes u organizaciones con un mismo gusto o fin, que comparten los sentimientos y racionalizaciones de sus integrantes formando un solo ente; y otras puede ser toda una sociedad que, de la misma manera, aprende y reconoce como verdades las emociones de sus integrantes, dando paso en varias ocasiones a acciones que no siempre son compartidas o deseadas por los integrantes en la parte racional, sin embargo en la parte emocional son requeridas por la pertenencia a la sociedad.

Este tipo de situaciones que nos dejan claro cómo funcionamos como sociedad, que nos esclarecen la forma en que todos los individuos nos volvemos un solo mecanismo de grupo, están basadas increíblemente en los sentimientos, son dirigidas por la parte del cerebro correspondiente a las emociones pues toma más tiempo pasarlas por la parte del pensamiento racional que sería el que nos dará la decisión de actuar de acuerdo a nuestra sociedad o no. Creo que con esta explicación que maneja el autor, pudiera ser más fácil comprender casos extremos vividos por la humanidad como la discriminación y el racismo que han sido parte de una forma de política y organización social como en Sudáfrica y la Alemania nazi; la manera en que los adultos hicieron suyos los sentimientos de desprecio y odio hacia otros grupos de personas, los niños lo aprendieron de manera emocional al observar los gestos, ademanes y posiciones que manifestaban los adultos a su alrededor convirtiendo, de esta manera, este tipo de sentimientos negativos (vía inferior) en algo racionalizado como agresivo (vía superior) y formando parte de su vida cotidiana, volviéndolo parte del conocimiento correspondiente a sus grupos de convivencia y aceptación.

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