Por Jessica Dector Vázquez
Egresada de la Maestría en
Psicoterapia Infantil Gestalt
CESIGUE, Xalapa, Veracruz
Era
mayo hace un año, las cosas muy parecidas a como son ahora, el calor y las
lluvias acompañaban dichos y creencias populares. En la ciudad donde vivo
solían reunirse un grupo de mujeres jóvenes, quizá alrededor de los 30 o 35
años, casi todas casadas por lo que entiendo, y algunas ya con hijos. Yo sabía
de esa reunión porque llegaban cada mes al restaurant donde yo trabajaba, me
parecían personajes muy llamativos, todas bien arregladas, a la moda,
sonrientes, con un pícaro sentido del humor, hacían bromas de todo tipo,
también hablaban del trabajo, por lo que me fui dando cuenta que todas ellas
habían estudiado y tenían un trabajo bien remunerado, eran mujeres atractivas,
y no sólo lo digo yo, sino lo confirmaba al ver a mis compañeros codearse entre
ellos cuando las veían entrar, de tanto en tanto compartían una sonrisa
coqueta, pero que yo supiera, nada más.
Ese mes del que les hablo sucedió algo
muy triste para el grupo de amigas, lo supe desde que llegaron porque hacía
falta una de ellas. Esa noche el humor era un tanto sombrío y parecían estar
ahí por puro compromiso. Más allá de la tristeza, algo sucedía, algo que tardé
mucho en entender, no estaban hablando de muerte, pero si parecía tener que ver
con pérdida de salud, pero no era eso, era algo más, las miradas no podían
sostenerse entre ellas y platicaban muy escuetamente de temas sin relevancia,
casi todo se trataba de trabajo.
En aquella reunión no alcancé a
comprender lo que pasaba, llegó junio y sólo tres del nutrido grupo se dieron
cita, al verse se abrazaron fuertemente y tras un fuerte suspiro resolvieron
hablar, el corazón me saltaba, ellas habían representado por mucho tiempo una
aspiración en mi vida, yo era menor y estaba trabajando y estudiando con la
intención de un día verme como ellas, pensar en las cosas difíciles que podían
pasar, me hacía pensar en mi propia vida, me ponía el reto de entender que en
todas partes existen los problemas. Y mientras imaginaba que yo era una de
ellas, se abrió la conversación.
“¿Sabes algo de ella?”, esa pregunta
surgió como llave oscura que abre la puerta a un mundo que quisiera ser negado,
“Supe que se divorció”, apenas era una parte de la historia. Esa noche, con
actitud de apoyo las amigas empezaron a compartir sus miedos y tristezas, “He
pensado que también me puede suceder”, dijo una de ellas, y las demás
respondieron afirmativamente para sí mismas, yo aun no alcanzaba a develar el
misterio, pero no pasó mucho tiempo antes que mi intriga se resolviera.
Todas bellas, casadas, con un buen trabajo, algunas con hijos, aun
así, nada podía protegerlas de lo que se ha gestado en nuestra sociedad para
las mujeres, lo primero que descubrieron fue que una de ellas tenía el Virus
del Papiloma Humano, hacía tiempo había dejado de protegerse, pues vivía con su
pareja y sentía que no era necesario. La noticia fue un balde de agua sobre su
ropa de moda y sus accesorios finos, nada pudo hacer que estuviera exenta de
aquella pesadilla y en medio de su dolor le había llamado a una de sus amigas
diciéndole que ella sabía que eso podía pasar, pero en el fondo de sí no lo
creía, que su esposo era un hombre preparado y no podía creer que al menos no
se hubiese cuidado. Inmediatamente pensé en mi colonia, en los hombres y
mujeres que ahí vivimos, en que ninguno de nosotros concebía la posibilidad del
uso del condón con la pareja, a menos claro que ya no quisieran más hijos, pero
nadie pensaba en una enfermedad.
Después de aquella noche, la amiga que
recibió la llamada habló con su marido sobre usar condón, nadie hubiese podido
esperarse la respuesta de aquel abogado reconocido que se la pasaba en defensa
de los débiles y desprotegidos, o al menos esa era su imagen empresarial, miró
a su esposa y duramente cuestionó la propuesta, le dijo que en un matrimonio no
cabe la desconfianza, la ofendió y cuando ella quiso argumentar su punto, le
soltó una bofetada exigiendo se callara, ella, una profesionista,
económicamente independiente, no pudo decir más, el miedo la puso contra pared
y guardó silencio, pero jamás volvió a ver igual a su pareja. Y yo pensando en
las señoras de mi colonia, esas que aguantan tantos golpes y malos tratos al
día y cuando se les pregunta dicen con certeza que es por el dinero, que ellas
no pueden hacer nada, que quién va a alimentar a sus hijos. Ese día entendí,
que más allá del dinero, que si puede ser un factor, hay algo más, algo que se
gesta en nuestra crianza en la diferencia entre hombres y mujeres, algo que nos
ha dejado desprotegidas desde la raíz, pensando en eso empecé a recordar
escenas de mi infancia, a lo lejos la voz de mi madre que en un grito decía
“Atiende a tu hermano que ya llegó de la secundaria”, y si un día pregunté por
qué yo lo atendía y no él a mí o él se atendía sólo, la respuesta llanamente
fue “porque eres mujer”.
Mi madre no era mala, simplemente
tenía ideas que castigaban mucho a la mujer, incluso a ella misma, la recuerdo
escondiendo el dinero para que mi papá no se lo gastara en bebida, la recuerdo
asustada, tragando saliva y resistiendo la lágrima, la recuerdo a veces incluso
rogando, otras veces atendiendo a aquel que tanto la maltrataba. Mi padre por
su lado, era torpe, un día lo vi llorando en el patio de la casa y cuando me
acerqué a abrazarlo me pegó un grito que salté del susto, me di la vuelta y
cuando ya me iba me llamó, me dijo que no quería que lo viera así, que él era
un hombre y no debía llorar, pero que se sentí muy triste porque no podía
sacarnos de pobres, le dije que no se preocupara, que mi hermano y yo íbamos a
juntar para comprarles sus cositas.
Ahora, después de todos estos años me
doy cuenta como aquellos mensajes entre hombre y mujer nos hacen vulnerables,
nos llevan a que un día bajemos la cabeza ante otro o pongamos la mano sobre
otra, porque así suele suceder, pocas veces es al revés.
Dos años después de aquella
experiencia, ya no veo a las señoras aquellas tomando café o cenando ensaladas,
conseguí una beca y me decidí a estudiar una carrera. Después de la revelación
aquella empecé a buscar cosas sobre género para leer y creo que poco a poco voy
recuperando y reconstruyendo mi ser mujer. Hoy comprendo que ser mujer no
quiere decir débil, ni sensible, ni tierna, a veces ni siquiera madre, ser
mujer quiere decir ser persona, y si quiero puedo ser tierna y amorosa, pero si
un hombre quiere también puede serlo. Hoy camino por la vida con una sola meta,
ser feliz, como persona, porque ese es el punto donde hombre y mujer nos
encontramos, ambos con el deseo de ser felices, ambos siendo, antes que
cualquier cosa, personas.
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