Juan Roberto Cervantes Vázquez
El presente escrito es una breve reflexión sobre la influencia de los modelos que adoptamos en nuestra vida y sus probables implicaciones para la persona. En la vida cotidiana todos los seres humanos tenemos un cierto tipo de conducta que se espera de nosotros dependiendo del círculo social al que pertenezcamos. En cierta forma “copiamos” un modelo idealizado que adoptamos para actuar y mostrarnos al mundo; esto sucede en todos los ámbitos, desde la concepción más rebelde hasta la más normal, pese a que adoptemos una actitud o conducta que pensemos novedosa la verdad es que es producto de un modelo estandarizado pero personalizado y adoptado por mi y para mi.
El modelo se vuelve entonces una guía para desenvolvernos en tal o cual círculo social al cual queremos o, en su caso, debemos pertenecer; esto me lleva a preguntarme ¿qué sucede cuando este modelo se vuelve obsesión? ¿Qué pasa cuándo el ideal se convierte en una meta a alcanzar?¿Cuándo nuestras capacidades de responder se ven limitadas por estos modelos impuestos o auto-impuestos? Cuándo decimos “eso no va conmigo”, “no porque pierdo el estilo” o “eso no va para mi”. Debo aclarar que no critico de ninguna manera los diversos modelos humanos, al contrario, los aplaudo porque me han servido de guía para desenvolverme en distintos campos, así mismo me han servido para determinar o discriminar diversos factores que influyen en mi formación como persona. El tránsito por estos modelos o moldes de formas de ser no es fijo, al contrario están dotados de mucho dinamismo, los tomamos de acuerdo a la historia personal, a nuestro momento en la vida y nuestro entorno, de tal forma que en nuestra infancia podemos ser tranquilos, rebeldes en la adolescencia y “normales” en la madurez, aunque también podemos tomar largamente un modelo haciéndole adecuaciones acorde a nuestro momento vivencial; aquí es donde puedo observar el sentido dinámico de desarrollo personal, el individuo se adapta a las exigencias del medio pero a su vez el medio es influenciado por el individuo que lo habita creando el contexto.
De acuerdo al modelo adoptado tomamos cierta cosmovisión y auto-concepto moldeando así nuestro self y si mismo ya que también moldeamos nuestro actuar; con base en ésto planteamos una forma personal de vivir la experiencia, también una forma de ser concebidos dentro del mundo con lo que se ponen expectativas en las diferentes personas despertando, en cierto sentido, una conciencia ambiental en la medida que reconocemos la relación yo-mundo (1). El problema, a mi parecer, deviene cuando por determinadas circunstancias el modelo deriva en una obsesión lo que viene de la mano con los modelos que asociamos con normalidad o éxito, la idea de que sirvan de guía ha quedado atrás volviéndose metas de vida envolviendo a la persona en acciones forzadas y poco satisfactorias para ella misma: “no me gusta pero es lo que se espera de mi”, “lo hago no porque me guste si no porque es de gente exitosa”.
El modelo adoptado de esta forma desemboca en un actuar neurótico-obsesivo donde la cosmovisión y el auto-concepto se ven afectados por la continua proyección de mis carencias al, inconscientemente, localizar inalcanzable el modelo cayendo, probablemente, en auto-exigencias que tienen como punto de origen mi propia insatisfacción por no cumplir al pie de la letra con el modelo que uno mismo “ha elegido”. La persona en este caso tiene una percepción cortada o incompleta, ensimismada no logra captar lo que pasa en su ambiente, es más, el mundo marcha mal ya que parece conspirar en su contra para no cubrir las metas auto-impuestas, éste a su vez se vuelve un foco de dolor que no lo entiende y agrede constantemente, o que tiene que controlarlo para que no “funcione mal” de acuerdo a su propia concepción de las cosas: “esto sería mejor así”, “yo en tu lugar haría esto”. El modelo se convierte en una norma, en una regla, en un deber, en una meta que a algunas personas angustia y a otras las pauta casi secularmente en su vida.
La regla adoptada de forma neurótica es un molde que rigidiza a la persona, se pierde no sólo la amplitud de la percepción si no también la capacidad de acción, nos encasillamos individualmente y socialmente a ciertos lugares de acuerdo a nuestros roles y estatus concibiéndonos de manera reduccionista en nuestro ser lo que puede, o no, creando un malestar que trastoca de manera significativa a la persona en su auto-concepto y cosmovisión, el ser se fragmenta y aunque se siente y vive no se visualiza de forma clara ni se conceptualiza ya que, a fin de cuentas, mente-cuerpo y razón-sentimientos son dicotomías creadas que damos por sentadas dentro de nuestro modelo de pensamiento mexicano-occidental. Esta fragmentación nos puede llevar a un estado de tensión continua en la relación con el mundo, la podemos vivir de diferentes formas como la angustia o ansiedad neurótica con respuestas pasivas o violentas, o probablemente nos adentremos a un estado constante de estrés, que nos intensifique las formas antes mencionadas, creando una tensión más crítica donde el modelo adoptado ya no guía al ser en forma sana, se vuelve un introyecto negativo que aplasta y ahoga al ser perdiendo temporalmente nuestra libertad para sentir, pensar y actuar.
Finalmente la adopción de modelos se da tanto por la dinámica social como por la dinámica individual, es decir, en nosotros está la elección de adoptar tal o cual modelo de acuerdo a nuestro contexto sociocultural, historia y gustos personales, forma parte de las herramientas reguladoras que nos guían en nuestra vida individual y comunitaria. Su aspecto alterado surge cuando hacemos del modelo una meta dejando de lado su aspecto como herramienta, se puede llegar a convertir en un objetivo (2) que torne la existencia en una tensión casi constante en la relación yo-mundo, esto por la alteración de conceptos y auto-conceptos que surgen por nuestra constante creación de prospecciones o anticipaciones.
(1) Mundo entendido como el contexto completo que envuelve a una persona.
(2) Que generalmente se manifiesta o visualiza como inalcanzable.
-Bibliografía
Berman, M. (2003). Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. México: Siglo XXI Editores.
Touraine, A. (2002). Crítica de la modernidad. México: Fondo de Cultura Económica.
Comentarios
Publicar un comentario