Mariana Tavera Guittins (Psicoterapeuta Gestalt en Adultos, Adolescentes y Pareja. Lleva un taller para padres de adolescentes en Yoloma.)
En el trabajo con padres de adolescentes, manifestando su resistencia para acudir a Terapia, algunos de ellos me hacen la siguiente pregunta: ¿por qué los niños y adolescentes de hoy tienen que asistir a terapia? Si nosotros pasamos por la adolescencia y nos convertimos en adultos de bien.
Como lo menciono en las sesiones de grupo yo tengo dos hijos (17 y 22), y me permite observar y vivenciar los contrastes de las situaciones en las que crecí y en las que crecieron mis hijos.
Yo creo que las condiciones actuales son diferentes a aquellas en las que crecimos. La organización de nuestras familias ha cambiado. Las madres trabajan fuera de casa, y existen muchas que se hacen cargo de la familia, sin ayuda de un compañero o con muy poca. De igual manera el número o de hijos por familia se ha reducido.
Los adultos de hoy, que somos padres de adolescentes, crecimos en familias en las que quizá el número de hijos era mayor a dos, y con poca diferencia de edad, y a través de la imitación de nuestros hermanos mayores, aprendiendo de la experiencia de ellos, o encontrando en alguno de ellos la guía o el confidente, superamos la adolescencia. En casi todas las familias numerosas las madres estaban ocupadas en la crianza del más pequeño, o bien en la preparación de los alimentos, cuidado y arreglo de la casa; cada niño adquiría su responsabilidad de autocuidado de manera sutil o brusca. Socializábamos dentro de la propia familia, es decir, aprendíamos a relacionarnos con diferente tipo de personas a través de las establecidas con nuestros hermanos. Asistimos a las mismas escuelas, así que nos íbamos juntos. Los padres no lidiaban con el asunto de levantarnos temprano porque en el torbellino de los hermanos no quedaba de otra que ir a la escuela
Si nuestras familias de origen eran pequeñas, había una relación con los primos o vecinos, que eran de nuestra edad, podíamos jugar en la calle, o el jardín de la unidad, no existían riesgos porque las familias tenían semejanzas, y por otro lado siempre había uno o más adultos que a lo lejos nos cuidaba. Asistíamos a las escuelas del barrio o la colonia. En este caso la socialización fue semejante a la de la familia numerosa.
Los adultos de mi generación, en su minoría, tuvimos madres que trabajaron fuera de casa, y generalmente se hacían cargo de nosotros los abuelos o una tía soltera que había decidido permanecer en casa y no salir a trabajar, estas personas que se convirtieron en nuestros cuidadores, a pesar de que no eran nuestras madres, nos escuchaban, nos comprendían y en algunos casos eran cómplices.
Hoy nuestras familias se establecen de manera diferente, el número de hijos se ha reducido a dos o tres, y la diferencia de edades es más amplia. Por lo que los padres ponemos mucha más atención a cada una de las conductas de los hijos, a lo que dicen, hacen y la manera como se visten, hablan o se comportan. Y cuando ésto se sale de los normas que hemos impuesto, nos tensamos y pensamos que nuestros hijos están mal, y queremos que los arreglen en terapia.
Ahora la mayoría de las madres trabajamos fuera de casa, con compañero o no, procuramos sentirnos más útiles y ser exitosas, y nuestros hijos permanecen mayor tiempo solos, porque los abuelos y las tías también trabajan.
En nuestro anhelo porque los hijos reciban una mejor educación, a veces atravesamos la ciudad para llevarlos a la escuela, y con ésto nos desarraigamos del barrio, las relaciones que establecen nuestros hijos en la escuela pone a la vista diferencias de valores o principios de otras familias en relación con la nuestra.
Los niños, convirtiéndose en adultos pasando por la adolescencia son los mismos, pero las situaciones son diferentes, han cambiado de una generación a otra y muchas veces pretendemos que nuestra actuación como padres sea semejante a la que tuvieron nuestros padres con nosotros, sin que nos demos cuenta que hay cambios significativos del entorno en el que crecimos al que ahora están creciendo nuestros hijos.
¿Por qué que asistir a terapia? Respondería, porque estamos construyendo un mundo distinto para nuestros hijos y es a través del proceso terapéutico conjunto, padres y adolescentes, como aprenderemos a adaptarnos y responder a las nuevas circunstancias, para apoyar a nuestros hijos a ser exitosos y tener familias más felices
En el trabajo con padres de adolescentes, manifestando su resistencia para acudir a Terapia, algunos de ellos me hacen la siguiente pregunta: ¿por qué los niños y adolescentes de hoy tienen que asistir a terapia? Si nosotros pasamos por la adolescencia y nos convertimos en adultos de bien.
Como lo menciono en las sesiones de grupo yo tengo dos hijos (17 y 22), y me permite observar y vivenciar los contrastes de las situaciones en las que crecí y en las que crecieron mis hijos.
Yo creo que las condiciones actuales son diferentes a aquellas en las que crecimos. La organización de nuestras familias ha cambiado. Las madres trabajan fuera de casa, y existen muchas que se hacen cargo de la familia, sin ayuda de un compañero o con muy poca. De igual manera el número o de hijos por familia se ha reducido.
Los adultos de hoy, que somos padres de adolescentes, crecimos en familias en las que quizá el número de hijos era mayor a dos, y con poca diferencia de edad, y a través de la imitación de nuestros hermanos mayores, aprendiendo de la experiencia de ellos, o encontrando en alguno de ellos la guía o el confidente, superamos la adolescencia. En casi todas las familias numerosas las madres estaban ocupadas en la crianza del más pequeño, o bien en la preparación de los alimentos, cuidado y arreglo de la casa; cada niño adquiría su responsabilidad de autocuidado de manera sutil o brusca. Socializábamos dentro de la propia familia, es decir, aprendíamos a relacionarnos con diferente tipo de personas a través de las establecidas con nuestros hermanos. Asistimos a las mismas escuelas, así que nos íbamos juntos. Los padres no lidiaban con el asunto de levantarnos temprano porque en el torbellino de los hermanos no quedaba de otra que ir a la escuela
Si nuestras familias de origen eran pequeñas, había una relación con los primos o vecinos, que eran de nuestra edad, podíamos jugar en la calle, o el jardín de la unidad, no existían riesgos porque las familias tenían semejanzas, y por otro lado siempre había uno o más adultos que a lo lejos nos cuidaba. Asistíamos a las escuelas del barrio o la colonia. En este caso la socialización fue semejante a la de la familia numerosa.
Los adultos de mi generación, en su minoría, tuvimos madres que trabajaron fuera de casa, y generalmente se hacían cargo de nosotros los abuelos o una tía soltera que había decidido permanecer en casa y no salir a trabajar, estas personas que se convirtieron en nuestros cuidadores, a pesar de que no eran nuestras madres, nos escuchaban, nos comprendían y en algunos casos eran cómplices.
Hoy nuestras familias se establecen de manera diferente, el número de hijos se ha reducido a dos o tres, y la diferencia de edades es más amplia. Por lo que los padres ponemos mucha más atención a cada una de las conductas de los hijos, a lo que dicen, hacen y la manera como se visten, hablan o se comportan. Y cuando ésto se sale de los normas que hemos impuesto, nos tensamos y pensamos que nuestros hijos están mal, y queremos que los arreglen en terapia.
Ahora la mayoría de las madres trabajamos fuera de casa, con compañero o no, procuramos sentirnos más útiles y ser exitosas, y nuestros hijos permanecen mayor tiempo solos, porque los abuelos y las tías también trabajan.
En nuestro anhelo porque los hijos reciban una mejor educación, a veces atravesamos la ciudad para llevarlos a la escuela, y con ésto nos desarraigamos del barrio, las relaciones que establecen nuestros hijos en la escuela pone a la vista diferencias de valores o principios de otras familias en relación con la nuestra.
Los niños, convirtiéndose en adultos pasando por la adolescencia son los mismos, pero las situaciones son diferentes, han cambiado de una generación a otra y muchas veces pretendemos que nuestra actuación como padres sea semejante a la que tuvieron nuestros padres con nosotros, sin que nos demos cuenta que hay cambios significativos del entorno en el que crecimos al que ahora están creciendo nuestros hijos.
¿Por qué que asistir a terapia? Respondería, porque estamos construyendo un mundo distinto para nuestros hijos y es a través del proceso terapéutico conjunto, padres y adolescentes, como aprenderemos a adaptarnos y responder a las nuevas circunstancias, para apoyar a nuestros hijos a ser exitosos y tener familias más felices
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