¿Hasta cuándo vamos a
confiar la educación de nuestros hijos a meros repetidores de conocimientos
recortados? Si precisamente en lo que dejan de lado están las claves del
conocimiento que trasciende cada disciplina...
Claudio Naranjo
Cambio de paradigma es una
expresión que se usa con mucha frecuencia en los últimos tiempos, cada vez que
se intenta una aproximación a la gran transformación que estamos atravesando.
Y cuando procuramos ponerle un nombre a este nuevo paradigma, creo que
ninguno resulta más apropiado que holístico. La idea de que el todo es más que
la suma de las partes, es muy antigua, ya ilustrada en el famoso cuento del
elefante y los ciegos de la tradición sufi del siglo X. Buda también usa esa
metáfora de aproximarse al todo para no perderse en el exceso analítico,
tendencia que se acentúa en la historia del pensamiento.
Para los
gestaltistas, familiarizados con la idea de configuración, esto resulta hoy algo muy familiar: no lo
era cuando surgió, como reacción a los excesos de la psicología tradicional en
sus interpretaciones parcializantes.
La tendencia
holística se ha hecho sentir fuerte en el movimiento interdisciplinario en los últimos veinte años. Hubo un tiempo en que la ciencia estaba
muy demarcada por las especialidades.
Aquí la física, aquí la química y allá
la biología. En las últimas décadas —de interfases— resultó una gran fertilización
en los ámbitos intermedios de esas demarcaciones.
A medida que se han ido disolviendo las
compartimentalizaciones tradicionales entre las disciplinas del conocimiento,
se ha ido descubriendo que, justamente, en esos resquicios, en esas grietas,
en esos territorios de nadie, residían los grandes secretos de algo nuevo. Lo
que en un principio se pensaba como interdisciplinario reveló conocimientos
transdisciplinarios.
Cuando hablo de
educación integrativa, de una educación de la persona entera, de una educación
primera del ser humano no compartimentalizada, me refiero a una educación que
abarque las distintas esferas del ser humano, una educación que abarque desde
lo físico hasta lo espiritual. Por cierto, se trata de una educación muy
diferente de la que conocemos, centrada casi exclusivamente en el intelecto, o
en la instrucción.
Entiendo que
urge revisar el concepto de educación, debido a la gran irrelevancia de la educación
actual y a la inmensa relevancia de nuestra situación de cambio. Nuestra educación
es tan absurda que muchos, Ivan Ilich entre otros, han hablado de desescolarización
como paso fundamental hacia la gran liberación que necesitamos respecto del
autoritarismo.
En este momento
acude a mi mente la fotografía de un grupo de personas en un tranvía, todas
con cara de robots y, sobreimpresa, una pregunta: ¿qué ha pasado?
Si nos preguntamos
por este proceso de adormecimiento, de embotamiento de las facultades humanas,
no podemos dejar de responsabilizar a la educación por generar un proceso
opuesto al que se propone. Si hablo de urgencia, no solo de relevancia, lo hago
en vistas de nuestra situación global.
Vivimos una
crisis de oportunidad, una crisis que conmina al cambio radical, no
solo para nuestra supervivencia como especie sino como un elemento acelerador de nuestra maduración como especie.
En el contexto
de este encuentro, resulta casi obvio decir que las crisis externas del mundo
son manifestaciones de males internos. La verdadera crisis es una crisis de
relaciones humanas, o más bien, es la crisis de un mal muy antiguo en las
relaciones humanas, una incapacidad en las relaciones personales de
incorporar lo fraterno, lo amoroso. Ese mal es muy antiguo y ahora hace crisis
porque se hace insostenible. Del mismo modo que hoy hace crisis lo ecológico porque
siempre había dónde echar la basura más allá de la vista: el mundo era amplio y
podíamos escupir en el océano. Hasta los años ó0, las sociedades padecían de "embauquismo" ecológico: suponer que la naturaleza lo arreglaba todo. Hoy la Tierra esta conquistada: no
hay dónde poner la basura; debemos comérnosla, por así decir.
Así como
necesitamos hacernos responsables por la basura humana, necesitamos
responsabilizarnos por la mentalidad industrial que produjo esta crisis. La
mente cartesiana, aristotélica, el pensamiento lineal, el racionalismo, el
cientificismo, y en un sustrato más hondo, la estructura patriarcal de la
sociedad y de la mente humana, son los
modelos que debemos revisar. El cientificismo
y el intelectualismo, a los que tanto se culpa, son sólo representaciones del
patriarcalismo, representaciones de la desunión entre nuestro intelecto y
nuestras emociones.
El trabajo
sobre la estructura patriarcal necesita
pasar no sólo por el campo terapéutico: debe incluir lo espiritual como guía y lo educacional
como base. Estas tres disciplinas son facetas o nombres distintos de una
misma esencia. En su origen, en tiempos del chamanismo, el hombre religioso,
el artista, el político, el iniciador de las juventudes, el guía... y el
curandero, eran uno solo. Hoy, cuando planteamos una reespiritualización de
la psicoterapia con la convergencia de distintas disciplinas, nos estamos refiriendo
a una subcultura que todavía no ha ingresado en los niveles institucionales: la
de los buscadores.
Es importante
observar en que forma esta compartimentalización está todavía resultando
desastrosa, específicamente en lo relativo a la separación entre lo terapéutico
y lo educacional. Aunque hace mucho Rousseau nos mostró la importancia de una educación
de la sensibilidad, una educación del corazón, sus ideas duraron poco. La Revolución
Francesa, de la cual él fue pionero, entronizó a la Diosa Razón. Actualmente, por
más que algunos quieran recordar el peso de lo afectivo, no deja de ser retórica.
Esto se debe, a mi entender, a que lo terapéutico sigue siendo un tabú en el
contexto educacional y lo espiritual una provincia separada del salón de clase.
Cuando un niño
empieza a hablar en el colegio de lo que ocurre en su casa, los padres
generalmente se sienten incómodos. Los profesores, los directores de escuelas,
los burócratas de la educación
carecen de metodología para sanear los afectos. Siguen haciendo una separación
entre lo educacional y lo terapéutico, quedándose sólo con el aspecto
instructivo de la educación. Esta instrucción ni siquiera es relevante, ya que
trata de cosas que no sirven para la vida como podrían servir el desarrollo
de la capacidad para ver lo obvio, para ser creativos en todos y cada uno de
los momentos de la vida, para aprender a escuchar el pensamiento intuitivo...
En los innumerables congresos y simposios que se realizan año tras año, a niveles
nacionales y mundiales, y a los que se destinan enormes sumas
de dinero, no se plantea otra cosa que reformas en los curricula y variaciones
en torno del mismo tema.
Lo que hace
falta no son tantas modificaciones curriculares sino una labor de selectividad
muy seria de temas y de tiempo para dar espacio al desarrollo humano y
facilitar la implantación de una ética de economía de recursos.
Tomado de:
Rev.
UNO MISMO. Vol III (4) págs. 40-44
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