Jorge Bucay*
El primer hito del camino de la
autodependencia es el propio amor, como lo llamaba Rousseau, el amor por uno mismo. Esto es, mi capacidad de quererme,
lo que a mi me gusta llamar más brutalmente el saludable egoísmo y que abarca
por extensión la autoestima, la autovaloración y la conciencia de orgullo de
ser quien soy. Desde la publicación de mi libro De la autoestima al egoísmo, la
gente siempre me pregunta: “Pero, ¿por qué lo llamas egoísmo… que a mío no me deja aceptarlo bien?”
Lo
llamo así para no caer en la tentación de evitar esta palabra sólo porque tiene
“mala prensa”.
A
veces digo: “Bueno, ¿cómo quieren que lo llamemos? Llamémoslo como quieran.
¿Quieren llamarlo silla? Llámenlo silla. Pero sepan internamente que estamos
hablando de egoísmo”.
Lo
que pasa es que hay que dejar de temerle a esa palabra. No confundirla con
actitudes miserables o crueles, codiciosas o avaras, mezquinas, ruines o
canallescas. Son otra cosa.
No
hace falta ser un mal tipo para ser egoísta.
No
hace falta ser una mujer jodida para ser egoísta.
Se
puede ser egoísta y tener muchas ganas de
compartir. Siempre digo lo mismo.
Me
da tanto placer complacer a las personas que quiero, que siendo tan egoísta… no
me quiero privar… Yo no me quiero privar de complacer a los que quiero. Pero no lo hago por ellos, lo hago por mí. Esta es la
diferencia.
La
diferencia está en que desde esta posición jamás se puede pensar en función de
lo que hago por el otro. Si yo hiciera cosas por ti, no podría seguir siendo
autodependiente No dependería de mí, sino de lo que tú necesitas de mí.
Y
entonces… quizá… poco a poco me vaya volviendo dependiente.
Y
si me encuentro siendo dependiente, bueno sería que revise esto.
Si
soy dependiente, entonces hay permisos que no me puedo conceder.
Y
si hago esto debe ser porque no me creo valioso o no me quiero lo suficiente.
Jamás
hago cosas por los demás.
Alguien
podría decir que este discurso suena muy egoísta. Y es cierto que suena
egoísta… porque lo es.
Lo
que pasa es que éste no es el egoísmo mezquino, y codicioso en el que estamos
acostumbrados a pensar cuando oímos esa palabra. Es el egoísmo de aquellos que
se quieren suficientemente como para saber que son valiosos y que tienen cosas
para dar.
A
veces, cuando digo esto, hay gente que cree que hablo en contra de la
solidaridad, en contra dela ayuda solidaria.
“¡Porque
tú hablas de autodependencia, hablas de saberse a uno mismo hablas de la
libertad… y entonces cada uno puede hacer lo que quiera y si cada uno hace lo
que se le da la gana, entonces va a terminar… matando al vecino…!
Y
yo digo: la presunción de dónde termina el planteamiento de las libertades
individuales depende del lugar ideológicamente filosófico del cual uno parta.
Hay
dos posturas filosóficas que son bien opuestas. Una, que cree que el ser humano
es malo, cruel, dañino, perverso, y que lo único que espera es una oportunidad
para poder complicar al prójimo y sacarle lo que tiene. Y otra que dice que el
ser humano es bueno, noble, solidario, amoroso y creativo, y que, por ende, si
lo dejamos en libertad de ser quien es descubrirá lo que hay que descubrir y,
finalmente, se volverá elmás generosos y leal de los animales de la creación.
Porque
en libertad puede elegir ser solidario aunque sepa que, en realidad, no lo hace
por el otro sino por él mismo.
Y
éste es el egoísmo bien entendido, tal como yo lo concibo.
Quiero definir el egoísmo como esta poco
simpática postura de preferirme a mí mismo antes que a ninguna otra persona.
La
idea de que si yo soy egoísta no voy a pensar en nadie más que en mí se basa en
el falso presupuesto de que tengo un espacio limitado para querer, una
capacidad limitada para amar a alguien, y que entonces, si lo lleno de mí, no
me queda espacio para los demás.
Esta
idea no sólo es absurda, sino que además es absolutamente engañosa. No hay una limitación
en mi capacidad de amar, no tengo límites para el amor y, por lo tanto, tengo
capacidad para quererme muchísimo a mí y muchísimo a los demás. Y de hecho,
desde el punto de vista psicológico, es imposible que yo pueda querer a alguien
sin quererme a mí.
El
que dice que quiere mucho a los demás y poco a sí mismo miente en alguno de los
dos casos. O no es cierto que quiere mucho a los demás, o no es cierto que se
quiere poco a sí mismo.
El
amor por los otros se genera y se nutre; empieza por el amor hacia uno mismo. Y
tiene que ver con la posibilidad de verme en el otro. Aquella idea tan ligada a
las dos religiones madre de nuestra cultura, la judía y la cristiana, “amarás a
tu prójimo como a ti mismo”, es un punto de mira, un objetivo supremo.
No
es amarás “más” que a ti mismo.
Es
amarás “como” a ti mismo.
Esto es lo máximo que uno
puede pretender.
*Fragmento extraído de su libro: El camino de la autodependencia. Ed
Océano.
Comentarios
Publicar un comentario