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La felicidad elegida

Frances Vaughan
La búsqueda incesante de la felicidad se basa en aquel aspecto del sueño americano que considera que es posible alcanzar la felicidad y que si uno es desdichado es que algo anda mal Si comprendemos mejor la naturaleza de la felicidad y los problemas de la búsqueda, quizá  comprendamos también las motivaciones que inducen a elegir el camino espiritual en lugar de otras búsquedas profanas más ampliamente aceptadas. A veces, la búsqueda de la felicidad, siempre esquiva y decepcionante, se convierte en un poderoso acicate del viaje interno hacia el self.
            La conciencia puede sintonizarse a cualquier dimensión de la experiencia. Por ejemplo, existe una tendencia terapéutica que considera que los problemas deben resolverse y tiende a centrar nuestra atención en los problemas psicológicos. Y, por supuesto, siempre hay problemas, reales o imaginarios, que resolver y necesidades que satisfacer, pero, como observaba Carl G. Jung, los problemas más importantes de la vida son irresolubles y su superación requiere “un nuevo nivel de conciencia”.
            La psicoterapia nos enseña  a observar los procesos de solución de problemas, pero rar vez nos enseña a  observar la felicidad. A medida que atravesamos los distintos estadios del desarrollo también vamos dejando atrás naturalmente determinados problemas y deseos. Además, la búsqueda de la felicidad cambia también con la edad y con el nivel de conciencia. Así pues, en la madurez, la forma concreta en la que buscamos la felicidad está determinada, en gran parte, por el estadio de desarrollo psicológico en que nos entremos. En otras palabras, nuestra búsqueda de la felicidad está determinada por quienes somos y por quienes creemos ser.
            Si estamos identificados exclusivamente con el ego corporal, tendemos a buscar activamente símbolos de placer y status en forma de posesiones materiales. En el caso de que estemos identificados con  nuestros sentimientos, son las relaciones emocionalmente gratas las que adquieren relevancia. El self egoico mental persigue el éxito personal, mientras que la identidad existencial reconoce la naturaleza transitoria de los placeres sensoriales, de las relaciones y del éxito, y considera que la búsqueda de la felicidad es una ilusión. En este nivel, la búsqueda de la felicidad es reemplazada por la búsqueda de la verdad.
            En el nivel transpersonal el ideal del servicio desinteresado, frecuentemente en forma de enseñanza y curación, prevalece sobre cualquier otra motivación. El modelo ejemplar de este nivel es la figura del bodhisattva, que hace votos de renuncia a su liberación personal hasta que todos los seres sensibles se iluminen. Quien asume conscientemente este voto renuncia al objetivo de su felicidad personal, asumiendo así un compromiso que  no puede atribuirse a la búsqueda habitual de la felicidad. Sin embargo, a veces esta no es más que una forma sutil de sentirse virtuoso. El verdadero bodhisattva sólo existe cuando trasciende la identificación exclusiva con el self independiente y cuando no percibe diferencia alguna entre dar y recibir. Sólo entonces el servicio desinteresado se convierte en una fuente verdadera de alegría.
            Los distintos sistemas atribuyen la desdicha a diferentes causas. El psicoanálisis, por ejemplo, considera que la infelicidad se debe al inevitable conflicto existente entre los deseos personales y las necesidades sociales, es decir, entre las pulsiones del id y las demandas del superego. La psicología conductista, por su parte, atribuye el infortunio a problemas de aprendizaje, condicionamientos inadecuados e influencias ambientales. Un marxista lo atribuiría a la injusticia social y a la opresión. Dentro del campo de la psicología humanista, por su parte, Maslow considera la infelicidad como un fracaso en el camino de la autorrealización. En este sentido escribió: “Si planificas deliberadamente ser menos de lo que eres capaz de ser, te advierto que serás profundamente infeliz durante el resto de tu vida”.
            Gerald May señaló el peligro que supone preocuparse de la felicidad personal y creer que la infelicidad es un defecto May, la creencia de que ser santos nos hará felices es peligrosa porque fomenta el narcisismo espiritual. En este sentido, May apunta la siguiente diferencia radical existente entre felicidad y alegría:
            “La felicidad tiene que ver con el viejo principio freudiano del placer: satisfacer las necesidades y evitar el dolor. La alegría, por su parte, está absolutamente más allá del placer y del dolor ya que, de hecho, requiere el conocimiento y la aceptación del dolor. La alegría es la reacción natural al reconocimiento pleno del Ser, es la respuesta que tiene lugar cuando encontramos nuestro verdadero lugar en la vida, una respuesta que sólo puede presentarse cuando sabemos, en profundidad, que no estamos negando ni excluyendo absolutamente nada de la conciencia.”
            El problema esencial de la búsqueda de la felicidad arraiga en nuestra ignorancia. Cuando percibimos una carencia que da lugar al deseo, nos sentimos desposeídos. Cuando descubramos que la satisfacción de los deseos del ego nunca nos proporcionará una satisfacción duradera y que, en el mismo momento en que satisfacemos un deseo, aparece otro nuevo, quizás entonces nuestra búsqueda comience a orientarse en una dirección espiritual con la esperanza de descubrir una fuente de felicidad más duradera. Al comienzo, la motivación dela búsqueda espiritual es confusa, pero el compromiso auténtico con el trabajo interno nos ayuda a erradicar el autoengaño.
            Tanto los caminos occidentales de identificación con la deidad (religión) o con el self (psicología), como los caminos orientales de la desidentificación ofrecen alternativas a las frustraciones de la vida cotidiana. Sin embargo, son opciones diferentes. Ambos presuponen un problema y ofrecen una solución, ambos trabajan con la mente de un modo concreto intentando escapar del sufrimiento. El existencialismo, por ejemplo, en lugar de intentar huir del dolor decide vivir en él. En la obra de teatro de Jean Paul Sartre Huis Clos, cuando se abren las puertas de la cárcel del infierno, los protagonistas deciden no salir. Para los existencialistas la felicidad es un autoengaño. Al ver el lado trágico de la vida, el existencialista tiene poca paciencia con la felicidad superficial.
            Al igual que sucede con el camino espiritual, la búsqueda de la felicidad puede conducirnos al sufrimiento o a la curación. El rechazo de la felicidad en nombre de la autenticidad es una reminiscencia dela actitud puritana  hacia el placer. Sin embargo, el placer, como la felicidad, aunque no pueda expresarse, sí que puede ser experimentado. El placer, como el dolor, forma parte de la experiencia humana, pero los tabúes sociales que generan el sentimiento de culpa pueden conducirnos a evitar inconscientemente el placer y a que nos sintamos más “seguros” en la desdicha o el dolor que en la felicidad. Obviamente, todos sabemos y aceptamos que el placer no puede existir sin el dolor y, sin embargo, hay quienes creen que el dolor puede existir sin el placer. Como sucede con todos los pares de opuestos, placer y dolor están indisolublemente ligados y no podemos perder de vista el lado positivo de la polaridad. No obstante, quienes tienden a pasar por alto el dolor son calificados de idealistas, mientras que quienes tienden a olvidar el placer son llamados realistas.
            Extraído del artículo: Vaughan, F. (1992). La felicidad elegida. Rev. UNO MISMO. Vol 11. No.6.


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