Ram Dass y Paul Gorman
En ese instante, pensé: ¡Esto no
puede seguir así! ¡Tengo tantas cosas para hacer! No era posible que muriera en
el anonimato, sin que nadie se enterara de lo que había ocurrido. Me dije:
“¡Algo, alguien, ayúdenme!”
No estaba preparado para lo que
sucedió. De repente sentí que un objeto puntiagudo me empujaba desde atrás, por
debajo de la axila. “¡Dios mío, tiburones!, fue lo que pensé. Estaba, en
verdad, horrorizado. Esa cosa me seguía impulsando hacia arriba. Dentro del
campo de visión que me permitían los anteojos de buceo, divise un ojo, el ojo
más maravilloso que jamás podía haber imaginado. Juraría que se estaba
sonriendo. Era el ojo de un enorme delfín. Miré ese ojo, y supe que estaba a
salvo. Continuó avanzando empujándome con suavidad; acomodó su aleta dorsal por
debajo de mi axila y yo le pasé el brazo por encima del lomo. El abrazo me
tranquilizó, me colmó de alivio. Ese animal me transmitía seguridad, me sonaba
mientras me
elevaba hacia la superficie. El calambre fue desapareciendo a medida que
subíamos. El hecho de sentirme protegido me serenó.
Una vez en la superficie, el delfín me llevó hasta la costa. Se aproximó tanto, en aguas tan poco
profundas, que temí que quedara atrapado en la arena. Lo ayudé a desplazarse aguas
adentro; allí se quedó esperando, observándome,
supongo que para comprobar que yo estaba bien.
Experimenté la sensación de estar viviendo otra
vida. No sólo me quite el cinturón de pesas y el tubo de oxígeno, sino que me
desnudé por completo y me volví a zambullir en el océano con el delfín. iMe
sentía tan liviano y libre y vivo! Solo deseaba jugar en el agua, bajo el sol, en medio
de esa libertad. El animal volvió a empujarme hacia la superficie y se quedó nadando
conmigo. Noté que había muchos otros
delfines a lo lejos.
Después de un rato, me ayudó a regresar a la orilla. Yo estaba muy cansado, casi a
punto de desmayarme; el delfín no se
marchó hasta asegurarse de que yo estuviera
absolutamente fuera de peligro. Se
puso de costado y me observo con un solo
ojo. Nos quedamos mirándonos durante
un tiempo que me pareció muy largo, una eternidad quizás, como si se tratara de un
estado de trance, mientras imágenes del pasado atravesaban mi mente. Por último,
emitió un sonido y se alejó para
reunirse con los demás, y todos juntos partieron.
A veces, el
servicio se da sin buscarlo. No se trata de un gesto elaborado, sino de la respuesta
intuitiva de un corazón abierto. Servir es un acto reflejo. Si alguien trastabilla, tu
brazo se extiende Para sostenerlo. Si un automóvil queda atrapado en el barro, te unes
a otros para empujar y sacarlo de allí. Si un compañero de trabajo está deprimido,
te preocupas y hablas con él. Todo parece apropiado y natural. Vivimos, luego
servimos.
Cuando varias
personas comparten este sentimiento,
la acción brota espontáneamente y los nutre a todos. Colaborar con los vecinos
en casos de inundación... organizar una reunión comunitaria... preparar un
funeral... la gente parece conocer cuál es
el papel que le corresponde en cada uno de esos casos. Creemos comprender
que es lo que se nos pide, pero si en algún
momento nos equivocamos y nos sentimos incómodos, alguien se aproximara
enseguida con una idea mejor, que aceptaremos con agrado. Cuidamos a un niño
mientras los padres mudan sus pertenencias a un lugar donde no haya agua, acercamos
sillas para las personas mayores .que van a asistir a la reunión, le pedimos al sacerdote
que lea el salmo favorito del muerto. Las necesidades pueden conocerse de antemano,
y una mirada de aprobación basta para cerciorarse de que todo marcha sobre
ruedas.
Nos complace lo
que hicimos y cómo lo hicimos. Por un lado, el esfuerzo surgió de un modo tan
natural que parecería inútil o fingido decir algo al respecto: pasó lo que pasó.
No obstante, si nos detenemos a reflexionar por qué nos sentimos tan bien, nos daremos cuenta de que un proceso más profundo estaba en juego. Al expresar nuestra generosidad innata, pudimos relacionarnos con los demás, experimentar nuestro parentesco,
la benevolencia derivada de pertenecer a
una misma especie. Se trataba de "nosotros". Cuando servimos
al otro, saboreamos qué significa la unidad.
Servir
es servirnos
El Estado había
"dado de alta", por falta
de espacio, a muchos enfermos mentales que poblaban sus hospitales neuropsiquiátricos,
aunque la mayoría no estaba en
condiciones de reintegrarse a la sociedad. Nuestro albergue para enfermos
en vías de recuperación estaba a un paso de
ser invadido por una multitud. Había espacio pero... ¿quién los atendería?, ¿quién les daría ropa?, ¿quién les cocinaría?
Eran problemas serios que requerían
una solución urgente.
Al día siguiente del anuncio oficial,
una hora
antes de comenzar a atender, decidimos
sentarnos todos juntos en silencio.

Habíamos acordado que todo to que
hiciéramos, sería con amor. Si aceptábamos a alguien, lo aceptaríamos con
amor. Si rechazábamos a alguien o le sugeríamos otras alternativas, lo haríamos
con amor. Aparentemente, todos estuvieron de acuerdo con la propuesta. Las
diferencias entre nosotros y las personas que nos pedían ayuda empezaban a
desmoronarse. La mera idea de que todo eso se relacionaba con la salud mental
sonaba artificial. Nadie creía de veras en eso o no tenía tiempo para pensarlo
ni necesitaba hacerlo. Era una acción que nacía en el corazón. Recibimos a
mucha gente con muchos problemas, y no hubo inconveniente alguno. ¿Cómo fue
posible?
Después de finalizar la tarea de selección,
conversamos sobre lo sucedido, una evaluación de rutina. "¿Podremos establecer un orden?
", preguntó alguien, provocando la
risa de los demás. "¿Entonces, qué conclusión podemos sacar de lo
que pasó?", dijo otro, y poniéndose de pie añadió: "La conducta que
asumimos en estos tres últimos días simboliza lo que de veras somos, nuestra
verdad profunda”.
Se produjo un momento de silencio.
"Muy bien", sentenció alguien. Y esa fue toda la evaluación.
Permanecimos en el lugar unos momentos más; no estábamos acostumbrados a que las cosas resultasen
tan claras. Sin embargo, después de un par de minutos, nos fuimos incorporando
y regresamos a nuestras tareas.
Cuando somos solícitos con
el otro, tenemos la oportunidad de echarle
un vistazo a una cualidad esencial
de nuestro ser. Quizás estemos
sentados, solos, sumidos en la autocompasión y en el descredito de nosotros
mismos, cuando un amigo, que está realmente deprimido, nos llama por
teléfono. En un acto instintivo, nos olvidamos de nuestras penurias y le damos
aliento. Compartimos un momento de confortamiento
mutuo, colgamos el tubo y nos sentimos un poco más a gusto con nosotros
mismos. Recordamos quiénes somos en realidad
y qué es lo que tenemos para ofrecer a los demás.
Cuando el servicio se da de un modo tan natural,
es lógico que deseemos o que nos preguntemos si las cosas podrían ser siempre, o casi siempre, así.
Referencia
bibliográfica
Dass, R. y Gorman,P.(1994).En que puedo servirte, Revista Uno mismo, Volumen V, n° 2, 28-30.
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