Ram Dass y Paul Gorman
La inercia del condicionamiento
Nos topamos con
un dilema interesante. A menudo nos parece que nuestros deseos de ser solícitos
con los demás son instintivos. Cuanto más nos dejemos guiar por ellos, mayor será
la oportunidad de sentirnos íntegros y de ser serviciales. Sin embargo, en
ciertas ocasiones dudamos en llegar al otro. Quizás por costumbre o condicionamiento;
Las razones no son en absoluto sencillas.
"Cuando la
gente perdió de vista el modo en que se debe vivir aparecieron los
códigos del amor y honestidad, apareció el aprendizaje, apareció la
caridad, la hipocresía pasó a primer piano; cuando las diferencias debilitaron
los vínculos familiares aparecieron los padres bondadosos y los hijos
respetuosos; aparecieron los sacerdotes considerados los más fieles."
En el Tao Te Ching ("Tratado sobre la virtud del camino"), un pequeño libro escrito hace dos mil quinientos años, Lao Tse narra
hechos que se repiten en la actualidad, en cualquier pedido de ayuda.
Un extraño nos pregunta: " ¿Me podría prestar unas monedas?" De
inmediato, ciertos prejuicios salen a
relucir y dudamos sobre lo que debemos hacer.
Es probable que
si permanecemos inactivos
es porque sentimos rechazo ante la formalidad
que revisten las tareas compasivas. Colaboramos con las colectas; pagamos
los impuestos; trabajamos. Esos fondos
deberían servir para ayudar a este hombre que nos pidió unas monedas; o quizás ya fueron destinados a un comedor comunitario o una olla popular. Es por eso
que no estamos seguros de prestarle el dinero;
pero nos detenemos a pensar y nos damos cuenta de que no podemos hacer
caso omiso a su pedido, como tampoco podemos delegar toda la responsabilidad en
el gobierno.
Nos enseñaron que "la familia es
lo primero". Más allá del alambrado, nuestras reglas cambian. Este tipo que me pide una limosna no puede
ser considerado "uno de los
nuestros". Quizás no sepamos que
hacer porque carecemos de una experiencia familiar intensa. El
"aflojamiento de los vínculos" —entre la pareja, las distintas generaciones o los parientes lejanos—
hizo que el hábito de dar fuese perdiendo su
espontaneidad. No sabemos a ciencia
cierta qué es lo que le debemos al otro, ni siquiera a nuestros seres más
cercanos.
¿Nos sirvió la educación que recibimos?
En la escuela tuvimos que comer a veces guisos insoportables, pero ¿conocimos el hambre? La necesidad humana, la
impotencia de no poder ayudar, el sufrimiento... ¿estudiamos estos temas o conversamos
acerca de ellos a medida que íbamos creciendo?
Es muy posible
que no comprendamos quién es este hombre que nos pide dinero porque no somos capaces de mirarlo a los
ojos; nos cuesta mirar a los ojos a la mayoría de las personas con que nos cruzamos a diario. Vamos todos juntos en el ascensor con la vista fija en nuestros zapatos. Muchas de nuestras comunidades hacen hincapié en la privacidad. Si hasta con
los vecinos hablamos solo de vez en cuando, ¿acaso vamos a responderle a un extraño? Sin
nada en que basarnos, lo único que nos
resta es adivinar quién es esa persona. ¿Un enfermo mental recientemente dado de alta? Quizás le demos las
monedas en ese caso. ¿Un alcohólico? No, el dinero empeoraría las cosas. ¿Quién sabe cuál es la verdad? Entonces le damos el dinero... o no... y seguimos
caminando.
Todas estas
preguntas e inquietudes que
nos acechan en situaciones tan cotidianas
como la que acabamos de mencionar también surgen cuando la exigencia es mayor. ¿Donaríamos
un porcentaje de nuestros ingresos para mitigar la hambruna mundial? ¿Veríamos con buenos ojos que se
inaugurara un albergue para los que no tienen hogar a la vuelta de nuestra
casa? ¿Llevaríamos a nuestros padres
ancianos a vivir con nosotros o los
enviaríamos a un asilo sin reparar en gastos?
Los condicionamientos
no desaparecen en el mismo instante en que nos decidimos a servir al prójimo. Ya se trate de una tarea
voluntaria de pocas horas semanales o de
un trabajo de tiempo completo, jamás dejaremos de preguntamos cual es el límite: cuánto estamos dispuestos a dar y cuanto necesitamos conservar para nosotros.
Sin embargo, no deberíamos atribuir nuestra incertidumbre a la costumbre o a las circunstancias. Si somos mínimamente honestos con nosotros mismos, las raíces de estas fuerzas externas las hallaremos en nuestro interior.
Podemos
aferrarnos a vínculos que nos
son familiares por terror a ser rechazados.
Ayudamos a una amiga que comprende nuestros sentimientos, pero no nos ofrecemos para trabajar con madres solteras de un nivel social inferior. ¿Estamos preparados para eso? ¿Son esas
mujeres como "nosotros"?
Quizás nos cueste enfrentar el sufrimiento de los demás pues no sabemos qué
hacer con nuestro propio dolor y terror. Demoramos
la visita a un compañero de trabajo
que está agonizando porque le tememos
a nuestra propia muerte, no a la de él; y si tomamos conciencia de esto,
el sentimiento de culpa nos bloqueara aún más.
Decidimos de qué
manera servir al otro teniendo en cuenta ciertas necesidades y
motivos personales. Deveras ansiamos ayudar a
los enfermos físicos y mentales. Pero,
a decir verdad, nos agrada pertenecer a la clase de los
"profesionales de la salud" y gozar del poder que nos brinda este título. Una parte de nosotros se enorgullece de ser, en apariencia, el motivo del
bienestar del otro.
Y cuando nos preguntamos qué es lo que
podemos ofrecer a los demás, ¿no estamos
poniendo en duda nuestros méritos personales? Independientemente de cuáles
sean las influencias externas que estén en
juego, ¿no nos estaremos haciendo aún
la pregunta esencial: ¿Quién soy?
Por lo general, llegamos al otro y nos
ayudamos mutuamente. La expresión de
nuestra compasión natural nace sin dificultad y estamos a la altura del desafío.
Pero no hay duda de que estas profundas preguntas internas acerca de nuestra identidad
y de la relación que mantenemos con los demás surgirán con frecuencia mientras nos estemos sirviendo el uno al otro. Cuanto más desgarrante sea la situación,
mayor será la probabilidad de que estos temas ocupen un lugar central: ¿Quiénes somos para nosotros mismos y para
el otro? Todo se resumirá en esta pregunta.
¿Seremos capaces de mirar hacia nuestro interior? ¿Nos daremos cuenta de que para servir mejor a los demás debemos
enfrentar nuestras propias dudas, necesidades y resistencias? Nadie logró
crecer sin haberlo hecho antes. No sería la
primera vez que tengamos que luchar
contra la inercia del condicionamiento.
Referencia
bibliográfica
Dass, R. y Gorman,P. (2003). En que puedo servirte. Revista Uno Mismo, Volumen 5 (2), págs
28-34.
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