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Cuando tu ganas, yo gano y cuando tú pierdes yo pierdo


Shostrom, E.

Eugenia se está yendo a la escuela con una chaqueta muy ligera y la mañana está bastante fría. Ante la situación su madre le pide que se ponga el abrigo. “Esa chaqueta es demasiado ligera” le dice. De inmediato, la adolescente replica: “no tengo ningunas ganas de ponerme un abrigo”. Y el adulto contestará: “Soy tu madre y harás lo que yo digo. Te pondrás un abrigo.” Y Eugenia le dirá terminantemente: “para nada.” Con esto tienen para convertirse en enemigos mortales.

Si la madre gana, la adolescente se enojará, vociferará, se irá a su clase furiosa con todos los adultos y posiblemente pensando en la forma en que puede vengarse de toda su familia y de todos los adultos de escuela. Es posible que se haya puesto el abrigo, pero sólo tres cuadras. Si, por el contrario, la adolescente es la que gana esta guerra no declarada, la que estará furiosa será la madre. Es muy posible que se pelee con su marido por no haber obligado a su hija a portarse bien y se dedicará a pasarlo mal todo el día.

De esta forma vemos como también la madre asume la actitud de “yo gano tu pierdes”. De hecho, la madre ha dicho “tú vas a jugar el juego de acuerdo con mis reglas, porque yo soy legalmente responsable de ti y tú eres inmadura.” Su sentido exagerado de la responsabilidad se convierte en una forma de omnipotencia.

Supongamos, no obstante, que la madre ha aprendido el juego de la actualización. Si, ante todo, pudiera convencerse a sí misma y, en segundo lugar, a su hija de que la vida no tiene por fuerza que ser una batalla sino que implica amistad y la posibilidad de compartir las cosas, podría darle un nuevo enfoque. Si además entiende el principio de la sinergia que utiliza Maslow, desempeñaría su papel de una manera actualizadora en lugar de hacerlo de una manera manipuladora o competitiva.

El principio de la sinergia estipula que las personas que se están actualizando pueden llegar a darse cuenta realmente de que lo que buscan también es lo que otros consideran más importante. Por ejemplo, la madre se acordará de que ella y su hija no son enemigas sino amigas y de que con las amigas la regla es que cuando tu ganas, yo gano y cuando tú pierdes yo pierdo. En el momento en que se dé cuenta de que son amigas (sigue su razonamiento), podrá estar de acuerdo con que sus necesidades no son diferentes. “¿Estamos de acuerdo en que ninguna de las dos quiere que te resfríes?” puede preguntar. “Bien, ahora solo diferimos en la forma de solucionar el problema. Tú sientes que no tienes por qué ponerte el abrigo para no pescar un resfriado y yo sí”. ¿Cuáles crees que sean las alternativas? ¿Qué puedes hacer en lugar de ponerte el abrigo?.

Con este enfoque, es muy probable que Eugenia conteste:
     “Bueno, ¿qué tal si me pongo un suéter bajo mi chaqueta?”
     “Me parece muy bien”, le dice la madre.

¿Qué ha pasado aquí? Obviamente se han cambiado las reglas del juego. Eugenia y su madre están funcionando de una manera amistosa, que tiende a resolver los problemas. En este tenor lo primero que hacer es ponerse de acuerdo sobre una meta común, analizar las distintas soluciones posibles y sus consecuencias y, por último, se ponen de acuerdo sobre algunas de ellas. En lugar de ser enemigas o manipuladoras competitivas dispuestas a ganar, el proceso es amistoso y tiende a resolver el problema.

Naturalmente, existen muchos factores que pueden haber complicado la solución del problema entre Eugenia y su madre. No obstante, la solución que se dé por lo general tendrá éxito si se basa en la idea del respeto mutuo. Si la madre puede tratar a su hija como igual en lugar de como a un inferior, puede que se aprenda con las consecuencias naturales de pasar frío. Los riesgos son parte del aprendizaje y de crecer. El sufrimiento también lo es.

Si solo entendiéramos los conceptos de ganar y perder, todos nos podríamos evitar muchos problemas. Ganar y perder son hipótesis de la forma en que funciona la vida y son conceptos falsos. Perls ha dicho: “Siempre que ganamos, perdemos, y siempre que perdemos, ganamos.” Esta es una buena descripción de la vida real.

Demasiados padres se consideran expertos en el tema de la vida de sus hijos, y en su enfoque, por desgracia la palabra clave es “deberías.” Karen Horney lo llama la “tiranía del deberías.” Una prueba interesante es escuchar a un padre hablar con su hijo durante algunos minutos y apuntar cuantas veces se utiliza la palabra “deberías”. Muchas de las conversaciones entre los padres y los hijos no son más que una hilera de “deberías.”

La alternativa al “deberías” es el “eres”. En lugar de tratar de lograr la perfección, con los sentimientos de impotencia e inseguridad que ésta entraña, podríamos tratar de aceptar la vida tal y como es  y tratar de lograr un desarrollo individual. En lugar de crear un infierno para nuestros hijos sosteniendo normas imposibles de conducta, debemos crecer juntos solucionando los problemas de una forma creativa. Al final de cuentas solo cuando la persona ha crecido puede asumir esta responsabilidad por sí solo.

Citemos otro ejemplo del conflicto entre un adolescente y su padre para ver cómo funciona esta teoría. Jaime está peleándose con su padre porque no quiere hacer su tarea en ese momento. Primero quiere pasar unas cuantas horas en el club con sus amigos. “Debes hacer tu tarea ahora,” le dice papá, “y después puedes salir”. Suponiendo amistad en lugar de lo contrario, añade: “Veamos si podemos ponernos de acuerdo sobre nuestras metas. Me parece que ambos queremos que acabes la preparatoria y eso significa que debes terminar tu tarea a tiempo. ¿Tengo razón?” como Jaime está de acuerdo, su padre le pregunta: “Si no es ahora ¿cuándo la harías?”
“Bueno, supongamos que si regreso demasiado tarde del club me levanto temprano mañana” dice Jaime, “De acuerdo,” le contesta el padre, “trata de hacerlo así. Pero conste que si no te levantas, el próximo mes te darás cuenta de que no puedes hacer las dos cosas y tendrás  que dejar el club. Aparentemente tienes que aprender con la experiencia.” No cabe duda de que este ensayo es mejor que seguir con un conflicto que puede incluso llevar hasta los golpes en  algunos casos.

En otro caso, los padres de María no están de acuerdo con una posible cita con un amigo. La chica sólo tiene trece años y quiere salir el viernes en la noche con Juan, que tiene dieciséis, a un autocinema. Sus padres no quieren que salga sola en coche con un amigo todavía. “Ni siquiera quieres que vaya al cine” protesta María de una  manera manipuladora. Su madre sensatamente le contesta: “Sabes que eso no es cierto. Nos parece bien que vayas al cine. Lo que no nos parece bien es que te expongas abiertamente a un enfrentamiento de tipo sexual. Tienes que tomar la decisión para la forma en que arreglas tus citas.

Una vez que estés estacionada en el coche dentro del autocinema podría ser demasiado tarde porque pierdes la libertad de decidir y es tu cuerpo el que decide por ti. Tienes que aprender a medir las consecuencias de cualquier tipo de elección.” Y María sigue peleando: “La verdad es que no confías en mí,” refunfuña.

En este momento es el padre el que entra al quite: “No, lo que pasa es que no confiamos en este tipo de situación.”

¿Cuáles son las alternativas? Después de discutir el asunto un poco más, se plantean varias soluciones: (1) puedes ir a otro tipo de cine en camión; (2) su padre puede llevarlos al cine; (3) los padres de Juan pueden llevarlos; o (4) pueden ir con una pareja mayor, como por ejemplo su hermano y su novia. Al final de cuentas María elige lo último.

Es posible que algunos piensen que esto explica una expresión demasiado abierta de los sentimientos de los padres, pero la honestidad es uno de los requisitos principales de una conducta actualizadora. Tampoco debemos pensar que siempre será tan fácil llegar a un acuerdo como arriba se dice. Tratemos de recordar que necesitamos otros principios además de la competitividad y la enemistad para funcionar.


Tomado de:
Shostrom, E. (1982) El Manipulador. Un proceso interno de la manipulación a la actualización. Unicornio Editores: México






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