Ir al contenido principal

Estando dentro y fuera de control


Geneen Roth
Tenía once años cuando mi madre me llamó a su cuarto para decirme que se iba a divorciar. Por años yo ya sabía que mis padres eran muy  infelices, y rezaba por las noches pidiendo que ellos no se separaran. Hincada al lado de mi cama, yo decía “Por favor bendice a mi Mami y a mi Papi y por favor, Dios, no dejes que se divorcien!” No sabía a dónde iría, qué pasaría conmigo. Pensaba que sería enviada a la corte y que tendría que pararme frente a un juez con mi mamá  y mi papá a cada lado de la corte, y que me pediría que eligiera a quien de los dos amaba más, con quien desearía vivir. Y yo no quería tener que tomar tal decisión… Creía que si me iba con mi padre, perdería el cariño de mi mamá, pero que si me iba con ella, mi papá sí me seguiría queriendo. Yo preferiría irme con mi papá porque en general era más fácil vivir con él y porque sentía que me amaba, pero no quería perder a mi mamá.
            El día que mi mamá me dijo que quería divorciarse, empecé a llorar. “¿Qué es lo que voy a hacer? ¿A dónde me iré? Pregunté.
“¡En lo único que piensas es en ti!- dijo ella. ¿Nunca puedes pensar en los sentimientos de los demás?”
Inmediatamente dejé de llorar, avergonzada. “Lo siento, mami, no fue mi intención”.
“Vete a tu cuarto”, me contestó.
Y así lo hice. Era un jueves por la noche; yo veía “Hechizada”. Me quedé viendo al techo por un buen rato. Cuando escuché que mi papá abría la puerta, corrí escaleras abajo a encontrarlo mientras él se quitaba su abrigo.
“Mi mamá me dijo que se van a divorciar”
“¿Qué, qué?” y se echó a reír.
…”Que se van a divorciar… ¿por qué te ríes’”
Sin contestarme, subió las escaleras y se dirigió a su cuarto.
Al día siguiente, mi mamá no dijo ni una palabra al respecto, y yo tampoco pregunté.
Cuando mi mamá se enojaba conmigo, me decía que yo era egoísta. Que yo siempre pensaba en mí antes que en ella o mi hermano. Ser egoísta era lo mismo que ser mala. Tal vez por ser egoísta mi mamá no me quería, yo pensaba. Crecí con la creencia de que no sería amada si pensaba en mi misma.
La comida era una manera de secretamente darme algo. Cuando me comía tres paquetes de galletas de naranja con relleno cremoso, no tenía que pedírselo a nadie. Nadie podía ver que yo deseaba eso u otra cosa, para mí.
Una tarde iba yo pasando cerca de la puerta del cuarto de mis padres y escuché a mi hermano llorar. Estaba hablando con mi padre: “Compré unos paquetes de galletas con mi propio dinero –uno para mí y otro para Geneen- y han desaparecido. ¿Tú te los comiste?”
“Probablemente sí Howard” le contestó mi papá. Y “Lo siento. No sabía que eran tuyas y las estabas guardando.”
Yo me fui silenciosamente hacia mi cuarto. Me tomó 20 años poder decirle a mi hermano que había sido yo, y no mi papá, quien se había comido todas las galletas.
Estaba avergonzada de ser egoísta, me avergonzaba comer tanto, me avergonzaba esconder comida en mis pijamas, abrigos, bolsillos.  Sentía vergüenza por tantas cosas, pero más que nada, sentía vergüenza de  mí misma.
Desde muy joven, aprendí a no tener control sobre la comida y a tenerlo entre la gente, lo que en realidad es una manera de compensar muchos de los que somos compulsivos por la comida hacemos. Todo lo que pensamos que no se nos está permitido hacer en la vida –con la gente, en el trabajo- nos lo permitimos con la comida: Comemos la ración más grande, tomamos lo mejor para nosotros, tomamos más de lo que necesitamos, gastamos dinero, no pensamos en los demás. Nos damos permiso de tener exactamente lo que queremos. Y por el resto de nuestra vida, nos la pasamos en una dieta de sentimientos reprimidos. Porque en algún momento aprendimos que para ser amado, no nos podemos mostrar. Que para ser amados, no podemos pedir lo que queremos.
Empezamos a definir el amor, entonces, como algo elusivo, algo que sólo podemos obtener si pretendemos ser  lo que no somos. Aprendimos en los primeros años de vida a moldearnos en una imagen del niño o la niña perfecta – aquel que nos imaginamos obtendrá todo el amor que nosotros, por nuestras imperfecciones, no recibimos. Cuando comíamos, nos sentíamos tanto victoriosos como desesperados- victorioso porque era la  manera, muchas veces la única, de ser nosotros mismos, y desesperado porque parecería que siendo nosotros, nos alejaría más y más de lo que más queremos en la vida: ser amados. Practicamos –y nos hicimos expertos- ser alguien más. Pero debajo de la envoltura sabemos que la persona que somos, quien verdaderamente somos, no es digna de ser amada.
Cada vez que comemos de manera compulsiva, reforzamos la creencia que la única manera que tenemos de obtener lo que queremos es dándonoslo nosotros mismos, que solamente teniendo el propio control de lo que comemos garantiza que no nos dará hambre. Al mismo tiempo, y precisamente porque es una manera de darnos a nosotros mismos, el comer compulsivamente dispara los viejos mensajes de que somos malos por tener necesidades y peor aún si las satisfacemos. Se ha convertido en el símbolo que representa que todo está mal con nosotros: que tenemos necesidades y que tenemos la arrogancia de satisfacerlas. Cada vez que usamos la comida de manera compulsiva, disparamos la desesperanza de darnos cuenta que el satisfacer nuestras necesidades significa que nunca seremos amados.
En este contexto, el comer compulsivamente es una afirmación del espíritu humano. Es nuestra manera de decir: “Tu no me puedes doblegar. Aunque soy vulnerable y creo que necesito tu amor, aunque tal vez me convierta en la persona que tú quieres que sea para satisfacerte, hay una parte en mí que permanece intacta a pesar de todo. Esta parte de mí no puede ser vendida o comprada; sabe que es digna de ser amada y de gozar y de realizarse. Esta parte es la parte de mí que come”
Y es verdad.
Cuando, de niños o adultos, vivimos en un ambiente en el que aprendemos que cuando expresamos nuestra humanidad no seremos amados, nos adaptamos. Aprendemos a pretender ser alguien diferente a quien realmente somos, a pesar de que al mismo tiempo, una fuerte voz interior nos grita no, y debido a que no la escuchamos, usa la comida como su lenguaje. Estando controlados precipita el estar fuera de control… de algo: comida, trabajo, sexo, drogas. También precipita una necesidad de mantener bajo control aquello que creemos que no recibiremos a menos que controlemos el recibir. El amor, por ejemplo.

Traducido de:

Roth, G. (1989). When food is love. Exploring the relationship between eating and intimacy. A Plume Book: New York

Comentarios

  1. Los terapeutas que ahora trabajan con las addicciones no dicen mas que es "estar fuera de control". Son ajustes creativos para controlar lo que esta fuera de control. Asi que la persona con problemas alimentarios esta tratando de controlar de la mejor manera que pueda, con lo que decide poner, o no, en su cuerpo.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. "Estando controlados precipita el estar fuera de control…". No funciona asi. Estando controlados nos hace sentir impotentes, menos. Asi que el ajuste creativo es de utilisar cualquier cosa/conducta/substancia encontrada para controlar nuestro mundo Y si me funciona una vez y mas voy a seguir haciendolo. Y asi empieza la addiccion porque necesito este control que he finalmente descubierto y que es mio, y sin este control no puedo aguantar el dolor de vivir en un mundo en donde no tengo ningun control.

      Borrar
    2. Gracias por tu aportación Dominique, es muy importante para nosotros que terapeutas como tu sigan el blog y lo retroalimenten.

      Borrar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Día de muertos 2011.

Alfredo Amescua V. CESIGUE, Xalapa, Veracruz Llegó y pasó una celebración más del día de muertos. Desde el de hace un año, hubo dos fallecimientos de personas muy cercanas a mí y a mi familia. En este día los recordamos a ellos y a los otros seres queridos que murieron en años anteriores. Mi mujer hizo un bello altar, una bella ofrenda para ellos. El camino de flores de cempaxúchitl para indicarles a los muertos el camino hacia el altar, pero también un camino que nos lleva a la reflexión Y desde luego, en muchos hogares la gente hace sus propios altares, sus propias ofrendas… Día de muertos, una ocasión no sólo para recordar a los que ya se fueron sino para meditar sobre la muerte misma. Para meditar sobre nuestra propia muerte. Muy pocas veces pensamos en ella, yo no diría que pienso que nunca voy a morir. Pero tampoco estoy realmente consciente de que eso es lo único seguro que tenemos en esta vida. Algún día moriré, puede ser hoy, mañana, en unos meses, en unos años. Y me pong

Habilidades de contacto

Eduardo Carlos Juárez López Alumno Estudiante de Maestría en Psicoterapia Gestalt  Darme cuenta Considero que es la habilidad básica de cualquier proceso terapéutico. Es algo que he estado trabajando desde mi primera sesión de terapia Gestalt en 2005. Desde entonces hasta ahora me doy cuenta del gran avance que he tenido y seguiré teniendo. Me doy cuenta de mi voz: es grave, varonil y le gusta mucho a las personas. Suele ser dura cuando quiero imponer mi razón sobre los demás. Su ritmo es fuerte. También sé sensibilizarla si la situación la amerita. Sé que le pongo adornos según la situación, la hago más grave cuando estoy con una chica que me agrada y hago cierta inflexión cuando quiero llamar la atención de un grupo de personas. Mi mirada es de una persona necesitada de cariño, trato de camuflar mi vacío interno y mi poca auto aceptación seduciendo a los demás con mi carácter atento y amable. Mi tacto es gentil sin embargo cuando me enojo mis ojos y mi mirada se vuelven os

Libros gratis

Puedes bajar este libro de Ángeles Marín en formato PDF, desde el blog de la Psicóloga Ivonne Patricia Rueda Rey de Bucaramanga, Santander, Colombia. Al hacer clic en el título de éste artículo te llevará directamente a la página dónde se encuentra el vínculo para descargar el libro. Manual práctico de Psicoterapia Gestalt Ángeles Marin Respecto a este libro, Ivonne comenta: Desde la psicología, y más específicamente desde la Gestalt, tratamos de que las personas aprendan a conocer su comportamiento, que amplíen sus recursos creativos y conozcan modos nuevos de funcionar, no sólo a través de técnicas y ejercicios, sino también del desarrollo de capacidades nuevas, promoviendo experiencias y facilitando el intercambio con el mundo. (...) El Manual práctico de psicoterapia Gestalt expone de forma sencilla y amena los conceptos básicos de la Terapia Gestalt, n o sólo a los terapeutas gestálticos sino a cualquier persona que se aproxima. Su lectura aporta una visión panorámica de

Reseña del libro "CÓMO HACER QUE LA GENTE HAGA LO QUE USTED QUIERE."

Reseña del libro CÓMO HACER QUE LA GENTE HAGA LO QUE USTED QUIERE . Prabbal,  Frank Gustavo Bello Jefe del Departamento de Relaciones Públicas. CESIGUE rrpp@cesigue.edu.mx “La comprensión profunda de la mente humana ha sido entendida y aprovechada durante años por las personas exitosas. A medida que vaya dominando esta habilidad, se dará cuenta de que los negocios y el dinero son producto de las relaciones públicas. Aprenderá los secretos para construir vínculos duraderos y dominará las técnicas para hablar y escuchar inteligentemente: halagar, ser delicado al criticar, ser agradecido y conversar con efectividad; este libro, escrito en un estilo convencional, y bien ilustrado, le ayudará a conseguir éxito en la vida.” El autor comienza aclarando el término manipulación la cual se entiende como administrar con habilidad. Por si misma la manipulación es neutra, pero la intención detrás de la manipulación la hace positiva o negativa. El éxito necesita una red de persona

Un payaso triste de ojos azules

Quiero contar una experiencia personal relacionada con la pintura, vivida esta vez no como facilitador, sino como un hombre de 45 años de edad, al participar en un taller con otras siete personas. Llegué con ganas de pintar la cara sonriente de un payaso. Con energía empecé a pintar la forma oval de la cabeza, la nariz como una pelota roja y los ojos azules lindísimos. Me faltó hacer la boca. La hice y… ¡me aterré! El payaso me estaba mirando con una angustia desnuda. Empecé a borrar esa boca cubriéndola con color blanco. Me sentí pillado cuando mi terapeuta vino corriendo y me preguntó “¿Qué haces?” Molesto con su intervención, contesté con cierta obstinación: “Quiero pintar un payaso alegre. Pero este me mira con angustia.” Ella me miró y dijo: “¿Qué pasaría si sigues pintando este mismo payaso lleno de miedo?” Yo: “No me agrada”. Ella: “Lo sé. Prueba, y si después quieres, puedes borrar esa boca “. Yo, aún molesto: “Bien, voy a ver”. Con pocas ganas miré a mi payaso. Pensé: