La persona... aquejada por una vieja pena dice cosas que no son pertinentes; hace cosas que no dan resultado; no puede hacer frente a los problemas, y soporta terribles sensaciones que no tienen nada que ver con el presente.
Harvey Jackins .
No podía creer que yo pudiera actuar de manera tan infantil.
Tenía 40 años de edad y había rabiado y gritado hasta que mi esposa, mis
hijastros y mi hijo se aterrorizaron. Entonces abordé mi automóvil y me alejé
de ellos. Después me encontré allí sentado, solo, en un motel a la mitad de
nuestras vacaciones en la Isla Padre. Me sentía muy solo y avergonzado.
Cuando intenté analizar los
sucesos que precedieron a mi partida, no pude sacar nada en claro. Estaba
confundido. Fue como despertar de una pesadilla. Más que nada, deseaba que mi
vida familiar fuera agradable, amorosa y sincera. Pero éste era el tercer año
en que había yo estallado en nuestras vacaciones. En otras ocasiones ya había
perdido el control, pero nunca antes me había alejado de mi familia.
Era como si hubiera entrado en un
estado de conciencia alterado. ¡Dios mío, cómo me odié! ¿Qué pasaba conmigo?
El incidente en la Isla Padre
ocurrió en 1976, un año después de la muerte de mi padre. Desde entonces conocí
las causas que provocaban mis arrebatos de ira. Estando solo y avergonzado en
ese miserable cuarto de motel, empecé a tener vívidos recuerdos de mi infancia.
Recordé aquella víspera de Navidad; tenía alrededor de 11 años de edad y estaba
en mi cuarto con las luces apagadas y con la cabeza cubierta con cobertores y
me rehusaba a hablar con mi padre. Había llegado casa tarde, un poco ebrio. Lo
quería castigar por arruinar nuestra celebración de la Navidad. No podía
expresar lo que sentía porque me habían enseñado que era pecado hacer tal cosa,
especialmente a mis padres. Con los años mi ira se enconó en mi alma y se
convirtió en rabia. La mayor parte del tiempo la guardé celosamente. Yo era un
sujeto simpático. El padre más agradable que hubiera existido, hasta que no
pude soportarlo más. Entonces me convertí en Iván el Terrible.
Comprendí que esa conducta
surgida en las vacaciones era una regresión
espontánea. Cuando me enfurecía y castigaba a mi familia abandonándola,
regresaba yo a mi infancia, cuando me había tragado mi ira y la había expresado
de la única manera que podía hacerla un niño: con el silencio y el retiro.
Ahora, ya de adulto, después de un desahogo emocional o alejamiento físico, me
sentía como el solitario y avergonzado niño que había sido.
Ahora lo entiendo, cuando el
desarrollo de un niño se frustra, cuando los sentimientos se reprimen,
especialmente la ira y el dolor, ese pequeño se convertirá físicamente en un
adulto, pero en su interior permanecerá ese niño airado y herido. Ese niño
interno contaminará espontáneamente la conducta de la persona adulta.
Al principio podría parecer
absurdo que un niño pudiera seguir viviendo en un adulto. Sin embargo, eso es
precisamente lo que estoy sugiriendo. Creo que ese descuidado niño herido que
se aloja en el alma del adulto es una fuente importante de dolor humano. Hasta
que reclamemos y defendamos a ese niño, seguiremos alterando y contaminando
nuestras vidas adultas.
Referencia bibliográfica
Bradshaw, J. (1991). Volver
a la niñez. México: Selector.
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