
No
saber afrontar problemas es otro problema.
Poder
aceptar la realidad y sentirse capaz de encontrar caminos posibles y
alternativos es indispensable para desarrollar la habilidad para enfrentar
dificultades.
En
la antigua China, hace más de 2.500 años, Lao Tse escribió el “Tao”. En este
libro está escrito que “la persona sabia
busca soluciones; los ignorantes, sólo culpables”. Y en otra parte del
libro dice: “Encarar la dificultad,
mientras aún es fácil. Solucionar problemas, cuando aún son pequeños. Prevenir
problemas grandes tomando pequeñas medidas es más fácil que resolverlos. Por lo
tanto la persona Tao previene y vive sabiamente, logrando cosas grandes
mediante pequeñas acciones”.
La
actitud que tomen los padres frente a las vicisitudes de la vida será tomada
como modelo por sus hijos.
- Lo primero es definir el problema en forma clara.
Debemos
focalizar nuestra energía en ver lo principal y no desviar la atención hacia
hechos secundarios.
- El segundo paso es la búsqueda de posibles soluciones.
Frente
a un problema pueden presentarse distintas y posibles soluciones. Es necesario
plantear diferentes opciones, y analizar los pro y los contra de cada una. Es positivo
para el niño observar cómo el adulto busca diversas alternativas para enfrentar
las dificultades.
Una
persona con pensamientos positivo tratará de encontrar diferentes salidas. En
cambio, las personas con pensamiento negativo quedarán en la primera etapa, es
decir, pondrán toda su energía en el problema. Lo repetirán veinte veces y
quedaran estancados en él.
Lo
aconsejable es realizar preguntas inteligentes al niño, para estimularlo a
pensar y guiarlo en la búsqueda. O sea, no ofrecerle la solución ya hecha.
A
los padres, en general, les gusta dar la solución al problema. En la mayoría de
los casos, el rol aconsejable es el de guía que muestra el camino, no el de
mago que lo puede todo.
Además
de los pequeños problemas de la vida cotidiana, existen otros que se refieren a
situaciones como la ausencia, muerte o enfermedad de una persona cercana al
niño, celos entre hermanos, conflictos entre amigos, etcétera.
Es
necesario ponerlas en palabras para evitar transformarlas en un tabú o secreto
familiar.
Escondiendo estas situaciones les damos fuerza y comienzan a tener un
efecto negativo en la vida del niño.
No
es la muerte o la ausencia o la enfermedad de los seres queridos lo que va a
marcar la vida de los niños, sino la actitud de los adultos significativos
frente a estos hechos. La interpretación y la actitud dada por los padres
frente a las alternativas de la vida, influirán en el desarrollo del niño.
La
severidad del problema no es lo más importante, sino la incapacidad de hablar
sobre el mismo. Conocemos situaciones muy difíciles, pero una vez que se habla de
ellas se atenúa el dolor y pierde su peligro.
La
actitud de los adultos ante los problemas y no la magnitud de éstos es lo que
determinará su efecto patogenizante.
Los
adultos pueden simplificar o aumentar el efecto del problema.
Referencia bibliográfica
Berger, F. (2010). Papis, miren qué me pasa. Uruguay: Fin de Siglo.
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