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"Mi primer encuentro con la Guestalt" (Parte II)

Después de una breve pausa, y siempre a título de caldeamiento, Serge propone que dibujemos cada uno nuestro universo bajo la forma de un “mandala” –se trata de hacer figurar nuestro dibujo a las gentes y a las cosas que queremos o que son importantes para nosotros, pero también los lugares o los sentimientos, y esto de la manera que nos convenga más: figurativa o simbólica. Llevamos cada uno, una o varias hojas de papel de formato grande, lápices y fieltros de colores (de los cuales una amplia reserva permanece en el centro de cuarto) y nos instalamos; algunos en un rincón, algunos en la proximidad de otro, para entregarnos a nuestra “puesta en forma”.
            Muy evidentemente, este ejercicio no requiere ninguna aptitud particular para el dibujo. Sin embargo, de vez en cuando, algunos tratan de dar rodeos argumentando su gran torpeza.
            Por mi parte, ¡no estoy nada inspirada! Me parece que mi universo no merece ser contado, ya que me parece informe y abstracto. No me gusta. Nada me satisface ni en los colores, ni en las formas, ni en los contenidos. Mi universo ¿estará hecho de vacío? En la medida en que me meto en esta meditación desoladora, surgen en mí sentimientos intensos de alegría o de tristeza, de esperanza o de desesperación. Me sorprendo poniendo la imagen de mi madre teniendo en sus brazos ¡una criatura completamente rosa! Inspiración repentina, tengo necesidad de entreabrir una puerta o una ventana debajo de mi dibujo, a fin de que el aire o el sol penetren. ¿Será que me ahogo en mi propio mundo? Y además, he aquí que la hierba se pone a crecer al pie de la página. Y también, pongo la cabeza con algunas contradicciones que simbolizo por una fórmula algebraica.
            Se trata después de presentar nuestro dibujo al grupo. Constato que algunos se sienten muy bien de hacer visitar su paisaje existencial. ¡Seguridad en ellos! Los trazos son netos, el conjunto está bien circunscrito, los elementos bien diferenciados. La mayor parte han dibujado su casa, su familia, su espacio privado, algunos han tratado de dar forma a su proyecto.
            Cada presentación da lugar a un trabajo individualizado, más o menos intenso: toma de conciencia en el “aquí y ahora” de los valores de su vida, de lo que eligen, de sus cuestionamientos, de su sentimiento, sus bloqueos, esto en una atmósfera de atención indulgente.
            Me acuerdo de Roland, cuyo dibujo, de color café, había subrayado el tema de la muerte, pero también el del placer. De Simona, cuya casa, adornada para Navidad, esperaba un regalo ilusorio, en un decorado fijo. ¿Qué edad tenía ella? ¿Cuánto tiempo esperaría ella todavía para autorizarse a vivir? Yo aprendería algunos meses más tarde, que ella había hecho volar en mil pedazos su “armadura” doméstica y que ya nadie la reconocía en el círculo de sus allegados, ¡debido a la nueva intensidad y fuerza de su vida cotidiana!
            Después de una secuencia de trabajo corporal donde Pascale expresaba su necesidad insatisfecha de calor y de contacto, todos nos sentimos muy afectados. Algunos se sienten en muy fuerte resonancia emocional con esta ternura desbordante. Otros, temen ser “devorados” por esta bulimia. Alguno evoca a su madre demasiado lejana y demasiado fría; a quien responde otra, acusándose de ser una mala madre para sus hijos.
            Paule, la “mala madre” culpable, pide un tiempo de la sesión para trabajar este problema.
            Habiendo sido ella misma más o menos abandonada, teme que sus hijos tengan el mismo sentimiento y tiende a sobreprotegerlos y a ayudarlos de una manera un poco rígida.
            Teme, sobre todo, que tengan de su madre la imagen de una mujer que los aplasta y los molesta y, por este hecho, expresa su miedo a no ser querida.
            A medida que habla, aparecen una serie de estereotipos de la “buena madre”, siempre disponible, discreta e indulgente.
            Buscamos entonces, en el grupo, a otra madre que no estime ser tan mala. Y este es el diálogo entre las dos: la “buena” y la “mala”.
            -Yo, me las arreglo para estar siempre allí cuando ellas llegan de la escuela.
            -A mí, me parece que son suficientemente grandes para arreglárselas solos.
            -Yo, los acaricio todas las noches antes de que se duerman.
            -Yo, a veces les suelto una bofetada cuando me ponen nerviosa.
            Serge incita a la “buena” a mostrarse todavía mejor y a la “mala” ¡a ser peor todavía! 
Pronto sucede que sus reacciones son a fin de cuentas, muy parecidas, hechas a veces de ternura, a veces de agresividad, a veces de paciencia, a veces de cólera reprimida. Ellas vuelven a representar simbólicamente en el grupo algunas de sus actitudes, con frecuencia sin saberlo. Todo termina en una gran complicidad y grandes carcajadas en un “concurso general de madres”, improvisado para la ocasión, y Paule constata que después de todo ella no es tan mala madre como temía.
            Me acuerdo de otro ejercicio del mismo tipo. Propuesto dos días después. Se trataba de realizar una obra individual a partir de los más diversos materiales transformables: papeles, telas, lanas, hilo, alambre, hierro viejo, madera, tierra, hojas secas, frijoles, etcétera.
            Para esta ocasión, algunos trabajaban de pie, otros acurrucados solos o en pequeños grupos. Los más serios fabrican un objeto muy presentable (un animal, una muñeca, un móvil); otros, hacen toda clase de ensayos por aquí y por allá, de manera poco convincente. Es mi caso, Yo comienzo una multitud de “proyectos”, diseminados un poco por todos lados. También llego a intervenir en las creaciones de mis vecinos, y hasta de salir del cuarto.
            Una vez realizadas nuestras obras, se trata de poner en escena a nuestras “criaturas” o nuestras “producciones”, hacerlos vivir, sentir, hablar, intercambiar. Esta operación no deja de suscitar reacciones variadas: tomas de conciencia inesperadas sobre las relaciones que nosotros establecemos, sin saberlo, entre nuestros objetos, nuestra manera de hablar a los otros o a nosotros mismos, o de hacerlos hablar, y el mundo implícito que otros objetos representan. Con mucha frecuencia, la obra aparece en resonancia con un tema importante de nuestra existencia, aflorando por otro lado en nuestra vida cotidiana o en nuestros sueños, es entonces la oportunidad de ir un poco más lejos en el diálogo con las diferentes parte o diferentes niveles de nuestro ser.
            Jöel presentando su camión, se acuerda de un sueño muy reciente, en el cual él espera un tren jugando al tenis, con un compañero, sobre la vía del tren. Serge lo invita a encarnar, alternativamente al tren, la vía, la raqueta, la perlota, etcétera.
            A medida que comienza, él mismo decodifica una serie de mensajes, más o menos explícitos:
            Jöel. –Soy el tren, voy a todo lo que da. Soy sólido. No sé a dónde voy.
            -Sigo uno de los rieles, tengo necesidad de ser guiado.
Un poco más tarde:
-Soy un durmiente de la vía, me ignoran. Me pisan. Sólo ponen atención a los rieles porque son metálicos y brillantes. Y sin embargo soy yo ¡el que une los rieles! Y además soy de madera viva.
Cada elemento de su sueño le habla de su vida cotidiana y él abandona pronto sus actitudes de prestancia para confiarnos su confusión.
            Nuevo momento de palabra en el grupo, a partir de lo que ha sentido cada uno durante el trabajo de Jöel.
            Martine menciona sus dificultades de comunicación y su agudo conflicto con su ex marido en relación con sus hijos. Haciendo esto, no deja de dar vuelta mecánicamente a su anillo alrededor de su dedo.
            Serge. -¿Qué estás haciendo?
            Martine. –Toco mi anillo, le doy vueltas y lo miro. Me gusta mirarlo.
            Serge. -¿Y si te convirtieras en tu anillo? ¿Qué dirías?
            Martine. –Diría que soy un diamante. Soy un diamante, una piedra preciosa, cuesto caro. Es por otro lado un regalo de mi ex marido. No me quiero deshacer de él y sin embargo, ¡tengo necesidad de dinero!
            Serge. –Tú eres todavía tu anillo. “Yo, diamante”.
            Martine. –Yo, soy un diamante, una piedra pura, una piedra dura. Nadie puede rayarme. ¡No! ¡No soy dura! rigurosa más bien. Tengo múltiples facetas y fui tallada para brillar con la luz. Traigo la belleza. Es muy importante la estética. Soy luminosa. Soy una condensación del fuego. Del fuego y del agua. Vengo de la tierra. Tengo una larga historia. Una muy larga historia de evolución. Estuve mucho tiempo comprimida bajo el peso de la tierra, es lo que me ha endurecido, pero también me ha purificado (ella se mete completamente en una larga meditación interior, silenciosa, una ligera sonrisa en los labios). Ahora, nadie puede destruirme, ¡tengo tantas facetas! Si creen que me alcanzan por un lado ya estoy en otra parte.
            Serge. –En suma, ¿eres inaccesible?
            Martine. –No inaccesible, sino fuerte, ¡sí! Siempre he sido fuerte. Yo jugué este papel en mi familia. Mi padre me decía “mi roca”. Siento que ¡tengo tantas cosas que dar a otros! La gente siente mi fuerza y me viene a pedir ayuda. No los puedo rechazar.
            Serge. -¿Y tú? ¿Cuánto pides tú?
            Martine. -¿Yo? No me gusta pedir. Hasta ahora, siempre me las he arreglado sola, sobre todo después de que me divorcié. Pero es dura ¡la soledad! Ahora, tengo ganas de compartir con alguien lo que vivo, lo que siento (una expresión de gran tristeza se lee en su rostro). Tengo ganas de una relación profunda con alguien ¡y no hay nadie! Fue lo que elegí, pero ¡es difícil! ¡Puede ser que ahora, esté lista para compartir?

Referencia bibliográfica

Ginger, S. (2004). La Gestalt. Una terapia de contacto. México: El manual moderno.


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