
Muy
evidentemente, este ejercicio no requiere ninguna aptitud particular para el
dibujo. Sin embargo, de vez en cuando, algunos tratan de dar rodeos
argumentando su gran torpeza.
Por
mi parte, ¡no estoy nada inspirada! Me parece que mi universo no merece ser
contado, ya que me parece informe y abstracto. No me gusta. Nada me satisface
ni en los colores, ni en las formas, ni en los contenidos. Mi universo ¿estará
hecho de vacío? En la medida en que me meto en esta meditación desoladora,
surgen en mí sentimientos intensos de alegría o de tristeza, de esperanza o de
desesperación. Me sorprendo poniendo la imagen de mi madre teniendo en sus
brazos ¡una criatura completamente rosa! Inspiración repentina, tengo necesidad
de entreabrir una puerta o una ventana debajo de mi dibujo, a fin de que el
aire o el sol penetren. ¿Será que me ahogo en mi propio mundo? Y además, he
aquí que la hierba se pone a crecer al pie de la página. Y también, pongo la
cabeza con algunas contradicciones que simbolizo por una fórmula algebraica.
Se
trata después de presentar nuestro dibujo al grupo. Constato que algunos se
sienten muy bien de hacer visitar su paisaje existencial. ¡Seguridad en ellos!
Los trazos son netos, el conjunto está bien circunscrito, los elementos bien
diferenciados. La mayor parte han dibujado su casa, su familia, su espacio
privado, algunos han tratado de dar forma a su proyecto.
Cada
presentación da lugar a un trabajo individualizado, más o menos intenso: toma
de conciencia en el “aquí y ahora” de los valores de su vida, de lo que eligen,
de sus cuestionamientos, de su sentimiento, sus bloqueos, esto en una atmósfera
de atención indulgente.
Me
acuerdo de Roland, cuyo dibujo, de color café, había subrayado el tema de la
muerte, pero también el del placer. De Simona, cuya casa, adornada para Navidad,
esperaba un regalo ilusorio, en un decorado fijo. ¿Qué edad tenía ella? ¿Cuánto
tiempo esperaría ella todavía para autorizarse a vivir? Yo aprendería algunos
meses más tarde, que ella había hecho volar en mil pedazos su “armadura”
doméstica y que ya nadie la reconocía en el círculo de sus allegados, ¡debido a
la nueva intensidad y fuerza de su vida cotidiana!
Después
de una secuencia de trabajo corporal donde Pascale expresaba su necesidad
insatisfecha de calor y de contacto, todos nos sentimos muy afectados. Algunos
se sienten en muy fuerte resonancia emocional con esta ternura desbordante.
Otros, temen ser “devorados” por esta bulimia. Alguno evoca a su madre
demasiado lejana y demasiado fría; a quien responde otra, acusándose de ser una
mala madre para sus hijos.
Paule,
la “mala madre” culpable, pide un tiempo de la sesión para trabajar este
problema.
Habiendo
sido ella misma más o menos abandonada, teme que sus hijos tengan el mismo
sentimiento y tiende a sobreprotegerlos y a ayudarlos de una manera un poco
rígida.
Teme,
sobre todo, que tengan de su madre la imagen de una mujer que los aplasta y los
molesta y, por este hecho, expresa su miedo a no ser querida.
A
medida que habla, aparecen una serie de estereotipos de la “buena madre”,
siempre disponible, discreta e indulgente.
Buscamos
entonces, en el grupo, a otra madre que no estime ser tan mala. Y este es el
diálogo entre las dos: la “buena” y la “mala”.
-Yo,
me las arreglo para estar siempre allí cuando ellas llegan de la escuela.
-A
mí, me parece que son suficientemente grandes para arreglárselas solos.
-Yo,
los acaricio todas las noches antes de que se duerman.
-Yo,
a veces les suelto una bofetada cuando me ponen nerviosa.
Serge
incita a la “buena” a mostrarse todavía mejor y a la “mala” ¡a ser peor
todavía!
Pronto sucede que sus reacciones son a fin de cuentas, muy parecidas, hechas a
veces de ternura, a veces de agresividad, a veces de paciencia, a veces de
cólera reprimida. Ellas vuelven a representar simbólicamente en el grupo algunas
de sus actitudes, con frecuencia sin saberlo. Todo termina en una gran
complicidad y grandes carcajadas en un “concurso general de madres”,
improvisado para la ocasión, y Paule constata que después de todo ella no es
tan mala madre como temía.
Me
acuerdo de otro ejercicio del mismo tipo. Propuesto dos días después. Se
trataba de realizar una obra individual a partir de los más diversos materiales
transformables: papeles, telas, lanas, hilo, alambre, hierro viejo, madera,
tierra, hojas secas, frijoles, etcétera.
Para
esta ocasión, algunos trabajaban de pie, otros acurrucados solos o en pequeños
grupos. Los más serios fabrican un objeto muy presentable (un animal, una
muñeca, un móvil); otros, hacen toda clase de ensayos por aquí y por allá, de
manera poco convincente. Es mi caso, Yo comienzo una multitud de “proyectos”,
diseminados un poco por todos lados. También llego a intervenir en las
creaciones de mis vecinos, y hasta de salir del cuarto.
Una
vez realizadas nuestras obras, se trata de poner en escena a nuestras
“criaturas” o nuestras “producciones”, hacerlos vivir, sentir, hablar,
intercambiar. Esta operación no deja de suscitar reacciones variadas: tomas de
conciencia inesperadas sobre las relaciones que nosotros establecemos, sin
saberlo, entre nuestros objetos, nuestra manera de hablar a los otros o a
nosotros mismos, o de hacerlos hablar, y el mundo implícito que otros objetos
representan. Con mucha frecuencia, la obra aparece en resonancia con un tema
importante de nuestra existencia, aflorando por otro lado en nuestra vida
cotidiana o en nuestros sueños, es entonces la oportunidad de ir un poco más
lejos en el diálogo con las diferentes parte o diferentes niveles de nuestro
ser.
Jöel
presentando su camión, se acuerda de un sueño muy reciente, en el cual él
espera un tren jugando al tenis, con un compañero, sobre la vía del tren. Serge
lo invita a encarnar, alternativamente al tren, la vía, la raqueta, la perlota,
etcétera.
A
medida que comienza, él mismo decodifica una serie de mensajes, más o menos
explícitos:
Jöel. –Soy el tren, voy a todo lo que
da. Soy sólido. No sé a dónde voy.
-Sigo
uno de los rieles, tengo necesidad de ser guiado.
Un poco más tarde:
-Soy un durmiente de la vía, me
ignoran. Me pisan. Sólo ponen atención a los rieles porque son metálicos y
brillantes. Y sin embargo soy yo ¡el que une los rieles! Y además soy de madera
viva.
Cada elemento de su sueño le
habla de su vida cotidiana y él abandona pronto sus actitudes de prestancia
para confiarnos su confusión.
Nuevo
momento de palabra en el grupo, a partir de lo que ha sentido cada uno durante
el trabajo de Jöel.
Martine
menciona sus dificultades de comunicación y su agudo conflicto con su ex marido
en relación con sus hijos. Haciendo esto, no deja de dar vuelta mecánicamente a
su anillo alrededor de su dedo.
Serge.
-¿Qué estás haciendo?
Martine.
–Toco mi anillo, le doy vueltas y lo miro. Me gusta mirarlo.
Serge.
-¿Y si te convirtieras en tu anillo? ¿Qué dirías?
Martine.
–Diría que soy un diamante. Soy un diamante, una piedra preciosa, cuesto caro.
Es por otro lado un regalo de mi ex marido. No me quiero deshacer de él y sin
embargo, ¡tengo necesidad de dinero!
Serge.
–Tú eres todavía tu anillo. “Yo, diamante”.
Martine.
–Yo, soy un diamante, una piedra pura, una piedra dura. Nadie puede rayarme.
¡No! ¡No soy dura! rigurosa más bien. Tengo múltiples facetas y fui tallada
para brillar con la luz. Traigo la belleza. Es muy importante la estética. Soy
luminosa. Soy una condensación del fuego. Del fuego y del agua. Vengo de la
tierra. Tengo una larga historia. Una muy larga historia de evolución. Estuve
mucho tiempo comprimida bajo el peso de la tierra, es lo que me ha endurecido,
pero también me ha purificado (ella se mete completamente en una larga
meditación interior, silenciosa, una ligera sonrisa en los labios). Ahora,
nadie puede destruirme, ¡tengo tantas facetas! Si creen que me alcanzan por un
lado ya estoy en otra parte.
Serge.
–En suma, ¿eres inaccesible?
Martine.
–No inaccesible, sino fuerte, ¡sí! Siempre he sido fuerte. Yo jugué este papel
en mi familia. Mi padre me decía “mi roca”. Siento que ¡tengo tantas cosas que
dar a otros! La gente siente mi fuerza y me viene a pedir ayuda. No los puedo
rechazar.
Serge.
-¿Y tú? ¿Cuánto pides tú?
Martine.
-¿Yo? No me gusta pedir. Hasta ahora, siempre me las he arreglado sola, sobre
todo después de que me divorcié. Pero es dura ¡la soledad! Ahora, tengo ganas
de compartir con alguien lo que vivo, lo que siento (una expresión de gran
tristeza se lee en su rostro). Tengo ganas de una relación profunda con alguien
¡y no hay nadie! Fue lo que elegí, pero ¡es difícil! ¡Puede ser que ahora, esté
lista para compartir?
Referencia bibliográfica
Ginger, S. (2004). La Gestalt. Una terapia de contacto. México: El manual moderno.
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