
Yo.
-¡Y bien! Tú ves (al cojín), yo detesto tu mundo, ¡yo llamo a eso una
mistificación! ¡Ya me han hecho eso! Detesto que se crean fuertes, ¡cuando
realmente no es cierto! Detesto que crean poseer la verdad. ¿Sabes lo que tengo
ganas de hacerle a tu verdad? Triturarla, aplastarla.
Serge.
-¡Hazlo en lugar de decirlo!
Agarro entonces el cojín, lo
tuerzo, lo piso, lo pateo y lo arrojo. Pero voy a recogerlo, ¡no he terminado
de expresar mi cólera! Lo trituro, ¡lo muerdo con todos los dientes! No puedo
desprenderme, ¡a pesar de todo el mal que le puedo desear!
Serge.
-¿Si? ¿Qué sientes ahora?
Yo.
–Siento que estoy muy enganchada y ¡no me gusta esta dependencia! (vuelvo a
empujar de nuevo el cojín de una patada).
Serge.
-¿Dónde quieres poner este cojín? ¿Puedes encontrar un lugar?
Me siento confundida. Tengo una
gran nostalgia por haber perdido el paraíso de las certidumbres. Tomo el cojín
en mis brazos lo arrullo largamente “explicándole” que lo que “él” se propone
es demasiado bello para ser verdad y que me gustaría mucho creer en eso
ciegamente.
Serge.
-¿Te gustaría “tenerle” confianza?
Yo.
-¡Ah, si! ¡Y esto no está liquidado aún! Yo creía que había cicatrizado (siento
que mi voz tiembla y una intensa emoción me gana, mi cólera da lugar a la tristeza).
Tengo tanta necesidad de calor, de ternura y de confianza. Pero no sé dejarme
llevar, con los ojos cerrados.
Serge.
-¿Quieres experimentar eso ahora, aquí con nosotros?
Después de un signo de
consentimiento de mi parte, varios miembros del grupo se levantan y se cierran
en círculo alrededor de mí, mientras que permanezco parada, en medio, con los
ojos cerrados, dejándome ir como un tapón sobre una ola, como una botella en el
mar.
Me dejo sacudir así, en medio de
todos, unos me mandan a los otros y es la desesperación completa, el
sentimiento de no haber tenido nunca ni peso, ni elementos de reparo de ser
lanzada de aquí, de allá, por la vida, el azar, ¡por la voluntad de otros!
Siento entonces que me levantan
suavemente, en una red de brazos tendidos bajo mi nuca, mi espalada, mi pelvis
y me arrullan.
Serge habla en voz baja:
¡No te detengas! No te escondas
para llorar. Sí. Así. ¿Qué edad tendrías en este momento?
Yo (entre sollozos).
–Siete u ocho años.
Serge.-
¿Qué dice esta pequeña Marie-Laure de siete años?
Yo. –Quiero respirar. Siento el aire del amplio y
alto mar (siento aire fresco sobre mi cara, el grupo me sopla). Vuelvo a ver
los lugares de mi infancia: el lugar donde se queman las hojas secas a las que
oigo trepitar, veo la casa comunal, donde mi padre va todos los días. Lo miro
alejarse. Siento el viento del mar sobre mi rostro.
Cuando
abro los ojos, sorprendida de encontrarme aquí, me siento maravillada de
encontrar tanto cálido afecto en la mirada de los que me sostienen.
Saliendo
de esta sesión, me siento regenerada, liberada de una especie de armadura,
vuelta a mí misma, aunque no sepa bien por qué. El mundo me parece más rico y
más colorido que de costumbre, que casi ciega por la luz. La gente me parece
más real, más cercana. Tengo la impresión de haber vivido un diluvio y un
renacimiento, así como la naturaleza se vuelve más brillante y llena de vida,
al salir de una tormenta. Verdaderamente tomé mi rumbo desde entonces. Y ahora
sé que pronto descubriré mis Américas.
Marie-Laure Gassin.
Referencia Bibliográfica
Ginger, S. (2004). La Gestalt. Una terapia de contacto. México: El manual moderno.
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