A causa de la obsesión por
la juventud que fomentan los medios de comunicación y la cultura popular, la
vejez se suele considerar una situación muy desafortunada. Se da por supuesto
que, entre las arrugas, los achaques, los dolores y el calzado tan poco
elegante, los ancianos deben de disfrutar muy poco de la vida. Sin embargo, las
investigaciones demuestran que, en general y al margen de algunas crisis, la
realidad es bien distinta. A pesar de algunas pérdidas evidentes, las personas
mayores experimentan tanto bienestar como los jóvenes, si no más. Uno de los
principales motivos de su sorprendente buen humor radica en su mayor capacidad
para atender a detalles que les proporcionan satisfacción.
Seguramente, tu abuela no
necesitaba que ningún psicólogo le
enseñase a ver el típico vaso medio lleno. Cuando estabas desanimado, escuchaba
tus penas el profesor te había puesto una mala nota en matemáticas o tu padre
te había reducido la asignación y después re-encauzaba tu realidad señalando
que eras afortunado de tener un profesor que procuraba sacar lo mejor de ti o
un padre que intentaba fortalecer tu carácter.
¡Piensa en todos los niños
que no tienen nada!
Las investigaciones demuestran
que la habilidad de muchos abuelos para llevar a cabo semejantes reajustes de
atención no es casual ni mucho menos. En realidad, la capacidad de ver el vaso
como mínimo medio lleno supone uno de los grandes beneficios que conlleva la
edad. Comparados con los jóvenes, los mayores experimentan menos emociones
negativas e igual cantidad de positivas. También están insatisfechos con sus
relaciones y se les da mejor resolver los problemas que les salen al paso. Los
ancianos que han desarrollado un enfoque particularmente optimista disfrutan de
mejor salud además de ser más felices: según el Estudio Longitudinal del
Envejecimiento y la Jubilación de Ohio, viven 7,5 años más de media.
Para William James, la
sabiduría es «el arte de saber qué cosas pasar por alto» y muchos ancianos lo
dominan a la perfección. Gran cantidad de estudios demuestran que los adultos
más jóvenes prestan tanta atención a la información negativa como a la
positiva, o incluso más. Hacia la mediana edad, sin embargo, el centro de interés
empieza a cambiar, hasta que, ya en la vejez, desarrollamos una fuerte
tendencia a recordar y atender en positivo.
Tal vez los distintos
intereses de jóvenes y ancianos, así como sus diferentes grados de bienestar
emocional, tengan más que ver con las motivaciones propias de cada período
vital que con la edad en sí misma. En sus estudios sobre «selectividad
socioemocional», la psicóloga Laura Carstensen, de la Universidad de Stanford,
ha descubierto que cuando nuestras expectativas de vida parecen ilimitadas,
como suele ser en la juventud, nos centramos en el futuro y en la adquisición
de información esto es, en ampliar los horizontes y buscar nuevas experiencias.
En cambio, cuando los límites de la existencia se manifiestan, como pasa en la
vejez, el centro de atención se desplaza hacia la satisfacción emocional que
proporciona el momento presente y a
«certezas» valiosas por encima de la novedad. Por otra parte, si los jóvenes se
enfrentan a situaciones que evidencian la fragilidad de la vida, como la guerra
o una enfermedad grave, también se aferran a las experiencias satisfactorias
del aquí y ahora. Como dice Carstensen: «La edad no acarrea una incansable
búsqueda de la felicidad, sino más bien de la satisfacción que supone alcanzar
objetivos emocionalmente significativos, lo cual implica mucho más que
"sentirse bien"».
Tal como sugiere su talante
más afable, los cerebros de los mayores almacenan los estímulos emocionales de
manera distinta que las personas jóvenes. Cierto estudio demostró que, a diferencia
de estos últimos, los ancianos recordaban el doble de imágenes positivas que de
negativas o neutras. Por si fuera poco, cuando se repitió el experimento
utilizando imágenes por resonancia magnética, las pruebas demostraron que la
amígdala un centro emocional de los jóvenes reaccionaba tanto a las imágenes
agradables como a las desagradables, pero la de los mayores sólo respondía a
los estímulos favorables. Quizá porque los ancianos usan la inteligencia de la
corteza prefrontal en detrimento de la amígdala, más volátil, sus cerebros
decodifican menos información negativa, lo que, como es lógico, reduce el
recuerdo de ésta y su impacto en la conducta.
Referencia bibliográfica:
Gallagher W. (2010).
Atención plena. El poder de la concentración. España: Urano.
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