Ana
T. Jack
«Pobre, es muy pequeño, solo se está
divirtiendo», dice el padre enternecido, mientras su retoño de un año de edad
destroza con gran alegría el último libro de Eduardo Punset, que ha robado de
la mesilla de su madre… Pero reaccionar así es un error. Está científicamente comprobado que entre los cero y los tres años
se forma la personalidad del niño y, entre otras cosas, se sientan las bases
del aprendizaje de los límites. Al principio, en los primeros meses de vida, se
trata de adquirir rutinas relacionadas con la comida, el sueño o el baño. Son
las primeras normas que conoce el bebé, y también las que le hacen sentirse
seguro y protegido. Antes de cumplir un año, además, reconocerá sin problemas
un no rotundo o un sí claro, por lo que con estos dos simples monosílabos se
puede comenzar a guiar su conducta.
Eso sí, a partir del
primer año empezará a calibrar hasta qué punto sus padres son firmes con las
normas. «Eso no se toca», le dirán. Y él, retador, hará el gesto de tocar,
aunque al mismo tiempo buscará con la mirada a sus padres, que pueden
reaccionar sonriendo ante la pillería o bien manteniéndose firmes con la
prohibición. Esta última forma de actuar, con constancia, es fundamental para
afrontar con éxito y sin desesperación la terrible edad de los 2-3 años, que es
la del no y la de las rabietas.
En definitiva, el mensaje
que hay que transmitir desde el principio es que ciertos tipos de
comportamiento son del todo inaceptables, aunque el niño no entienda por qué.
Así, en la categoría de lo estrictamente prohibido se deberían encontrar las
conductas que hacen daño a otras personas (como pegar, morder, dar puñetazos o
empujar) y las que podrían poner en peligro su propia integridad (como intentar
meter los dedos en el enchufe o soltar la mano para cruzar la calle).
Así que, definitivamente,
un niño de un año no es demasiado pequeño para saber que «ese libro es de mamá
y no se puede tocar».
COMO
AYUDAR EN CASA
Educar a un hijo supone perseguir ese
frágil equilibrio entre estar ahí para protegerlo y, por otro lado, darle la
libertad necesaria para que pueda explorar el mundo por su cuenta.
Tracy Hogg propone el
método HELP para ayudar a los padres a encontrar ese punto medio ideal:
1. Reprímete («Hold
yourself back»): ante la llamada del bebé, no acudas inmediatamente. Concédete
unos minutos para averiguar porqué llora o por qué se aferra a tus piernas como
si le fuera la vida en ello.
2. Fomenta la exploración
(«Encourage exploration»): deja que tu niño descubra por sí solo el nuevo
juguete que le acaban de regalar o que intente arreglárselas con el tenedor. Si
necesita tu ayuda, ya te lo hará saber.
3. Pon límites («Limit»):
limita la cantidad de estímulos que recibe cada día, el tiempo que está
despierto, el número de juguetes que lo rodean y las opciones que se le
presentan. Intervén antes de que sufra un exceso de estimulación.
4. Elógialo («Praise»):
desde que es un bebé, aplaude sus esfuerzos, no los resultados (« ¡Mira qué
bien! Estás metiendo el brazo en la manga del abrigo»).
Y sobre todo evita los
errores comunes que sabotean la relación de confianza con tu hijo:
◦No respetar, o peor aún,
negar los sentimientos del niño: «Vamos, hijo, pero si a ti te encantan los
perros, deja de llorar ya».
◦Forzarlo a comer cuando
está lleno: «Solo una cucharadita más».
◦Introducir situaciones
nuevas sin avisar, como llevarlo a un grupo de niños que juegan y forzarlo a
que se sienta a gusto.
◦Escabullirse furtivamente
de casa para evitar una escena.
◦ Decir una cosa y hacer
otra. Por ejemplo, decirle: «No puedes comer caramelos» y acabar cediendo
cuando se pone a llorar.
◦No corregir conductas
indeseables desde el primer momento.
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