Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de junio, 2014
Comparaciones Angela Tormo “Es imposible la salud psicológica, a no ser que lo esencial de la persona sea fundamentalmente aceptado, amado y respetado por otros y por ella misma”. (Abrahan Maslow) Hay un dicho popular que reza “Las comparaciones son odiosas”, y efectivamente así es. No hay nada que sea más deleznable y artificioso que una comparación porque nadie puede ser comparado con nadie, ni siquiera los hermanos gemelos que son los que más genes comparten y sitúan en el mismo ambiente desde el nacimiento, todo lo cual podría hacerlos más parecidos pero nunca iguales. Cada persona es un ser único e irrepetible, con permiso de la clonación. ¡Claro que los hijos son diferentes! Precisamente hay que valorar y respetar esa diferencia que los hace sujetos únicos. Es posible que un niño no sea tan brillante en matemáticas como su hermano, su prima, su amigo, pero seguro que tiene otras capacidades en las que pueda sobresalir: la música, el dibujo, los deportes… Cuando

El juego

Mtra. Irma Castañeda Náder Psicoterapeuta Infantil Gestalt Hola! En esta ocasión me dirijo a ustedes para comentar algo que todos sabemos: los niños juegan. Desde mediados del siglo pasado quedo como un hecho científicamente comprobado que el juego y la salud infantil se correlacionan tanto a nivel físico como emocional y educativo. Sin embargo, en muchos padres que conozco aún persiste la duda ¿cómo es el juego sano? ¿Por qué no mejor estimularlos para que hagan algo útil, que les sirva para su futuro? Mi respuesta inmediatamente es, el juego es lo mejor que los niños pueden hacer para su futuro. Me explico.        Cada edad o momento de la vida tiene una actividad fundamental cuyo desarrollo no sólo nos hace felices, sino nos prepara para la siguiente. Por ejemplo, en la adolescencia se consolidan las habilidades sociales que en la edad adulta nos ayudarán a desempeñarnos como parte productiva de la sociedad. Aun siendo personas muy capaces, si nuestras habilidades soc

Intimidad (IV)

Juan Carlos Kreimer Un vuelco de fe Afrontar los riesgos emocionales que implica la intimidad nos requirió confianza, mucha  y de varios tipos. Confianza en cada uno de nosotros dos, en el otro y en el modelo pareja matrimonio. Confianza para aceptar que el concepto de estabilidad ya no tiene el mismo sentido que en otras épocas y que el voto “hasta que la muerte nos separe” no es una ironía ¿Quién cuando asiste a una boda, no se pregunta discretamente cuánto durarán? Ideas sobre la confianza en el matrimonio: ·          Considerar una posible disolución como algo propio de cualquier mente realista, es el primer, sutil, sabotaje a la confianza. ·          El sentido de continuidad y permanencia, aportados por el compromiso, crea la atmósfera para que florezca la confianza. ·          Aunque confiar en la pareja pueda significar cosas distintas según cada usuario (dependencia, lealtad, honestidad, fidelidad…), esencial es la seguridad emocional. ·          L

Intimidad (III)

Juan Carlos Kreimer Dejar ir Hace un par de años, estábamos al borde de un colapso: necesitábamos ella y yo, más intimidad, y al mismo tiempo nos encontrábamos imposibilitados para lograrla. No era que no nos la concediéramos: no se daba. Olvidé a partir de qué momento decidimos quitarnos el peso de la exigencia de “tener que tener” espacios de tiempo específicos para estar cerca. Sólo recuerdo que ambos seguimos “haciendo” mucho, pero desde una conciencia distinta: sabíamos que podíamos “volver” a él. Anduviéramos por donde anduviéramos, hiciéramos lo que hiciéramos cada uno por su lado, empezamos a sentirnos algo así como representantes de un acuerdo íntimo. La intimidad buscada aparecía bajo otras formas. Una charla en el auto, al dormirnos abrazados, en el silencio de una tarde del domingo… Al reencontrarnos, advertíamos que el otro había dado uno o varios pasos hacia sí mismo, dejaba aflorar algo que antes mantenía sumergido, nos confiaba algo más crudo. Escribió

Intimidad (II)

Juan Carlos Kreimer Difícil amar a oscuras Al casarnos, muchos repetimos, como contrato de incondicionalidad matrimonial, eso de “te acepto para lo mejor o lo peor, en la riqueza y en la pobreza, en la salud o en la enfermedad”. Algunos lo firmamos, de puño y letra, con testigos y hasta un juez presente, en un libro público. Pero con una idea bastante remota de lo que me significaba. Porque en la práctica, nuestro amor es siempre condicional; responde más realistamente a expectativas tipo: “te aceptaré en la medida de lo que me des: que no engordes, que te tiñas el pelo de otro color, que creas lo mismo que yo, que no me rompas…” Cuando digo “te acepto para lo mejor o lo peor”, la parte que estuvo escondiendo lo peor de mi toda mi vida, por temor a no gustar y ser rechazado, podría correrse del centro y dejar lugar para que muestre mi “peor”. Al pretender más méritos con lo “mejor”, ahí donde antes yo era agradable y atento, ahora me transformo en controlador y exigente.