Comparaciones
Angela Tormo
“Es imposible la salud psicológica, a no ser que lo
esencial de la persona sea fundamentalmente aceptado, amado y respetado por
otros y por ella misma”. (Abrahan Maslow)
Hay un dicho
popular que reza “Las comparaciones son odiosas”, y efectivamente así es. No
hay nada que sea más deleznable y artificioso que una comparación porque nadie
puede ser comparado con nadie, ni siquiera los hermanos gemelos que son los que
más genes comparten y sitúan en el mismo ambiente desde el nacimiento, todo lo
cual podría hacerlos más parecidos pero nunca iguales.
Cada persona es un ser único e irrepetible, con permiso de la
clonación. ¡Claro que los hijos son diferentes! Precisamente hay que valorar y
respetar esa diferencia que los hace sujetos únicos.
Es posible que un niño no sea tan brillante en matemáticas como su
hermano, su prima, su amigo, pero seguro que tiene otras capacidades en las que
pueda sobresalir: la música, el dibujo, los deportes…
Cuando utilizamos las comparaciones, como dicen Adele Faber y Elaine
Mazlish en su libro (Cómo hablar para que
sus hijos le escuchen y Cómo escuchar para que sus hijos le hablen), los
hijos piensan: “Quiere a cualquiera más
que a mí”. “Soy un fracaso total”.
“Odio a Gary”.
Ni siquiera las comparaciones en positivo son recomendables, pues
obligan al que las recibe a tener que estar siempre “a la altura”, a no
relajarse, a no bajar la guardia, y eso se convierte en una presión
insoportable.
El tema de las comparaciones surge con frecuencia en las terapias
por parte de los pacientes y siempre manifiestan el malestar que les ha
producido esta conducta que habitualmente han tenido sus padres.
Recuerdo dos casos que me han comentado en los últimos tiempos:
Pilar exponía la tendencia
de su madre a compararla con su hermana, por lo extrovertida que ésta era y el
carácter tan abierto que tenía. Haciéndola sentirse siempre a la “sombra” de su
hermana, según sus propias palabras, no valorando su esfuerzo en el área
académica, que le había hecho conseguir sacar con buenos resultados todos los
cursos escolares, campo en el que la hermana no se había esforzado nunca,
dejando los estudios sin concluir. Esta constante comparación ha contribuido a
que sea una persona insegura y con una baja autoestima, al no conseguir que su
madre la valore por lo que es, por los aspectos positivos que tiene, que son
muchos, dejando de insistir en lo que no es; condicionándola a compararse con
los demás, haciendo siempre una evaluación negativa de sí misma en las
habilidades sociales.
Otro ejemplo
actual es el de Águeda.
Su paso por la universidad
ha sido difícil, acumulando suspenso desde el primer curso, lleva cinco años y
está en tercero de carrera. Su padre se empeña en compararla con una prima de
su misma edad que en este curso acabará licenciándose. Águeda le replica que su
prima tuvo que entrar en la universidad privada porque no le dio la nota de
selectividad para entrar a la pública, lo que el padre no tiene en cuenta y a
ella le fastidia y le produce mucha rabia. Comenta además que “ellas no son
iguales”. El padre le dice que lo hace para que ella trate de superarse al ver
el ejemplo de su prima y la verdad es que consigue lo contrario, que su hija se
deprima y le falte motivación para esforzarse más al considerar que no puede
conseguir tan buenos resultados como su prima.
Hubiera sido más provechoso que le reconociera los esfuerzos y le
manifestara sus sentimientos diciéndole algo similar a: “Estoy muy contento por
tus aprobados, pues sé el esfuerzo que estás haciendo para adaptarte a la
universidad, y confío en que las cosas van a mejorar”.
Águeda sabe que es diferente a su prima y le hubiera gustado que su
padre la aceptara como es, reconociendo sus valores.
Referencia Bibliográfica
Tormo, A. (2008)
Esto, eso, aquello… también pueden ser
malos tratos. Desclée De Brouwer:España.
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