Quiero
contar una experiencia personal relacionada con la pintura, vivida esta vez no
como facilitador, sino como un hombre de 45 años de edad, al participar en un
taller con otras siete personas.
Llegué con ganas de pintar la cara
sonriente de un payaso.
Con energía empecé a pintar la forma
oval de la cabeza, la nariz como una pelota roja y los ojos azules lindísimos.
Me faltó hacer la boca. La hice y… ¡me aterré! El payaso me estaba mirando con
una angustia desnuda.
Empecé a borrar esa boca cubriéndola
con color blanco. Me sentí pillado cuando mi terapeuta vino corriendo y me
preguntó “¿Qué haces?” Molesto con su intervención, contesté con cierta
obstinación: “Quiero pintar un payaso alegre. Pero este me mira con angustia.”
Ella me miró y dijo: “¿Qué pasaría si sigues pintando este mismo payaso lleno
de miedo?” Yo: “No me agrada”. Ella: “Lo sé. Prueba, y si después quieres,
puedes borrar esa boca “. Yo, aún molesto: “Bien, voy a ver”.
Con pocas ganas miré a mi payaso.
Pensé: “No me agradas. Tuve ganas de abortarte, pero algo en ti me atrae. Pero
¿sabes una cosa? Tú eres tú y yo soy yo”.
Mientras intentaba repintar esa boca,
responsable de tanta angustia, sentí crecer un cariño hacia ese payaso. Tomé
distancia física, para ver el aspecto renovado de mi payaso. De nuevo me
asusté. El payaso aún expresó angustia, pero esta vez mezclada con tristeza.
Más por cansancio que por decisión
activa, me entregué a este payaso. Decidí dejarme conducir por él sin
importarme a donde me llevara. Busqué el color amarillo. Nacieron rayos de sol
desde los ojos azules. El payaso se convirtió en guagua indefensa. Con verde
claro pinté arrugas en la frente, bajo los ojos y en las terminaciones de la
boca.
Tomé otra vez distancia de mi payaso.
Me invadió una ternura incomprensible hacia este, mi hermano. Mis ojos
acariciaron todas sus arrugas.
De repente, sus ojos me llamaron la
atención. Lágrimas empezaron a llenar mis ojos, dejando la cara del payaso
envuelta en una neblina. Sentí un dolor intenso en mi corazón. Me acordé de la
enfermedad de mis propios ojos, la descompensación silenciosa de mi iris de
color azul. ¡Claro! Este es mi payaso: angustiado, triste, guagua indefensa, un
hombre maduro con arrugas y ojos enfermos.
Esta verdad me hizo libre: sentí mi
disposición interna de aceptarlo todo con agradecimiento. ¡Este payaso es el cuadro
que más amo hoy!
Referencia
Bibliográfica:
En que puedo servirte, Revista Uno mismo, Volumen V, n° 2, 59.
Cuál es el nombre del cuadro?
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