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La gran experiencia de hacer una investigación de campo.

Guadalupe Amescua Villela
Directora CEsIGue

Hacer investigación con la finalidad de titularse en la Maestría de Psicoterapia Guestalt es algo que muchos alumnos consideran la parte más pesada de la formación. Sin embargo, puede ser una experiencia maravillosa, como la que tuve hoy.

Fui a una pequeña comunidad en respuesta a la invitación de dos alumnas, o más bien ya casi ex-alumnas, pues el día de ayer tuvieron su última clase de la formación. Martha y Vania hicieron su trabajo de investigación aplicando el modelo de Psicoterapia Infantil Relacional en este lugar, con madres y con bebés menores de un año.

Martha es médica en ese pequeño pueblito, cuya población es de cerca de 500 familias, y se encuentra en la parte alta del Cofre de Perote. Un lugar frío la mayor parte del año, pero de una belleza majestuosa. Martha, como médica, imparte el programa del Club para Madres, de estimulación temprana. Hoy fue el cierre de esta actividad, en la que se hizo un pequeño convivio al que asistieron ocho madres, seis de ellas habían llevado el Club desde que sus hijos tenían dos meses, y ahora tienen un año.

Son mujeres sencillas, de diferentes edades, desde los 18 hasta los 46 años. El bebé que llevó el programa es para todas ellas al menos su segundo hijo, mientras que una de ellas tiene ya once hijos. Nosotras les llevamos pastel, refrescos y unas paletas. Ellas, gorditas, taquitos de arroz y de mole. Riquísimo. Comimos sentadas afuera de la pequeña Clínica Rural. Un consultorio construido por la misma comunidad, de aproximadamente tres por cuatro metros, y equipado solo con una mesa, una cama de revisión, un par de colchonetas y seis sillas. Allí Martha y Vania trabajaron durante diez meses en este proyecto.

También nos acompañan otros niños de diferentes edades, hijos de ellas. Niñas y niños desde 3 años hasta cerca de 12. Muchas de las mujeres se vuelven madres entre los 13 o 14 años, y los hombres se van a trabajar a la ciudad de México, Puebla o Xalapa, ya que en la comunidad no encuentran en qué emplearse. Las mujeres se quedan allí, cuidando a sus hijos. Hay una pequeña escuela unitaria de CONAFE.

Llegamos al lugar cerca de las 10.30 de la mañana. Martha va a buscarles. Mientras Vania y yo nos quedamos arreglando el lugar, y unas niñas se acercan. Nos dicen que las mujeres llegarán pronto, que están terminando de hacer el bastimento, y que están “asegurando” a sus pequeños. Preguntamos a qué se refieren con eso de “asegurar” y dicen que los están cambiando y bañando. Al poco tiempo van llegando todas juntas, con unas pequeñas ollas con el bastimento. Nos reunimos afuera de la clínica, en donde pusimos la mesa y sillas, algunas prestadas por un vecino.

Es un grupo animado, todas ellas tienen a sus bebés en el regazo. Dos de ellas, tienen bebés muy pequeñitos, de 45 días de nacidos. Pero que se han unido al grupo del Club. Les pregunto sobre su experiencia, y me comentan muy animadas, que fue una cosa muy bonita, que están muy contentas, pues antes no sabían cómo relacionarse con sus bebés. Que las doctoras les enseñaron a moverles los pies y los brazos, pero sobre todo, que les animaron a hablarles a sus bebés, a mostrarles afecto, a estar más con ellos, mirarlos, tocarles, mimarles. Esto ha sido una experiencia absolutamente nueva para ellas, pues con sus hijos anteriores se limitaban a darles el pecho, cambiar los pañales, y dejarles en una pequeña hamaca todo el día. No les hablaban, pensando que no tenía sentido hacerlo con un niño chiquito. Ahora lo hacen, pasan más tiempo con sus hijos, les atienden bien, les muestran más afecto, los cargan más, les hablan. Lo único que no pudieron hacer, me dice Martha, fue cantarles. Eso les hacía a ellas reír, se sentían ridículas haciéndolo.

Qué cosa tan increíble las diferencias en la crianza. Mientras que yo consideraba que esto de cantarles a los niños era algo tan natural y universal, descubro hoy que no es así. No me puedo imaginar a mí, con mis hijos, sin cantarles. Ese arrullo, esa voz que les llega, suave, acompañando el movimiento de mecer. Voz de consuelo, de acompañamiento, de mensajes para dormir, de decir que allí estoy. Voz que se impregna en el niño, que le calma, que le une a la madre.

Dicen con alegría, que lo que se logró con ésto es que sus hijos sean más despiertos. Sus hijos anteriores nunca habían gateado, y ahora estos sí lo hacen. Caminan más pronto, sonríen, les siguen a ellas con la mirada, las buscan, invitan a la relación. Hablan más pronto, y sobre todo se enferman menos. Han crecido más, y Martha añade que tienen el peso y talla adecuados a su edad, cosa que en este lugar de pobreza, los niños que no estuvieron en este programa no alcanzan.

Convivimos toda la mañana, platicamos animadas, cuentan algunas cosas de sus vidas cotidianas. Nos preguntan cuándo vamos a volver, quieren aprender más. Toman mis datos, mi teléfono, para poder tener un lugar seguro en donde comunicarse cuando vienen a Xalapa, pues a veces, han tenido que venir a cuidar a algún familiar enfermo al Centro Médico y no tienen donde bañarse o dormir. Les gusta la idea de tener a quien recurrir.

Qué fácil ha sido iniciar una relación. Qué maravilla poder asomarse un momentito a su mundo, tan diferente al que vivo yo, muchas de nosotras. Abrir nuestro horizonte para saber, muy de cerca como viven y se relacionan con sus hijos otras mujeres, al mismo tiempo tan cerca de nosotros, allí en esas montañas que veo todos los días al despertar.

Esta experiencia ha rebasado para Vania y Martha, el tedio o angustia de una tesis. Ha sido una vivencia, incorporada a su vida, un trabajo de campo, en el que han podido tocar un poquito la vida de otras personas, pero sobre todo, como lo expresaron esta mañana, fueron ellas quienes más aprendieron, quienes más se llevan.

Gracias Martha, Vania y este grupo del Club de Madres, por darnos su experiencia de vida.

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