Elide Bermúdez Betancourt.
Departamento de Docencia
CEsIGue
Los niños de todas las épocas y países han disfrutado y vibrado ante cuentos, que, al ser repetidos una y otra vez, se han ido refinando y han llegado a transmitir, al mismo tiempo, significados evidentes y ocultos; han llegado a dirigirse simultáneamente a todos los niveles de la personalidad humana y a expresarse de un modo que alcanza el sentimiento del niño.
Dice Bruno Bettelheim: “Al hacer referencia a los problemas humanos universales, especialmente aquellos que preocupan a la mente del niño, estas historias (los cuentos) hablan a su pequeño yo en formación y estimulan su desarrollo, Empiezan, precisamente, allí donde se encuentra el niño, en su ser psicológico y emocional. Ofrecen ejemplos de soluciones, temporales o permanentes, a las dificultades cambiantes.”
Y todos los adultos hemos sido niños y hemos oído cuentos e historias fantásticas, llegando a tener nuestro favorito.
Con el paso de los años, al llegar a adultos, nuestra razón va anulando el aspecto mágico de los cuentos (por lo menos el de los cuentos de hadas, ya que podemos seguir viendo su permanencia en el éxito de los comics, revistas para adultos), pero no así nuestra emoción.
Generalmente, cuando de niños, el entorno que nos rodea no era la mejor solución a nuestra situación, hemos tomado como modelo a algún héroe de nuestros cuentos y así, al identificarnos con él y viceversa, hemos vislumbrado una posibilidad de futuro y hemos reducido nuestra angustia. El héroe elegido no necesariamente ha sido el mejor, sino el que más se parecía al concepto que íbamos adquiriendo de nosotros mismos a través de los mensajes verbales y no verbales transmitidos por los adultos (padres, tíos, maestros etc.)
De este modo, conseguíamos en nuestra infancia tener un patrón de vida que se acomodaba a nuestras características y, sobre todo, que nos facilitaba la posibilidad de crecer. Así hemos conformado nuestra vida adulta con una pauta emocional basada en un cuento. Al margen de otros muchos elementos que la configuran. Resulta sorprendente y casi increíble constatar que, en el mundo en que vivimos, en nuestra misma ciudad y a nuestro alrededor, vivimos con Caperucitas Rojas, Bellas Durmientes, Cenicientas, Príncipes convertidos en sapos, Capitanes Trueno, etc.
Los cuentos sirven de pauta tanto a hombres como a mujeres y al descubrir cada persona cuál es su cuento, puede tomar una idea clara de cuál es su trayectoria y su desenlace, y si ese guión de vida es su interés o prefiere cambiarlo y elegirlo libremente.
Si en la etapa adulta causa tanto impacto los cuentos que escuchamos en la niñez es importante contárselos a nuestros hijos y aprovechar el momento para estar con el niño en un ambiente agradable y de contacto. Para que una historia mantenga de verdad la atención del niño, ha de divertirle y excitar su curiosidad. Pero, para enriquecer su vida, ha de estimular su imaginación, ayudarles a desarrollar su intelecto y a clarificar sus emociones; ha de estar de acuerdo con sus ansiedades y aspiraciones; hacerle reconocer plenamente sus dificultades, al mismo tiempo que le sugiere soluciones a los problemas que lo inquietan.
No dejemos de contar historias o cuentos a nuestros hijos, les ayudamos a crecer, a encontrar recursos y a estar más cerca de ellos.
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