Brenda
Ueland
A quién recurrimos
cuando necesitamos un consejo? No a esos amigos superprácticos, duros, que te
pueden decir exactamente lo que debes hacer, sino a quienes siempre nos
escuchan. O sea, a la gente más amable, menos mandona o enjuiciadora que
conocemos. Y vamos a verlos porque al volcar nuestro problema frente a ellos
empezamos a aprender a resolverlos nosotros mismos.
Cuando
uno escucha se produce una corriente alterna, y esto nos recarga hasta tal
punto que nunca terminamos cansados. Escuchar nos re-crea constantemente. Por
supuesto que hay individuos muy brillantes que son incapaces de escuchar. No
tienen cables alimentadores en sus aparatos. Son entretenidos, pero también nos
agotan. Estos actores geniales no nos dejan expresar nuestras ideas, sabidurías
y risas inesperadas. Por eso, cuando alguien nos ha escuchado, nos vamos a casa
aliviados y con alegría en el corazón.
Esta pequeña fuente de creatividad
existe en todos nosotros. Es nuestro espíritu, inteligencia, imaginación o como
queramos llamarla. Si uno está muy cansado, estresado, no tiene intimidad, hace
demasiadas cosas, habla con mucha gente, va a demasiadas reuniones, la pequeña
fuente se llena de barro y se cubre de un montón de residuos. El resultado: uno
deja de vivir a partir de su propio centro, y vive en la periferia, a partir de
exterioridades. O sea, anda por la vida sostenido sólo por su voluntad, sin
mucha imaginación. Pero cuando se nos escucha, con una atención silenciosa,
fascinada, la pequeña fuente se pone a trabajar de nuevo, acelerándose en forma
sorprendente. Descubrí todo esto hace unos años y realmente provocó un cambio
revolucionario en mi vida. Antes, cuando iba a una fiesta, solía decirme a mi
misma ansiosamente “Ahora. Esfórzate. Sé interesante. Dí cosas brillantes.
Habla. No te quedes atrás.” Y cuando me cansaba, tenía que tomar un montón de
café para mantener ese ritmo.
Hoy, antes de ir a una fiesta, me
digo a mi misma que debo escuchar con atención a todo aquel que me dirija la
palabra. E intentar meterme en su pellejo cuando hable, tratando de entenderlo
sin que mi mente compita con la suya, sin discutir ni cambiar de tema. Mi
actitud hoy es: “Esta persona me está mostrando su alma. Por ahora está un
poquito seca, pobre y llena de verborrea pero pronto empezará a pensar y no
sólo a hablar en forma automática. Pronto mostrará su verdadero ser. Entonces
estará completamente viva”.
A veces no puedo escuchar tan bien
como otras. Pero cuando tengo ese poder de escuchar, la gente se arremolina
alrededor y vuelven sus ojos hacia mi como llevados por un impulso
irresistible. Y no porque sean falsos y quieran mostrarse atraídos por mi, “la
escuchadora”. Es porque al escuchar he puesto en marcha su fuente de
creatividad. Les hago bien.
Al sacar fuera todo lo que tenemos
dentro permitimos que las corrientes más puras empiecen a fluir. Así ocurre
cuando escribimos. Se nos enseña en la escuela a poner sobre el papel sólo
cosas brillantes. Grave error. Volquemos también las cosas aburridas –podemos
romperlas y tirarlas en la basura más tarde- porque sólo después lo brillante
podrá emerger. Si guardamos lo más aburrido, seguramente guardaremos también lo
que tenemos de claro, hermoso, vivo y auténtico. Así ocurre con las personas a
las que no se ha escuchado de una forma correcta, con afecto, con alegre
entusiasmo. Su fuente de creatividad está bloqueada, y sólo aparece un discurso
superficial, apresurado, nervioso. Nadie ha sabido invocar, mediante la
maravillosa escucha, lo que ellas tienen de vivo y genuino.
Ahora bien. ¿Cómo escuchar? Es más
difícil de lo que uno piensa. No creo en la escucha crítica, porque sólo coloca
al otro en el chaleco de fuerza de la duda. Y comenzará a elegir sus palabras
en forma solemne. Su pequeña fuente no podrá dejar salir sus manantiales
internos. Sí creo en la escucha creativa,
aquella que permite al otro ser uno mismo a fondo, incluso en sus estados de
ánimo más malhumorados o mordaces. Los escuchas creativos son aquellos que
saben que si estamos de mal humos eso no quiere decir que siempre lo estaremos.
Se reirán y disfrutarán con toda manifestación de nosotros mismos, sea mala o
buena. No nos quieren sólo cuando somos amables; nos quieren siempre.
Sugerencias para aprender a
escuchar: tratemos de relajarnos y de vivir en el presente una parte del día,
todos los días. Digámonos a nosotros mismos: “¿Qué está pasando en este
momento? Este amigo me habla. Yo estoy en silencio. Escucho cada una de sus
palabras” de pronto empezaremos a escuchar no sólo aquello que el otro dice,
sino lo que está tratando de decir, y percibiremos su verdad íntegra. No un
bocado, ni este o aquel fragmento, sino la verdad completa y transparente.
A veces no podemos escuchar porque
pensamos que, a menos que hablemos, no tendremos ningún valor en sociedad. No
es así. Todos tenemos que aprender esto: escuchar, no hablar, es la función
divina, el rol más imaginativo. El verdadero escucha es mucha más querido, más
magnético que el hablador. Es más efectivo, aprende más y hace realmente el bien.
Por lo tanto, escuchemos a nuestros maridos y esposas, a nuestros padres, a
nuestros hijos, a nuestros amigos, a
aquellos que amamos y a aquellos que no amamos, a aquellos que nos aburren y a
aquellos que consideramos nuestros enemigos. Producirá un pequeño milagro. Y
tal vez un gran milagro.
Brenda
Ueland (1892-1985).
Autora de
If you want to write, uno de los
libros más vendidos en EU sobre escritura creativa.
Revista
UNO MISMO. Vol IV. No. 7
Etiquetas:
Escuchar, apoyar al otro, relacionarse asertivamente
AT gestáltico para incentivar la desmanicomialización!
ResponderBorrarhttp://acompanamientoterapeuticogestaltico.blogspot.com/