Mónica B. Aguirre de Kot
Se define la paternidad
como un fenómeno que, si bien comienza en lo biológico, se desprende de él. Es
reconocimiento, es dar un lugar al hijo, una palabra que genera identidad,
nomina y designa e influye en la cultura.
Luego, la paternidad se
desplazará de una persona concreta, permitiendo entrar en un mundo de símbolos,
de mediaciones y de esperas.
Así, vemos que la
paternidad biológica es un fenómeno diferente de la paternidad como fenómeno
sociocultural.
Ya en la antigüedad, se
consideraba que el padre era aquel que podía adoptar a un hijo; de esta manera
se consideraba que la paternidad no era sólo procreación o progenitura.
Hay dos momentos
especiales en los que el padre, en su función, adquiere un relieve crucial y
decisivo para que el niño pueda solucionar sus conflictos. Un momento
comprendido es entre los seis y los doce meses de vida aproximadamente, con la
iniciación del triángulo edípico; el otro es la entrada en la adolescencia,
cuando la maduración genital obliga al niño a definir su rol en la procreación.
Cuando no sucede de
esta manera, puede surgir un sentimiento de desamparo, de inferioridad y de
abandono.
A partir del estudio de
diferentes investigaciones realizadas en relación con la temática de la
paternidad, hallé que, generalmente, el niño que crece con un déficit o falta
de vínculo con la figura paterna, evidencia mayor riesgo de enfermedad mental,
de ser más vulnerable a la presión de sus pares, de tener dificultades en la
escuela y en sus relaciones interpersonales, y para emanciparse de su familia.
Tiene un mayor riesgo de convertirse en un adolescente sin proyectos, que vive
en el presente, sólo para satisfacer necesidades inmediatas, y en un adulto que
parece no tener interés en el ejercicio de su paternidad.
Es de gran importancia
la presencia de límites, que son los más tempranos antecedentes de las leyes
que rigen en la realidad sociocultural y, por ende, son los que salvaguardan a
la persona del caos en lo individual y de la anarquía social en lo colectivo.
Esta función privadora
y limitante del padre es fundamental en lo que hace al control de impulsos, a
la capacidad de autorregularse. A mayor déficit de función paterna, mayor
vulnerabilidad a las adicciones.
El adicto no puede ni
sabe esperar, no puede soportar la frustración, busca la satisfacción inmediata
de sus necesidades. No ha incorporado el significado del no.
He hallado
investigaciones realizadas en una muestra de casi 15.000 pacientes entre los
años 1995 y 2000, tratados en la provincia de Buenos Aires, a partir de la cual
se observó que la edad promedio de inicio del consumo de sustancias (drogas y
alcohol) era de 16 años, y que existía
una ausencia del padre en la educación inicial o distintas configuraciones
clínicas de abandono, alcoholización, prisión, etc. (J. Yaría).
También se observó, a
partir de esta muestra, que los pacientes que comenzaron antes de los 16 años a
consumir, mostraban una mayor desfamiliarización y ausencia del padre. También en esta población se encontró mayor
déficit de escolarización. Sólo el 7,9% culminó el secundario completo.
La adolescencia que
cursa en la escuela secundaria permite una mayor contención y orientación.
Muchas veces, sin
necesidad de crisis o ruptura familiar, el lugar paterno tiende a inclinarse
hacia dos extremos opuestos: debilidad o rigidez, y puede convertirse, para los
adolescentes, en un padre cómplice o censor.
En la etapa
adolescente, el padre se va transformando en un personaje que admite o prohíbe
los excesos, de modo tal que es exigido por los mismos adolescentes a caer en
la más débil posición, o actuar con rigor. Muchas veces, la reglamentación de lo permitido y prohibido, la escuela y el
consejo quedan del lado materno. Es común que el padre desautorizado cambie su
conducta y surjan problemas en la pareja (relaciones extramaritales, abuso de
bebidas, etc.)
Con frecuencia, las
situaciones de rivalidad y celos en la pareja, y los problemas individuales
para asumir su rol o problemas de la mujer para ceder parte de él, hacen que la
posesión del hijo se transforme en un campo de batalla, más que en un campo de
unión. De aquí la importancia de reforzar el rol del padre en la familia, como
uno de los posibles caminos para la profilaxis de la neurosis del niño.
El contexto social y
cultural podrá apoyar y fortalecer la idea de la paternidad o, por el
contrario, debilitarla.
Por otra parte,
mencionaremos que hay hijos sin padre que no tienen el destino anteriormente
mencionado, pues encuentran, en el contexto en que viven, otras figuras
(personas, instituciones) que cumplen esa función de guía y fuertes referentes.
Los lazos
intergeneracionales con los abuelos también pueden cumplir un papel importante
en el proceso de contención del crecimiento adolescente, en cuanto pueden ser
referentes y acompañantes alternativos de los padres.
Referencia
Bibliográfica
Aguirre,M.
(2006). La adolescencia y el alcohol. Argentina:Lumen
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