Un
estudiante de psicología que estaba terminando la carrera se debatía
interiormente debido a la perdida que supondría la muerte de su abuelo, el cual
había contribuido a su educación y estaba gravemente enfermo. Según dijo, parte
de su conflicto residía en la decisión de aplazar su último año de estudios
para pasar más tiempo con él. Pero también se sentía impelido a terminar la
carrera en aquel momento, porque estaba aprendiendo mucho sobre de la vida.
— Lo
que estoy aprendiendo ahora en la facultad —explicó
—, me está ayudando de verdad a crecer como
persona.
— Si quieres crecer como persona y aprender,
debes darte cuenta de que el universo te ha matriculado en un curso de posgrado
de la vida llamado “pérdida” —le respondí.
Al
final perdemos todo lo que tenemos; sin embargo, lo que de verdad importa no se
pierde nunca. Nuestras casas, coches, empleos y dinero, nuestra juventud e
incluso nuestros seres queridos son solo un préstamo. Como todo lo demás,
nuestros seres queridos no nos pertenecen. Pero esta realidad no tiene que
entristecernos, sino todo lo contrario, pues nos permite valorar más las
múltiples y maravillosas experiencias y cosas de las que disfrutamos durante
nuestra vida en este mundo.
Si
la vida es una escuela, la pérdida es, en muchos aspectos, la asignatura más
importante del programa de estudios.
Cuando
sufrimos una pérdida, experimentamos también el cariño que nuestros seres
queridos (y a veces incluso los desconocidos) sienten por nosotros en nuestros
momentos de necesidad. Una perdida es un vacío que reclama más amor y que nos
permite albergar el de los demás.
Llegamos
a este mundo sintiendo la pérdida del útero de nuestra madre, aquel mundo
perfecto que nos había creado.
Somos
arrojados a un lugar en el que no siempre nos alimentan cuando tenemos hambre y
en el que no sabemos si nuestra madre volverá a nuestro lado cuando se aleja;
un lugar en el que nos gusta que nos sostengan en brazos; pero donde, de
repente, nos dejan sin más. Donde a medida que crecemos perdemos a nuestros
amigos, cuando ellos o nosotros nos mudamos, y a nuestros juguetes, cuando se
rompen o los extraviamos, y donde también perdemos el campeonato de béisbol.
Donde tenemos nuestros primeros amores,
pero los perdemos.
Y la
lista de pérdidas no ha hecho más que empezar. Durante los años siguientes,
perdemos profesores, amigos y los sueños de la infancia.
Todas
las cosas intangibles, como los sueños, la juventud y la independencia, al
final se desvanecen o terminan. Todas nuestras pertenencias son sólo un
préstamo. ¿Acaso fueron alguna vez verdaderamente nuestras? Nuestra realidad en
esta tierra no es permanente; tampoco lo son nuestras propiedades. Todo es
temporal. La permanencia es imposible, y al final aprendemos que no hallaremos
la seguridad en el intento de conservarlo todo ni rehuyendo la experiencia de
la pérdida.
La
verdad es que, no nos gusta ver la vida desde esta perspectiva. Nos gusta
fingir que siempre gozaremos de la vida y de las cosas que hay en ella. Y no
queremos enfrentarnos a la última pérdida que viviremos: la muerte misma. Es
curioso ver cómo fingen muchos familiares de enfermos terminales cuando llega
el final. No quieren hablar de la pérdida que están sufriendo y mucho menos
comentarlo con los seres queridos que van a morir. El personal de los
hospitales tampoco quiere explicar nada a los pacientes. ¡Que iluso por nuestra
parte creer que las personas que las personas que se acercan al final de su
vida no son conscientes de la situación! ¡Y qué absurdo creer que eso los ayuda!
Más de un paciente terminal ha mirado a sus familiares y les ha dicho con
severidad: “No intentéis ocultarme que me estoy muriendo".
¿Cómo
podéis no hablar de este hecho? ¿No os dais cuenta de que todo ser viviente me
recuerda que estoy muriendo?”
Los moribundos
saben lo que van a perder y comprenden su valor. Son los vivos los que, con
frecuencia, se engañan a ellos mismos.
Referencia bibliográfica
Kubler-Ross E. y Kessler D. (2007). México: Zeta Bolsillo.
Referencia bibliográfica
Kubler-Ross E. y Kessler D. (2007). México: Zeta Bolsillo.
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