Las pesadillas son más
frecuentes en los momentos decisivos que en las épocas más estables. Son un
indicio de la conmoción interior que acompaña los períodos de transición,
incluso los positivos como el matrimonio, el embarazo y la graduación.
Se trata de sueños
terribles que nos apabullan y nos hacen despertar. Ernest Hartmann,
psicoanalista que se destacó en la investigación de las pesadillas, sostiene
que éstas son sencillamente “algo que viene de adentro y despierta a la persona
con un sentimiento de miedo”. Precisamente porque nos despiertan (y es preciso
estar desvelado para recordar los sueños) recordamos una proporción mayor de
pesadillas. Quizá tengamos la impresión de que el mundo onírico es el reino de
las pesadillas, sobre todo cuando nos toca vivir una época difícil. Pese a lo
mucho que nos hacen sufrir, son una de las fuentes más directas de
autoconocimiento, pues nos brindan una visión desnuda y sin censura de los
temas que más nos inquietan.
En los momentos decisivos,
cuando uno se siente muy sensible y más necesita esas preciadas horas de sueño,
las pesadillas invaden nuestra psique como ladrones que nos torturan y nos
hacen despertar aterrados. Existen muchas variaciones sobre el tema básico, que
es el de sentirse dominado por fuerzas poderosas. Se puede soñar que nos
persigue un traficante de drogas con una metralleta, que nuestro coche se
descontrola y que tenemos el pie paralizado y no podemos frenar, o que un
terremoto destruye nuestra casa y no sabemos si nuestra familia estaba en su
interior.
A menudo traen aparejada
una enorme ansiedad y nos hacen sentir amenazados en nuestra integridad física.
En las pesadillas cometemos o presenciamos actos de violencia e inmoralidad.
Entre los temas más comunes tenemos el sentirse perseguido, apresado o raptado,
y el estar sometido a catástrofes tales como tifones, terremotos, inundaciones,
incendios o contaminación nuclear.
Las pesadillas son la
razón por la que muchos prefieren olvidar sus sueños. Al igual que el niño, que
no distingue la fantasía de la realidad, la pavorosa influencia de una
pesadilla puede dejarnos en un estado de confusión: ¿nos detendrá la policía
por el delito que cometimos? ¿Nos pedirá nuestro cónyuge el divorcio después de
esa escandalosa aventura?
¿Cómo puede ser que
experiencias tan dolorosas nos ayuden a resolver los problemas de los momentos
decisivos? Si aprendemos a romper su hechizo podremos empezar a descifrar los
importantes mensajes que nos traen. Romper el hechizo significa comprender que
las pesadillas aumentan en los momentos de transición y exageran nuestros
miedos más profundos. Una forma de tranquilizarnos es conocer los temas que se
reiteran en ellas. Después de analizarlas y encontrar ciertos patrones, ya no
nos aterran tanto. En cuanto recordamos, anotamos y relatamos las pesadillas,
estamos empezando a considerarlas una fuente de esclarecimiento en vez de la
sensación de tortura de todas las noches.
Por ejemplo, si en varias
de ellas me persigue un grupo de terroristas armados, voy a tranquilizarme
enormemente cuando comprenda que el cabecilla de los sediciosos me recuerda a
mi jefe y que lo sueños tienen que ver con las injustas exigencias que él me
impone en la vida real. La secuela será menos angustiosa si podemos ver hasta
qué punto las pesadillas se relacionan con temas no resueltos de nuestra
existencia.
Referencia bibliográfica
Siegel, A. (1995). Los sueños que pueden cambiar su vida. España: Tikal.
Comentarios
Publicar un comentario